Christopher Lowell había insistido en acompañarme. No me quejé pues realmente quería que lo hiciera. Necesitaba sentir que por lo menos la tarde de Nochebuena la pasaría acompañado por alguien.
Una hora después, cuando la noche casi había empezado, llegamos a la entrada de mi hogar. Era una casa pequeña, pero bastante equipada, ubicada casi al extremo de la ciudad. Estaba pintada de colores pálidos y tonos grisáceos, y además tenía como adorno unas cuantas lucesitas navideñas.
–Gracias por acompañarme. También por lo del taxi. Bueno, en realidad por todo.
–No fue nada, Vanessa.
Me quedé absorta en sus ojos mientras él trataba regalarme una sonrisa perfecta, algo que no logró conseguir por su famosa forma de apretar sus labios.
–¿Quieres pasar?–pregunté por cortesía. Ni si quiera había pensado en que el rico ejecutivo pisara el suelo de mi casa.
–No quiero molestar. Tienes que hacer la cena para Navidad.
Protesté dando un largo suspiro.
Ya no sabía si de verdad tenía ganas de cenar. John me había dejado y Chris había hecho que dudara de mis costumbres. Además estaba cansada por haber caminado tanto tiempo.
No estaba tan segura de querer seguir celebrando.
–Entonces, ten. Esto es tuyo.
Quité mi fuente de calor y la volví a acomodar en los brazos de Lowell. Él se revistió con su formal atuendo cuando lo ayudé a acomodar su cuello.
–Listo–le sonreí.
El frío había vuelto a entrar a mi cuerpo, mas hice el esfuerzo por ocultarlo.
–Bueno pues fue un gusto charlar con usted el día de hoy. Espero que nos podamos relacionar más seguido en el trabajo.
–Sí, yo también lo espero.
Me sentía rara. Él seguía mirándome y de pie frente a mí. Yo no sabía que más decir, por lo que solamente le volví a sonreír.
–Eh, ya debo irme. Nos vemos después de la Navidad–se despidió estrechando su mano izquierda.
–Nos vemos–devolví el gesto y agarre su mano.
Él trató de alzar sus comisuras, pero ya era algo que veía como imposible. Una vez soltamos nuestras manos, Lowell caminó por la acera de mis vecinos y yo me arrinconé en una esquina de mi casa. Lo veía caminar mientras la nieve cubría sus hombros y su cabello castaño.
Por alguna extraña razón, tenía un sentimiento de culpa. Así que antes de que él pudiera marcharse por completo, abrí la cerradura de mi casa y entré sintiendo que la calidez me embargaba.
Al adentrarme a mi aposento, lo primero que presencié fue a Ken. El perrito jugaba con el muñeco de nieve que mi hermana le había dado para que se entretuviera. Me bajé y le acaricié el pelaje en cuanto llegó a mis pies.
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El verdadero significado {Completada}
Historia CortaHistoria hecha para el concurso Serendipia... #863 en Historia Corta el 23/dic/2016. #906 en Historia Corta el 26/dic/2016. #832 en Historia Corta el 27/dic/2016.