10 •Lagrimas, lagrimas y mas lagrimas•

20 1 0
                                    


Demonios, demonios, demonios, demonios.

Mi secreto había sido descubierto, y por la persona menos indicada. Tenía que encontrar a Isaac, debía hablar con él, madre de Dios. Estaba sola en esto y nadie podría ayudarme.

Salí corriendo de casa, y choqué de frente con alguien, provocando que cayese al suelo.

-Lo siento – me lamenté, para mis sorpresa Cory era la victima de mi choque.

- Oye, ¿Qué tal Aria? ¿Estás bien? – dijo con un tono de preocupación.

-Sí, oye ¿De casualidad no sabes donde vive Isaac? – interrogué, sé que Cory no es la mejor persona para preguntarle eso pero... estaba desesperada, ¡Entiéndanme!

-¿Por qué preguntas eso?-me miró confundido

- Él... tiene algo que me pertenece - mentí, bueno realmente no es una total mentira, pues él tiene un secreto que me pertenece ¿Verdad?

-No, no sé donde vive, lo siento – inquirió con semblante serio.

-Oh, está bien, hasta luego – saludé, caminando apresurada pero la voz de Cory me interrumpió.

-Aria, sabes que puedes confiar en mí- su voz era firme, algo andaba mal.

- Lo sé, gracias Cory – agradecí algo confundida y me dispuse a seguir el paso.

. . .

Divagué 4 horas por la ciudad, preguntándole a cada persona que viera, pero nadie en la maldita ciudad sabia donde vivía el diabólico Isaac Palmer.

Estaba derrotada, me había caído, me había lastimado, estaba sucia, agotada, mis jeans estaban rotos, sentía que en cualquier momento me desmayaría.

Y como si fuera un milagro, divisé a Isaac apoyado en el pie de uno de los grandes faroles de la ancha calle. Llegué hasta él, como pude...

Pero cuando quise hablar, las palabras no salieron de mi boca, simplemente lagrimas empezaron a brotar de mis ojos, y lloré, lloré desconsoladamente, no sabía que me pasaba, sólo quería llorar.

Sentí como unas manos rodeaban mi cintura, protegiéndome en un cálido abrazo, pero este no era un abrazo como los de Cory, este era un abrazo... diferente.

Él simplemente apoyó su mentón en mi cabeza y pasó sus manos por mi espalda... Lo que provocó que llorara aun peor, ¿Por qué era tan fácil llorar en sus brazos? ¿No se supone que el enemigo nunca debe ver tus lágrimas? El descubrimiento de mi secreto parecía no importarme en ese momento.

Pero yo... Simplemente no quería romper el abrazo, nunca había tenido un pecho sobre el cual llorar, una espalda para aferrarme... Toda mi vida he tratado de ocultar mis sentimientos, siempre con una sonrisa, aunque por dentro me estuviera ahogando...

BloggerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora