Capítulo 2

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-Aura

Una voz suena en mi cabeza, pero no logro ubicarla, ni descubrir de donde proviene. Tampoco me importa. Floto tranquilamente en la nada más oscura. Los acontecimientos del día anterior se me antojan como algo muy lejano, como si hiciera muchos años de mi llegada a Nueva York. 

-Aura

Otra vez esa voz. Suave, susurrante, como llegada de tierras muy lejanas. Tal y como hablaría Dios, si es que hay un dios que quiere comunicarse conmigo desde la inmensidad.

-Aura, por favor, llegamos tarde

Algo dentro de mi se agita. Sí. Llegamos tarde. No sé que hora es, pero sé que es tarde. Mis momentos de cordura se ven aplastados por la tentadora sensación que llena mi pecho, permanecer lejos del mundo por un rato. 

Algo me arranca de mi estado de paz y me arrastra a la realidad. Pablo está cargándome con un brazo y me lleva hacia el baño del hotel. Poco a poco voy recobrando la cordura. Él me alcanza mi cepillo de dientes, y me lo coloca entre las manos. Miro al espejo confusa, con los ojos aun entrecerrados, nada parece tener sentido para mi agotada mente. Entonces veo el reflejo del reloj de Pablo: 7:45. Y me despierto. Me apresuro a lavarme los dientes corriendo mientras él mete todas nuestras pertenencias en un par de maletas, tirándolas de cualquier manera. Me paso el cepillo por el pelo, histérica. "No puedo perder ese vuelo". Me miro apenada, tengo aspecto de no haber dormido en meses. "Si te hubieras levantado antes hubieras podido ducharte, hubieras escogido tu ropa detenidamente, te hubieras adecentado el pelo y te hubieras maquillado lo justo para parecer viva". Pero no, me había quedado dormida. 

Salgo corriendo y me visto apresuradamente con lo único que Pablo dejó sobre mi cama. Él prácticamente me arranca el pijama para poder guardarlo en mi maleta. En cualquier otra situación no le habría permitido hacerlo, pero ahora mismo necesito toda la ayuda que pueda obtener. El vuelo sale en 13 minutos. 

Corremos hacia el ascensor, Pablo carga ambas maletas. No hay ni rastro de los chicos.  El viaje en ascensor apenas dura unos segundos. Corremos por el vestíbulo y yo paro para devolver la llave de la habitación y sonreír afablemente al encargado. Cuando salimos a la calle el todoterreno negro ya está esperándonos. Nos arrojamos a nuestros asientos con las maletas en mano, y el coche arranca antes de que podamos cerrar la puerta. 

-¡Maldita sea! ¿Se puede saber qué os pasa? -Andrés eleva la voz mientras nos mira por el espejo retrovisor.

-Lo siento mucho, ha sido culpa mía, me he quedado dormida.

-Joder Aura. -Andrés golpea la puerta con todas sus fuerzas. -Precisamente tú deberías haber estado alerta.

Andrés peca de impulsivo. Y muchas veces grita para llevar la razón cuando sabe que no la tiene. Pero esta vez sí la tiene.

Por suerte el trayecto del hotel al aeropuerto es muy breve, de lo contrario habríamos perdido el vuelo con toda seguridad. Noel detiene el vehículo de alquiler en el aparcamiento, todos tomamos nuestras maletas y corremos cruzando el aeropuerto de lado a lado. La gente se detiene y nos mira, nos saca fotos, escucha a algunas chicas gritar y veo que algunas echan a correr tras nosotros. El equipo de seguridad las detiene y las mantiene a cierta distancia mientras facturamos el equipaje. En cuanto todo está listo corremos hacia la puerta de embarque. Todo el mundo está ya en el avión. Subimos precipitadamente y tomamos nuestros asientos. Yo como siempre me siento con Diego. En algún momento de nuestra relación decidimos que volaríamos siempre juntos. Jamás dijo: "Vuela conmigo", pero jamás nos sentamos con ningun otro. Yo siempre voy junto a la ventanilla, y ambos pegamos la cabeza al cristal mientras el avión despega. 

Es un alivio estar ya en el aire. Realmente creí que íbamos a perder el vuelo. Diego y yo hablamos emocionados de todas las cosas que haríamos en Australia. Íbamos a pasar allí casi todo el verano. Diego y Pablo me enseñarían a hacer surf, bucearíamos e iríamos a la playa todos los días. El paraíso. El vuelo se prolongó durante casi once horas. Todos los chicos durmieron, pero yo era incapaz de apartar la vista de la ventana. Me fascinan las nubes, los océanos, la sensación de estar tan arriba y pensar en las vidas de todas las personas que están ahí abajo. Alrededor de las siete de la tarde, mientras sonaba "Wir sehn uns dann am Meer" de un grupo alemán en mis cascos, divisamos Sydney a lo lejos. Despierto a Diego con un codazo en las costillas y ambos miramos por la ventanilla emocionados. Saboreando ya el dulce sabor de todas las aventuras que sin duda íbamos a vivir. Entonces de improviso sonó "Treasure" de Bruno Mars. "Maravilloso modo aleatorio" sonreí para mis adentros. Le pasé un casco a Diego y ambos comenzamos a bailar y a gritar en silencio cada línea de la canción. 

-"Queridos pasajeros, abróchense los cinturones, el vuelo está a punto de aterrizar en Sydney, Australia, espero que hayan disfrutado del viaje y que disfruten de su estancia". 

-La disfrutaremos. -dice Diego mirándome con una gran sonrisa.

Y de algún modo, sus palabas sonaron más como una promesa que como una simple afirmación. 

Rolling like a Rolling Stone (5SOS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora