Capítulo 4

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Me levanto sintiendo una extraña sensación que me acapara el pecho, cada vez que estoy triste me siento así, solo que en esta ocasión no entiendo el motivo, al bajarme de la cama siento el frío piso bajo mis pies descalzos. Mi cuerpo se siente aturdido, como si la noche anterior hubiera sido demasiado larga y aún así no poder descansar.

Suelto un suspiro de derrota al ver la imagen que me brinda el espejo, efectivamente luzco como alguien que no ha dormido en mucho tiempo, con mi cabello castaño todo marañado y debajo de mis ojos unas bolsitas llegando a un color más oscuro, mientras más busco el porqué de sentirme así mas incomoda me siento conmigo misma, recojo mi cabello en una cola y sigo mirándome en el espejo.

Desde que Leo mencionó a nuestros padres el otro día, una alarma se me activo en la cabeza, no dejo de pensar en casa, en la vida que llevábamos y como nos fuimos, nadie nos ha contactado nunca, ni siquiera el personal de la casa que nos demostraban mas cariño que nuestros propios padre, recuerdo llevarme muy bien con el portero y su perro Golden, siempre me lamia los dedos en forma de saludo cuando llegaba de la escuela, era viejo y regordete, era un perro muy tierno, tal vez murió, ya estaba algo cansado.

Camino al cuarto de Leo y toco la puerta, no responde, se que aún está durmiendo y como es una costumbre suya la puerta no tiene seguro. Entro a su cuarto y me escurro a su lado, se queja porque lo he despertado.

-¿Lis?

-¿Quién más podría ser?– se acomoda y me acuesto en su pecho- No podía seguir durmiendo, me siento rara... no sé, en estos días me he sentido diferente.

-Lo sé, yo igual- dice con voz ronca– Quizás necesitemos vacacionar un poco.

Si hay una persona en el mundo a la que quiero incondicionalmente es a Leo, siempre ha estado para mí en todos los momentos que he necesitado de el, es mi fortaleza, mi roca, yo no sería esta Lis sin el, aunque tengo mil fallos y soy una mimada berrinchuda, el me quiere tal como soy.

–Hoy es su aniversario– lo miro- De nuestros padres.

–No lo recordaba- me dice, pero se que miente, Leo no olvida nada que venga de nuestros padres.

–Seguro harán una grandiosa fiesta- bufa– No se que dirán cuando le pregunten por sus hijos.

–Que tu estas en estados unidos estudiando, haciendo lo tu postgrado, que yo estoy promoviendo una campaña mundial a favor del medio ambiente en un país de oriente medio.

-Muy ocurrente- ríe– Aunque si los imagino diciendo esas cosas

Nos levantamos y nos preparamos para ir al taller, solo nos quedan tres días antes de irnos de viaje, convenzo a Leo para que me deje conducir. Me gusta estar en el taller, los chicos son geniales, así aprovecho y converso con Lana cuando está, aunque sea un recordatorio de el trabajo que hace pocos días deje solo que de vez en cuando me topo con el «Me reservo la palabra» de ya saben quien.

¡Que me pone nerviosa!

¿De dónde saca eso?

Ni en un millón de años ese ególatra me generaría tal sentimiento.

Al llegar al taller está todo abierto, Kelvin se encarga de hacerlo todos los días, los chicos son muy responsables. Entramos sigilosamente al salón principal hasta pasar a la parte trasera del taller. Leo se detiene y yo me detengo igual, escuchamos voces, como si estuvieran discutiendo, discutiendo algo que no quieren que alguien más escuche.

Son Lana, Frank y Adam

Frank le reclama a Lana por no haberle dicho algo a mi hermano, Lana insiste en que el no debe de saber y que yo tampoco debo saber, no se que carta juego aquí pero me mencionaron, Adam dice que el viaje no puede ser cancelado por eso, que no entiende de que hablan, pero que apoya a Lana porque no quiere que el viaje se cancele.

C.A.O.S ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora