Carta a mi mismo: #1

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Lloro. Sin embargo nunca siento las lágrimas resbalar por mi mejilla. Es una sensación sofocante, que solo me estresaba, me hacía sentir impotente y se resumía simplemente en una presencia horrible, pero al final siempre la busco; después de todo es lo más cercano a llorar que puedo llegar.

Esa sensación del nudo en la garganta y los ojos escociendo, las mejillas calentándose y el pecho encogiéndose es mi liberación. Pero no es suficiente y no es que no quiera llorar, al contrario: lo anhelo.

Llevo años intentando llorar; ya sea viendo películas tristes, leyendo, yendo a funerales o rodeándome de gente que llora mucho. Pero no. Mi cuerpo simplemente puede más sobre mi deseo. Es como si esperara el momento exacto para soltarse, un momento del cual no estaba consciente pero que sucedería, como si fuera cosa del destino o algo predispuesto desde que nací.

O quizás sea todo lo contrario, ya lloré lo suficiente y ahora por más que quiera y por más que me acerque ya no se me tiene permitido llorar, como si hubiese alcanzado una cuota o algo por el estilo. Ahora, no me malinterpretes, no me ha pasado nada trágico: ni la muerte de mi mejor amigo, ni la de esa persona especial; ni siquiera la de mis padres o familia, no he sido abandonado nunca y se me da prácticamente lo que pido... es solo que siempre lloraba. La razón era lo de menos, siempre encontraba alguna, ¿me caí? Llora, ¿me golpeé? Llora, ¿salió mal algo que pensé iba a salir bien? Llora, ¿quería algo? Llora, ¿me moleste con alguien? Llora; incluso por algo tan tonto como que se rompiera mi lápiz era motivo de llorar. Siempre fue así, siempre me gustó, pero terminó algún día en sexto grado.

Fue algo súbito e inesperado, pero muy sutil. Había terminado de leer Rastro, un libro romántico de hombres lobo (lo sé, una tontería, pero ya explique que todo me causaba lágrimas). Después de eso nada me hizo llorar, ni siquiera un golpe o un corte surtía efecto. Simplemente desapareció, se fue, poof. Y no es como que pudiera decir que el libro me impacto de tal manera que cambio mi vida. No, solo me causó llanto y ya.

Ahora, ¿que por qué te cuento esto? Mmm, supongo que mucho tiene que ver el hecho de haber estado allí, de pie, en el patio de la casa con un zorro moribundo, un veterinario tratando de salvarlo de una gran tajada en un costado y esa desquiciante sensación en los ojos y la garganta. Algo normal diría yo, excepto por el hecho de que esta vez no pude soportarlo al ver su cara lagrimeante y me senté junto al animal, maldiciéndolo porque él si estaba derramando lágrimas.

En ese momento me decidí, buscaría las razones por las que las que se lloraba y me sometería a ello. Las primeras dos ya habían aparecido en aquel zorro, pero no pude determinar cuál fue exactamente, ¿acaso era el dolor? ¿O el miedo a morir?

Estoy en un punto en el que arriesgaría mi vida por esa pequeña sensación de liberación, necesidad y fragilidad. Pero tampoco soy tan estúpido, ir al borde de la muerte será la última cosa que probaré, si después de eso no lloro quizá pueda morir sabiendo que lo intente todo, quién sabe tal vez autocompadecerme sea una buena excusa, aunque no sé exactamente cómo hacer eso.

Ya es tiempo de que me ponga a pensar en qué hacer para sentir un gran dolor, tanto como el del zorro pero no tan letal. Así que con esto me despido por ahora.

Con pesar y cansancio
Tú mismo.

P.D. El zorro está bien. El veterinario dijo que debería cuidarlo por unas semanas, o tal vez un mes hasta que la herida no le moleste para caminar, por ahora está dormido en unas almohadas que acomode para él en la sala.

P.D.D. El zorro es muy lindo, quizá le llame Kizzi por el momento

Aullidos de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora