El frío empeora a cada día. Ya no puedo tener aquellos poéticos momentos que tuve con el otoño, agregado al hecho de que durante el invierno mis ventanas quedan cubiertas por una delgada y elegante cobija de copos; no nieva aquí, y sé que no se pueden formar esos cristales en un vidrio sin haber antes caído desde el cielo asuso, pero en el mío lo hacen, y en grande, tanto que puedo verlos a detalle, pero en estas horas de la mañana todos tienen compromiso con la escuela o el trabajo, y no vale la pena traer a alguien a ver esto. Ni siquiera yo quiero quedarme aquí, el recalcitrante helar vuelve a mis manos y mis pies meros fantasmas amarrados a mi moribundo ser, que hasta en sus tempranos actos ya refleja mi alma, prefiriendo morir congelado a paso lento que arriesgarme a un frío extra corriendo para salir de mi cuarto-nevera.
Reviso mi celular abandonado en la sala con la alarma en curso para ver si hay algo nuevo... nada, y mi masoquista interior no piensa llevarse el aparato, prefiero castigarme con oscuridad y angustia durante el horario escolar, ya suficiente tengo con ir a ese lugar para todavía tener que soportar verdades contradictoras a mi felicidad efímera.
Mis mañanas serían bastante menos tristes si hiciera calor. Debería vivir en el trópico. Haberme mudado tras la primaria. No nacer ahí; porque no lo apreciaría de la forma en que lo hago. La misma razón por la que me gusta haber nacido en un pueblo, rodeado por más pueblos; así las grandes metrópolis que el mundo ofrece se convierten en lugares mucho más fascinantes.
Por instinto, no quiero vivir mis días, así que la escuela va pasando inadvertida, excepto por mis caminatas en los pasillos; esperando encontrarla, ver a Lyanna de nuevo, pero hasta estas resultan más decepcionantes que una clase, porque no la hallo entre la multitud. La jornada me es paralela a la de un cajero. Cada clase es un cliente en la caja, pasa, pasa, pasa, pasa. Estoy desesperado, y cada que tengo reminiscencia del tiempo (un concepto tan deformado para mí) entre la última vez que hablé con ella y este instante, pienso en un trillón de cosas; lo que me ha pasado, y sobre todo, lo que le ha pasado, y si alguien más le habla, y por supuesto que así es, y peor aún, le deben caer cientos de veces mejor que yo. Busco consolarme pensando en que ninguna relación seria podría cultivarse en tan poco, pero ya no es tan poco. Ya hay frío en la calle, ya es invierno. Las escasas veces que me atreví a molestarla los memes de Halloween forraban cada red social que se te pueda ocurrir, pero ahora el ambiente sombrío en las calles forzado por mi romántica cabeza y los maratones de terror en la televisión han sido sustituidos por los apendejadores y jaraneros adornos de Navidad, con sus paletas de luces y esos pésimos Santas de malisimo gusto que cuelgan de una ventana. Eso es suficiente, oh, suficiente para que todas y aún más cosas que imagina mi pasivo-agresiva y misógina mente ocurran. Me odio tanto.
Ya estoy fuera, las últimas clases son las únicas que puedo narrar a detalle, por ser las que más fugaces necesito sentir, pero como hábito del cerebro complaciente, más flemáticas son; nada pasa a la brevedad y mirar por la ventana ya no basta para carcomer el lapso de las trastornadas doctrinas en una mente enemiga. Al caminar mi piel degusta al Sol con un cálido y laxo serpenteo por cada vello que halla descanso de su inútil tarea para protegerme del frío. Distendedor como cualquier afable sensación, pero esta me hechiza particularmente, pues se aleja de mi conjetura corpórea y raquídea cuanto a como se debe sentir estar muerto... y sin embargo me gusta.
La parte luctuosa de mi mente entra en reposo al entrar en tacto social. Todos los días me sustento en la solidaridad de quienes vivan cerca de mi casa, para usarlos como auto-amigos (título acuñado por mí mismo para gente que no considero mis amigos, pero me dejan subir a sus autos así que están exentos de mi vituperable prejuicio).
Normalmente evoco palabras hasta del culo, pero por estas horas del mediodía, me da fatiga hablar. Desconozco el modo en que he logrado domar a mi mente en varios aspectos inanes a corto plazo, pero cruciales para la cordura al largo. Transito las mismas calles, las mismas tiendas, las mismas casas y creo que comienzo a atisbar hasta a las mismas personas, pero no me hastía, porque emergen nuevas finuras en la tercermundista vista a medio destartalar, con gente de todo tipo caminando y trotando al cruzar las avenidas.
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The Evermirror
FantasiaKae Kobayashi está inconforme con su vida, siempre soñando de algo emocionante, pero cuando algo cambia su vida, resultarán emociones contrarias a lo que hubiera deseado...