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     Las tardes de otoño son siempre las mismas; monótonas. Las hojas secas caen, a veces también cae lluvia, la temperatura es más o menos la misma y en Central Park las personas parecieran ser las mismas todos los días. Aquella viejita alimentando palomas, los carros de caballos llevando enamorados, las personas solitarias caminando para tomar un respiro de sus agotadoras vidas, las familias los Domingos y yo sentada en la misma banca, leyendo el mismo libro (si es que no lo he terminado aún por supuesto).
El silencio que se siente cuando el libro me absorbe por completo es tranquilizador. Ni un ruido de los autos en las calles se oye, ni siquiera las personas discutiendo, ni el simple ruido de las hojas moviéndose al son del viento en las ramas de los árboles, solo mi libro y yo. Lo único a lo cual le ponía tanta atención como a la historia era al cantar de las aves, porque siempre ha sido lo que más me ha apaciguado en la vida. Todo estaba en calma, como siempre, pero de pronto escuché el sonido de mi celular, anunciando un nuevo mensaje. "¿Qué haces?" se apreciaba en la pantalla de éste, el destinatario era Diego. No podía ser tan milagrosa tanta tranquilidad.
Ignoré el mensaje y continué la lectura, nada más me quedaba un capítulo para terminar y odiaría extraordinariamente (o no tanto) que alguien me interrumpiera justo en este momento. Pero el aparato vuelve a sonar "¿Por qué ves el celular y no respondes?". Eso sonaba bastante aterrador, por lo que me di cuenta que Diego se encontraba en algún lado del parque observándome, como un asesino o algo así; perturbador. De todas formas continué la lectura, me pareció normal que Diego molestara, hace varios días que no se aparecía.

Al cambiar la página sentí un jalón de cabello, al cual obviamente reaccioné rezongando y tocándome con la mano el lugar en cuestión de mi cabeza.
- ¿Qué hay Alicia? – seguido de la sensación que causa cuando alguien se sienta a tu lado. Mientras seguía con una mano en la cabeza, bajé el libro y miré a Diego sospechosamente.
- ¿Y tú? ¿Te perdiste? ¿Tienes algo en contra de mi cabello o de la tranquilidad de la gente?
- ¿Por qué eres tan terca cuando te lo propones? – dijo moviéndose en el asiento con las manos en los bolsillos.
- Porque me fastidias – me arreglé el cabello y volví a subir el libro pretendiendo volver a la lectura, acto fracasado, Diego me lo arrebató en un segundo.
- ¡Oye! Estaba en la mejor parte.
- Ah sí, la parte en la que llego a pedirte una cita por mil quinienta vez más.
- Y ahora viene la parte en que la chica del cabello negro toma su libro, se levanta de su asiento y se va lo más rápido que puede – actué lo que acababa de decir. Él se levantó rápidamente y me siguió el paso.
- ¿Por qué me odias?
- Porque puedo – lo miré graciosa, no era cierto, pero no podía llegar en un momento menos adecuado.
- Ya, en serio – me detuve en seco para poder mirarlo bien. Suspiré mientras ponía los ojos en blanco.
- ¿Qué quieres?
- Ya lo dije, una cita, solo una.
- Sabes que no quiero y cuando yo digo no, es no. Deberías saberlo, todos lo saben – hice de ademán de caminar hacia un lado, pero me detuvo.
- Yo no soy todos.
- Todos dicen eso – esta vez sí avancé a paso seguro hacia el cruce.
- No puedes ser tan imposible como todos dicen – dijo mientras me seguía el paso. Lamentablemente el semáforo dio luz roja para peatones y tuve que esperar, por lo que logró alcanzarme.
- ¿Dicen que soy imposible? – esbocé una sonrisita maléfica.
- Ah, como si no lo supieras – dijo metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón, balanceándose hacia adelante y atrás, mirando hacia todos lados. Su expresión había cambiado a algo un poco molesta. No dije nada, solo lo observé. Hace bastante tiempo que cambié mi pensamiento para que no me afectara el qué dirán, incluso cuando yo misma comencé a crearme una reputación no tan buena.
- Con eso no logras ni un mérito ¿sabes? – luz verde y caminé. Diego me siguió caminando a paso firme como si demostrara molestia, pero en realidad no entendía por qué, si no tenía ninguna razón para estarlo.
- Ah y dime que alguna vez creé mérito ¿cierto? – me miró.
- Eso solo lo sé yo – esbocé una sonrisa – y si sigues así, lo seguiré sabiendo solo yo.
Hubo un silencio durante unos treinta segundos, solo se podía oír el sonido de la suela de los zapatos golpeando el suelo. Luego Diego suspiró profundamente.
- Quiero conocerte, me muero por conocerte – dijo casi en tono de súplica. Qué horroroso.
- Entonces muérete – seguí caminando riendo en mi interior. Si había algo que podía darme toda la diversión del mundo era molestar a Diego.
Seguí caminando hacia mi cafetería favorita para poder terminar de leer el libro de forma más cómoda y de paso tomar un café. Lo que más me agradaba en la vida era tomar un café al calor del calefactor y leer, lo que fuera, incluso el periódico, me daba una satisfacción única de libertad y paz personal. El día de hoy en especial me molestaba mucho más que Diego estuviera revoloteando como mosca, había tenido tanto tiempo sin poder leer que apenas tomé el libro lo devoré por completo, a lo cual obviamente que me interrumpieran no era lo esperado. Además, como lograba conocerlo un poco, sabía que no me libraría de él tan fácilmente. Esto podía reflejarlo en que ya habíamos caminado unas tres cuadras y aún me seguía el paso, pero no existía conversación alguna. Yo no tenía ninguna intención de hablarle de algo, pero que me estuviera siguiendo sin motivo aparente, aparte de su tan anhelada cita, daba miedo.
- Oye, me estás aterrando un poco– paré y volteé para mirarlo, a lo cual abrió mucho los ojos y luego espetó.
- ¿Me hablas a mí ahora? Ah, disculpa, yo solo voy por un café a mi lugar favorito en toda la ciudad – dijo tratando de imitarme y con un tono sarcástico que se podía notar hasta China. Me rodeó y siguió caminando. Otro golpe para mi humor de este día, pero me sentía tan tranquila que no dejaría que lo alterara significativamente. Suspiré hondo pensando qué iba a hacer con este hombre para que me dejara en paz de una buena vez y seguí caminando detrás de él. Una cita quería, una cita tendrá, o que al menos eso le hiciera creer.
Me uní a su paso con más prisa. Lo observé un momento hasta que notara mi atención.
- Si quieres podemos tomarnos un café, pero debes esperar a que termine el libro. Me quedan muy pocas páginas y llegaste en el peor momento a molestar.
- Qué pesada eres – hizo una pausa para crear algo de suspenso, creo – está bien.
- Bueno, si crees que soy pesada, puedes tomar café en tu casa y solo. Yo no te recomendaría mi pesadez en tu vida, qué horror – me quedó mirando con una expresión en los ojos que no podía dilucidar bien si es que estaba enojado o intentaba ser tierno, pero después de un rato comenzó a incomodarme. No dijo nada y bajó la mirada.
Luego de una cuadra llegamos al café Expresso, que como bien aludió Diego, era uno de mis lugares favoritos de la ciudad, demasiado acogedor para ser nada más un negocio de café. En invierno prendían un gran calefactor parecido a una chimenea, pero en realidad es eléctrico para no contaminar. Junto a él, colocaban una gran alfombra para que los niños más pequeños pudieran sentarse y jugar, asimismo alrededor ubicaban algunos sillones en forma de media luna. La idea era poder sentirse como en casa, pero poder tomar un café de gran calidad y como mi casa no era para nada así, me gustaba mucho más.
Al llegar nos ubicamos en una butaca junto a la ventana y la atención fue inmediata. Como pretendía terminar de leer las últimas páginas del libro, no pedí café hasta que terminé, así que Diego decidió esperarme. Demoré un par de minutos, lo que lo sorprendió, para luego quejarse por mi comportamiento exagerado frente a su intervención en el parque, pero no lo tomé en cuenta. Finalmente decidimos ordenar café y unas deliciosas galletas caseras recién hechas.
- Ves que podías tener una cita conmigo –sonrió satisfecho.
- No cantes victoria, yo decidiré si es una cita o no cuando acabemos – dije hundiendo una galleta en mi café, di un bocado y posteriormente bebí un sorbo de café.
- No me daré por vencido tan fácilmente – sonrió y tomó una galleta.
- Deberías.
- He logrado lo que muchos quieren hasta ahora, tan solo hablar contigo.
- Ya estás hablando a lo loco – dije sonriendo para luego tomar una galleta y juguetear con ella. No dije nada durante unos minutos, solo bebía café y comía galletas en intervalos; él me observaba. Jamás he sido el tipo de persona a quién le mataba el silencio incómodo, al contrario, lo disfrutaba bastante. Pensaba en cómo la otra persona se molía las neuronas tratando de descifrar qué decían las mías y que eso le hiciera sentir nervios, mientras en realidad nada ocurría y es probable que la mayoría de las veces nada ocurra en el cerebro de nadie. Diego, en cambio, era este tipo de persona. Miraba alrededor y luego a mí de nuevo, jugaba con la cuchara moviéndola de un lado a otro, pero no bebía café.
- ¿Cuál es el punto del silencio tan largo? – dijo finalmente.
- Hacerte entender que no eres privilegiado en nada – hice una pausa – jamás nadie lo será – esto último lo dije un poco más bajo, por lo cual no puedo asegurar que lo haya oído o no.
- Nada más lo digo porque creo conocerte más que los demás – lo miré con los otros entre cerrados, estaba comenzando a darse atribuciones que no tenía.
- ¿Cómo es eso? – ladee la cabeza.
- Eres terca y tienes un pasado oscuro o algo así extraño que te hace ser de esa forma – solté una risa sarcástica, no podía creer que porque se enteró alguna vez de una historia por ahí se crea con el derecho de decir que sabe de mí. Ocurre por circunstancias no tan favorables que Diego es el mejor amigo de mi hermano, Francis. ¿Qué tan extraño es que el mejor amigo de tu hermano, mucho mayor que tú, por cierto, te coquetee de forma tan impresionante? Muy extraño, porque Diego es como esos niños de la escuela a los cuáles ves crecer desde primaria, ver cómo pasaba de jugar en el barro a comer bichos, para luego pasar por la pubertad, la secundaria, el cambio asqueroso por el que se atraviesa y luego se un hombre; o sea, prácticamente ver a tu hermano. Por más que haya pasado mucho tiempo desde que nos conocemos, no le da ninguna facultad para conocerme. Me puse seria inclinándome hacia la mesa y mirándolo le dije.
- Primero, no me conoces nada, piensas que sí por cosas muy generales que has dicho, pero no. Segundo, es bastante insoportable que seas el mejor amigo de mi hermano, hace las cosas más difíciles, más incómodas, más intolerables.
- Tú comienzas a ser intolerable – dijo cruzando los brazos sobre la mesa. Comenzó a arderme la rabia un poco, pero me calmé porque no tenía ánimos de pelearme. Luego continuó.
- No entiendo por qué a todo le buscas una complicación, quizá es el destino diciéndote toda tu vida que yo debo ser parte de la tuya – dijo esto último tomando mis manos, de lo cual me zafé enseguida.

No dije nada. Pedí la cuenta, la cual Diego se rehusó a dejarme pagar, por lo que mientras él pagaba me paré y apresuré el paso, pero estuvo a mi lado en pocos minutos. Caminamos en silencio por un par de cuadras hacia la parada de buses. Podía notar que él me observó casi todo el tiempo, pero yo mantenía mi vista hacia el frente. Casi llegando a la parada, Diego habló.
- La verdad es que no te entiendo mucho – dijo sacando una cajetilla de cigarrillos, ofreciéndome uno.
- ¿Qué es lo que no entiendes? – saqué uno y esperé a que prendiera el suyo para luego hacerlo yo. Ya habíamos llegado al lugar donde yo tomaría el bus a casa, él solo debía seguir caminando un par de cuadras, no vivía lejos de allí.
- Eres muy diferente ahora mismo... - fumó un poco - me refiero a que en la universidad no te muestras de esta manera. Eres más dura con todos, a todos les pareces interesante y por eso eres tan popular, o sea – me miró queriendo retractar lo que dijo – no es que no seas interesante, claro que lo eres, hay algo en tu actitud firme y un poco arrogante que a todos les atrae mucho. Pero sola, eres diferente, como si te quitaras la coraza. O sea ¿lees libros, vas al parque y escuchas el cantar de los pájaros? Pero ¿luego qué? – me observó un momento, creo que esperaba que yo respondiera algo. Seguí fumando y miré hacia la calle esperando el autobus que me llevaría a casa.
- Y luego haces el berrinche de tu vida para llamar la atención de todos porque sabes que están atentos a tus movimientos – continuó y miró hacia adelante balanceándose. Soltó muchas palabras e información de forma tan rápida y repentina que mi cabeza casi colapsa dentro de ese párrafo de expresión. El fuego que quiso arder dentro de mi hace rato comenzó a avivarse mientras Diego soltaba cada palabra. Sentía un amor-odio por la opinión ajena, porque sí, amaba sentirme poderosa como una tendencia y que hablaran de ello, pero a la vez odiaba de gente como él que traspasaba los límites permitidos para comenzar a juzgar mi actuar. No lo soportaba, por esa razón es por la que soy ahora de esta manera.
Solté el humo de mi boca de a poco mirando el piso, mientras intentaba calmar la furia que corría deprisa dentro de mí.
- Si es interesante, se hace y ya - solté y por no querer decir nada más que pudiera herir su pequeña argumentación nefasta.
- No lo creo, por eso te hablo de esto.
- ¿Qué quieres ser como un padre y hablarme de lecciones de vida? – volví a fumar, ya estaba muy enojada y el filtro de palabras podía romperse en cualquier momento.
- No, pero si no quieres salir conmigo, al menos acéptame una amistad
- Con ese discurso no estás haciendo mérito ni para ser conocido – boté el cigarro y luego lo pisé – hay cosas que no te incumben, así que mantén la boca cerrada si quieres mantenerte así de guapo como eres.
Vi el autobús a lo lejos por lo que me preparé para hacerlo parar y luego abordarlo. Mientras subía Diego dijo por última vez.
- Quizá yo pienso cosas buenas de ti – dijo sonriendo sin mostrar los dientes, como de esas sonrisas amistosas.
- Me parece – dije ya arriba del autobús, mientras me aproximaba a pagar. Las puertas se cerraron y buqué un asiento en la parte de atrás del bus, mientras veía por la ventana como me alejaba de Diego, quien se había quedado parado mirando como el autobús se iba.
Seguía pensando en su lección que intentó darme o que en realidad intentó comenzar y no podía entender por qué razón le importaba tanto o era capaz de hacer juicio de mí. A lo que me refiero es que se vea a él primero, tiene 26 años y actúa como un adolescente todavía, pero yo no ando diciéndole qué debe hacer, no me incumbe. He aprendido que en esta vida debemos verla por nosotros mismos, que al final del día la consecuencia de nuestras decisiones son nada más que nuestras. Por otro no creo que mi actitud tenga algo malo, solo aprendí a crearme un escudo para defenderme y no dejar pasar a aquellos que quisieran hacerme daño. Después de muchas malas decisiones e incluso antes de ser la persona que soy ahora, pude comprender que no quiero temerle más a los demás y si es necesario, que ahora los demás temieran de mí.

Al llegar a casa llamé el nombre de mi madre pero no hubo respuesta y un "otra vez" pasó por mi mente, como muchas veces ocurrió antes. Se oía música un tanto fuerte desde el segundo piso, asumí que era uno de mis hermanos por lo que no hice caso. Subí corriendo hacia mi habitación y me encerré a terminar trabajos de la universidad, pero no podía concentrarme pensando en el patético discurso de Diego y lo furiosa que estaba con él o con personas como él.


Dos piezasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora