Capítulo 3

18 2 0
                                    

"Huye"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

"Huye".

Oí el susurro de Kaze dentro de mi cabeza.

Pero el olor era cada vez era más fuerte, hasta que se volvió del todo insoportable. Las arcadas acudieron a mi garganta. Cerré los ojos.  "Desaparece de aquí, desaparece de aquí" repetí una y otra vez en mi cabeza. Noté una mano en mi hombro.

-Tenemos que salir de aquí.-El tono de voz de Sora reflejaba la tensión que se extendía por todo su cuerpo. Pero no podía moverme. Aquel olor paralizaba toda la fibra de mi ser, impidiendo hacer lo único que mi cabeza me decía en ese momento. Que huyera.

Al ver que mi cuerpo no respondía, Sora optó por cogerme en brazos y sacarme de allí. Abrí los ojos y vi la metamorfosis que sufrieron esos árboles, derritiéndose, poco a poco, hasta que todos ellos fueron sangre. El suelo dejó de ser de hierba y se convirtió en la escena de un crimen. Las flores  seguían bailando a su compás,  como si todo siguiera en su lugar. A medida que aquel sitio iba dejando de ser un bosque, Sora aumentaba la velocidad de su carrera. De un momento a otro, mi cuerpo pareció desbloquearse, salté de los brazos de mi amigo de una forma tan repentina que se asustó, y tras tomarme unos momentos para recuperar el equilibrio, logré correr a la altura de Sora. A nuestras espaldas, Kaze intentaba alcanzarnos, aunque un solo vistazo bastó para darme cuenta de que cojeaba un poco.

-¿Que demonios pasa?- Pregunté lo más alto que pude. Se estaba formando un charco que llegaba hasta nuestros tobillos, y correr se estaba convirtiendo en una tarea difícil.

-No lo sé, fui a recoger algunas frutas de los árboles cuando empezó a suceder todo esto.

Le eché un pequeño vistazo a su cara, que era pura consternación y confusión. Kaze logró llegar a nuestro lado, y Sora  me cogió por la cintura y me montó encima del caballo sin apenas frenar un poco. Debe tener una fuerza sobrehumana. No sé exactamente cuánto tiempo tardamos en huir de allí, pero podría prometer que fue una eternidad. En el momento no sabíamos hacia donde corríamos, pero por suerte, fue en la dirección contraria a la playa donde se encontraba el Kamofura. A veces nos chocábamos con las flores, pero el contacto era como una caricia. Y finalmente salimos de aquel infierno. Las rocas de por lo menos treinta metros de altura, que adornaban de una forma grotesca el lugar donde ahora nos encontrábamos, nos otorgaron una sensación de seguridad casi insensata teniendo en cuenta lo que acababa de pasar.

-¿Se puede saber que demonios pasa en este sitio? Lo único que hacemos es huir de un sitio a otro, y cuando parece que estamos seguros, pasa algo.- Dije entrecortadamente, tratando de recuperar el aliento.

-No lo se, algo tiene que ir mal. Tiene que ir mal...

La voz de Sora fue distorsionándose hasta que solo quedó un leve sonido, como si fuese un fantasma de su voz.

¿Qué es esto que siento? Me pesa el corazón, y este arrastra a todo el cuerpo. Oigo la voz de un piano. me susurra al oído. Cada nota, cada compás que sale de sus teclas, se pasea por mi cabeza, se balancea, da volteretas, salta. Juegan dentro de mi subconsciente, y parte de ellas se quedan antes de marcharse, tras despedirse, para dejar pasar a las siguientes notas. Todas ellas son suaves, saben qué hacer para aliviar el estado en el que se encuentra mi mente. ¿Porqué será que lo que está en el cerebro lo sentimos en el corazón? ¿No será que realmente es un saquito lleno de emociones que guardamos en el pecho? Si, tal vez sea eso. Tal vez eso es lo único que nos mantiene con vida. Yo... ¿Qué estaba haciendo? ¿Sora? Sora... ¡Sora!

-¡Sora!- Abro los ojos de golpe, rodeada de cojines. El sonido irritante del despertador me llama de forma apremiante.

-Levanta ese culo, es tu primer día de universidad, ¿No querrás llegar tarde verdad? Son las siete y tu clase empieza a las ocho.- Oigo que dice en mi cabeza.

Le obedezco y me levanto. Lo apago. En mi habitación compuesta de un pequeño salón, una habitación medio decente y un cuarto de baño, reina el silencio. Y no solo en mi pequeño apartamento. El silencio reina en todo mi ser. Así que, para hacer que se vaya, pongo algo de música y dejo que esta dé un  golpe de Estado. Un pianista interpreta a la perfección "nocturne" de Chopin, y esta pieza llega a mi corazón, lo acuna y lo conmueve. Voy a salir de la habitación, pero antes de abrir la puerta, dejo la mano pausada en el pomo. Brevemente se me viene a la cabeza lo que pasó la última vez que intenté abrir esa puerta.

"Solo fue un sueño, otro más, como siempre"

Pero ese pensamiento no evitó que soltara un suspiro de alivio al abrir al fin, y ver el pequeño pasillo y la puerta del baño que tengo en frente.

Después de quince minutos (dándome especial prisa) ya estaba lista para salir.

Le echo una ojeada al salón antes de abrir la puerta principal. Salgo al balcón que hace de pasillo de mi bloque, y bajo las escaleras para llegar hasta la calle.

Mis pies pisan el suelo tras el último escalón. Dejo por completo mi mundo, y entro en el mundo que tengo en común con el resto de seres humanos. Miro al frente.

"Nada peor de lo que has vivido ya te puede pasar"

Con ese pensamiento flotando en mi memoria, comienzo a andar.


La música de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora