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La húmeda tierra bajo mis pies y el sonido de las incesantes cigarras en la noche eran todo lo que necesitaba. La vista no era importante, bien podía ser en medio de un lote vacío o en una colina a lado del mar; lo importante eran esas tres cosas: las cigarras, la noche y la sensación de tierra mojada.

"Recuerda, si necesitas de mi ayuda, solo pídela bajo las condiciones apropiadas." Y ahí estaban, las tres condiciones que necesitaba y pedía.

—Por favor, por favor. Te lo ruego, esta vez, por última vez. Me he decidido, ya he tomado la decisión.— sumergido en mi propia desesperación no escuché cuando llegaste. Solo cuando sentí tu gentil tacto sobre mi hombro me di cuenta de que habías acudido cuando lo pedí, como todas las otras veces.

Te miré y me miraste. No eran necesarias las palabras, tú sabías lo que necesitaba; no era la primera vez que teníamos este silencioso baile y estaba agradecido por ello. Gracias a que no necesitábamos hablar podía verte todo lo que quisiera. Tu largo cabello platinado y tu piel blanca cubierta por una fina tela que nada dejaba a la imaginación. Tus largas pestañas albinas que cubrían gran parte de tus ojos grises cuando entrecerrabas la mirada, esperando a que me decidiera.

Ni una palabra se intercambiaría esa noche, justo como las demás noches, y saciaría mi necesidad de verte antes de que desaparecieras por mi indecisión; aún si eso significaba que no cumplieras tu verdadero propósito y gastara tu tiempo con mis caprichos.

¿Por qué volvías todas las noches a pesar de que supieras que mis súplicas eran una farsa, una mentira? ¿Por qué, si sabías que al final siempre diría "no esta vez", volvías? No puedo creer que sea porque te soy especial en cualquier sentido, no soy de utilidad ni para ti ni para nadie y aún así volvías cada vez que lo pedía.

Desapareciste una vez más, de una forma que no puedo comprender. Nunca dejaba de mirarte, mis ojos siempre puestos en alguna parte de ti y aún así, antes de que me diera cuenta, ya no estabas ahí.

Volvía a casa todas las noches a altas horas después de nuestro habitual encuentro. La mirada inquisitiva de mis padres cuando abría la puerta sin preocuparme el escándalo que hiciera pasaban de mi como agua en un río, y solo la calidez y comodidad de mi cama lograban que dejara de pensar en ti.

Un día más y centenares de momentos que me hacían pensar en ti y desear por ti. Pero ese no era ni el momento, ni tenía mis condiciones adecuadas.

La campana de salida estalló en los oídos de todos en el salón, una de las desventajas de tener la campana en la pared de afuera. Todos recogían sus cosas en desesperación para salir antes que los demás, una costumbre de siempre en todas las escuelas que conozco. Por mi parte permanecí sentado al final del salón, guardando mis cosas a mi propia velocidad; de una u otra forma no tenía prisa y sabía que jamás saldría primero.

—φ*ξ#^θζ, ven aquí— escuché que el profesor, quien se quedaba siempre hasta el final, me llamó— veo que siempre te quedas hasta el final, ¿por qué no vas con tus amigos antes de que te dejen?

Sabía que sería de mala educación contestarle de la forma que quería, pero no podía dejar de sentir disgusto hacia él que se inmiscuía en mis asuntos. El silencio entre él y yo no eran para nada como el nuestro de todas las noches con la tierra entre los dedos y el imponente sonido de las cigarras.

Salí sin contestarle, cerrando la puerta al salir y siempre mirando al suelo. Mi estómago gritaba y protestaba por comida, pero la comida que madre había preparado no era nada suficiente para mí.

"Pero no pidas más. Lo que se te da es lo que necesitas; comer de más sería un insulto a tu cuerpo y un capricho innecesario". Y así nunca pedía más de lo que me daban.

Aullidos de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora