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 La semana volvía a comenzar con el día más odiado por el ser humano, el Lunes, pero en realidad yo nunca entendí por qué tanto odio para este inocente día. Es obvio, podrían decir algunos, ya que comienza la semana una vez más, las obligaciones están en puerta de nuestra vida y la cómoda satisfacción de descanso del fin de semana acabó ¿pero qué culpa tiene el Lunes de tu atareada vida o de que alguien en el universo lo haya puesto justo para comenzar la semana? Por estas razones siento pena por el Lunes y puede que sea el día que más disfrute de la semana, debido a que yo lo veo más que una nueva oportunidad para hacer un pequeño borrón y cuenta nueva, y comenzar todo lo que quisiste una vez más, incluso ser alguien nuevo. 


 Mientras pensaba en mis propósitos para la semana (porque sí, me había convertido en alguien tan optimista y segura de las cosas que podía hacer que decidí establecer propósitos todos los Lunes), buscaba la ropa que elegiría ese día para ponerme. Nunca he sido el tipo de mujer que se demora horas en arreglarse o se demora horas en comprar ropa, soy más práctica en ese sentido. No me gusta sentirme incómoda y sé lo que me queda bien, así que no lo pienso dos veces, tomo lo que me imagino en mi mente y lo visto. Esta semana debía entregar varios trabajos, los cuales tenía ya terminados o casi, por lo que me daba gusto saber que tendría tiempo para hacer cosas personales o estudiar para las pruebas escritas.
Estaba terminando de atar mis botines cuando mi celular emitió el sonido que avisaba la llegada de un mensaje, me acerqué un poco para ver de qué se trataba.
"Buenos días, espero no me odies ¿te veo en la universidad?" Decía el mensaje de Diego. Me revolvió el estómago un poco, hace bastante tiempo que nadie me mandaba mensajes cursis de buenos días o cosas por el estilo y además sentía que estaba tratando de traspasar una línea muy gruesa que por todos lados tiene señales de "atrás, cuidado, aléjese", lo cual me molestaba mucho.
 Para mi mala suerte, Diego luego de salir de su carrera, hizo un magíster que lo llevó a ser el mejor de su generación en la carrera de economía hasta ahora, por ello se mantiene en la universidad dando un par de clases y tutorías. Debo decir que lo único que si me atrae bastante de él es su intelecto, pero luego lo miro y no comprendo cómo en ese cuerpo y era cara tan idiota podía haber un IQ tan alto. A pesar de que él y mi hermano se conocen desde pequeños, en la universidad, las fiestas y el alcohol, los hicieron hacerse aún más cercanos, si es que eso era posible. Desde entonces ha pasado mucho más tiempo por casa y casi todos los lugares que yo concurro, ya que mi hermano y yo tenemos gustos muy parecidos a pesar de nuestra diferencia de edad.

 Luego de estar lista, busqué mi mochila en la silla que se encuentra junto a la ventana y bajé a desayunar. Mientras bajaba las escaleras podía sentir el olor de las tostadas y el café recién hecho, algo bastante agradable para un lugar tan horroroso como era mi casa últimamente. Lancé mi mochila en el sillón del salón para luego entrar a la cocina, donde estaba mi hermana y mi tía, quién estaba arreglando la mesa para desayunar.

- Buenos días, cariño – dijo mi tía mientras acariciaba mi cabello, yo la besé en la mejilla. Mi hermana estaba sentada frente a uno de los platos y cubiertos que mi tía habría puesto previamente, tenía la cabeza sobre las manos y los codos apoyados en la mesa, dormitando.
- Pareciera que alguien no durmió bien – dije sonriendo mientras me sentaba junto a ella. Hizo un ruido de molestia y se movió un poco.
- Cállate.
- No le hables así a tu hermana y desayuna pronto, llegarás tarde a la escuela – de mala gana se enderezó en su silla y comenzó lentamente a servirse el desayuno.
- Qué pasa con esos ánimos, Susan.
- Déjame en paz – dijo a regañadientes mientras untaba mantequilla en una tostada.
- Sucede que Susan llegó tardísimo anoche – dijo mi tía Amelia mientras se sentaba en su lugar. Observé a mi hermana enfadada, porque era probable que le haya pedido a mi tía que no me dijera nada. No me molestaba nada que saliera, sería bastante inconsecuente de mi parte, pero yo comprendía totalmente que las responsabilidades dicen que no puedo salir un Martes por la noche cuando en Miércoles tengo que levantarme temprano. De todos modos, la comprendía, Susan es mucho más joven, está descubriendo apenas la vida y quiere todo ahora ya. Lo que me preocupa es que en cas no tiene las mejores influencias con mi madre.
- Se te está pegando lo de mamá – dije sarcástica, mientras me servía café. Me quedó mirando con furia, como si en cualquier momento fuera a tomar la cafetera y me la quisiera tirar encima para herirme de la forma más fácil.
- Al menos yo no tengo tu reputación – dijo mientras volvía concentrarse en su tostada. Yo solo reí.
- Al menos tengo una reputación – dije mientras sonreía. No quería hacer de esto la gran pelea del siglo, por lo que no hice más comentarios al respecto y menos me afectaría su comentario.
- Ya, no discutan. Yo ya la regañé ayer, Alicia, así que no te preocupes – dijo mi tía con su sonrisa tan dulce que calmaba cualquier huracán – Pero tu hermano no ha llegado ni hasta ahora.
- Francis tiene 26 años, tía. No tiene por qué darle explicaciones a nadie.
- No dices lo mismo de mamá, que por supuesto es mucho mayor – dijo Susan con tono burlón quizá tratando de volver a iniciar una pelea, pero no lo lograría.
- Francis no tiene tres hijos que dependen de él, no entiendo cómo puedes compararlo – Susan suspiró para luego continuar con su desayuno. Ella todavía no asume completamente todo el asunto de nuestra madre.

Dos piezasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora