Ichigo Daifuku.

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Lo miré, tan hermoso que me dejaba sin aliento.

Y tan miserable.

- Señor Hades, déjeme ayudarlo a...

- ¡No! - Me interrumpió él, alarmado. - ¡No te acerques!

Yo, en shock, retrocedí. Por más que lo intentara no podía acercarme a él. Hades Aidoneus no dejaba que nadie se acercara.

Y por ese mismo motivo, Zeus me llamó. Me había impuesto como deber acercarme a Hades y enseñarle sobre los humanos.

Pero, ¿cómo iba a hacerlo si no me dejaba acercarme a más de cuatro metros de él?

- El tío Hades siempre ha sido igual. - Me explicaba el Dios luminoso. - No deja que las personas se acerquen a él.

- Pero debe haber algo que yo pueda hacer para acercarme...

- Parece que le gustan los pastelitos de arroz. - Acotó Dionisio.

- Y las fresas~ - Agregó Apolo.

- De acuerdo... - Me agarré la cabeza con las manos, algo desesperada por que funcionara. - ¡Si le gustan los pastelitos de arroz y las fresas le prepararé pastelillos de arroz con fresas!

- Es una buena idea. - Comentó amable Baldr.

- ¡Ten fe, seguramente funciona! - Me animó Yui.

Lo único que quedaba era ir a la cocina a preparar los dichosos pasteles.

Con lo lindos que me quedaron nadie sospecharía lo mucho que me costó hacerlos. Los pasteles infernales quedaron deliciosos, según el control de calidad de Loki.

Me dirigí hasta la habitación del hombre al que le debía mi estancia en el jardín de los dioses y toqué la puerta.

De más está decir lo nerviosa que estaba.

Cuándo por fin abrió me miró sorprendido, me iba a dejar pasar hasta que recordó algo.

- ¿Necesita algo, señorita? - Me preguntó, inocente, sin abrir la puerta del todo.

No se me ocurrió qué inventarle para que me dejara pasar así que hablé con la verdad.

- Vine a regalarle pastelillos de arroz rellenos de fresa.

Él abrió mucho los ojos, asombrado.

Me explicó que no conocía la existencia de tales manjares.

Me dejó entrar en su habitación. Parecía estar emocionado a la par de nervioso.

En la mesa dejé los famosos pastelillos y abrí la bolsa de tela que los contenía.

La mirada del Dios griego brilló como el cielo despejado por la noche, repleto de estrellas.

Cuando probó el primero se sonrojó y sonrió, extaciado.

Entonces caí en cuenta de lo mucho que aquel Dios merecía sonreír.

Debía hacerlo más a menudo.

Kamigami no Asobi: Lo que esconde un corazón sagrado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora