Capítulo 01

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France Hawk

Me percibo como una infanta a pesar de tener veinticinco años.
Sin embargo, con el lamento de mi alma, la niña llena de vida que alguna vez fui se ha desvanecido con el tiempo.

El dolor agonizante se debe a la pérdida de mi madre y esa agonía llegó a condicionarme de por vida. Morí esa vez que la vi marcharse mientras me miraba con pesar.

Esmeralda conmovió gran parte de mi alma, ya que padecí con ella aquel día y lo perdí todo cuando el sentimientos de venganza empezó a consumirme.

—De todos modos, el desquite no es maldad... —susurré, apretando con fuerza los lápices contra el lienzo— es justicia... —sentencié, trazando las últimas líneas de su rostro.

No sé sí estoy equivocada, pero esto me mantiene de pie.

Han pasado diecinueve años desde su muerte y cada semana es lo mismo. Deseo venganza. Los recuerdos de esa noche inundan mi cabeza y la rabia de saber que nunca más va a volver me enloquecen.

—No puedo seguir viviendo con resentimiento, es insano. Esto me hace mal, yo estoy haciéndome mal... —farfullé molesta, soltando los pinceles, los cuales caen al suelo y algunos manchan mi vestido.

Mi padre nunca estuvo ahí para mí, ya que se fue cuando se enteró de que Esmeralda estaba embarazada.

Así de fácil fue para él, pero aprendí a sobrellevarlo luego de ver a mamá morir cuando yo tenía la edad de seis años: ¡Hasta soñaba con aquel hecho!

Ojalá pudiera volver el tiempo atrás y hacer algo o al menos tratar de impedir ese suceso. Pero no, esta es la realidad y la tengo que afrontar sea cómo sea.

Suspiro cansada, limpiándome las manos en el vestido blanco.

—Señorita France —llamaron al tocar, a lo que ruedo los ojos.

—¿Qué sucede nana? —consulté, abriendo una de las puertas de la galería de arte.

Abro un poco, porque sí ve mi vestido se pondrá a regañarme como siempre: ¡Sí! ¡Fastidioso!

—France... Ambas sabemos que eres una mujer, no es necesario que te escondas en tu propia casa, en el cuerpo de tú, yo pequeño —carraspeó.

Ella abre la puerta por completo a fin de dirigirse a uno de los sofás del cuarto.

Bienvenida.

Ruedo los ojos, es mi nana, pero a veces llega a ser muy entrometida en mis decisiones, por lo que golpeo el suelo con el pie y la miro con recelo.

—Es más divertido así, Christa —respondí—. Es decir, tengo ventaja con los humanos, corrección, lo que queda de ellos... —susurré entristecida, volviendo a pintar.

—Es la nueva vida, Fran. Hay que aceptarla, tienes que saber aceptarla — remarca con suavidad.

"¿Y si no quiero?"

La escucho moverse por la habitación de un lado a otro, pero lo único que puedo hacer es pensar en lo mucho que cambiaron las cosas en estos veinticinco años que llevo con vida.

—Lindas pinturas. Pero deberías dejar de pintar en blanco y negro, cariño —aconseja impresionada, admirando un cuadro que había dado por finalizado ya hace semanas.

—No digas nada y solo admíralo —exijo al señalar el cuadro.

Ella arruga la nariz removiéndome el cabello para despeinar la coleta, a lo que la observo desganada.

—Lo sé, solo quería fastidiarte. Quiero que salgas de la habitación. Has pasado semanas sin ver más allá —habla divertida al dirigirse hacia la salida con elegancia.

"No lo digas."

—Todo me recuerda a ella, sabes... —titubeo con mucho esfuerzo, ya que no soy de abrirme.

La observo detenerse en el umbral de la puerta aún manteniendo el pomo de la misma en manos, ella suspira y me mira de reojo con una sonrisa triste.

—Todos la extrañamos, pero por más que quieras vivir en aquellos recuerdos hermosos, a ella nunca le hubiera gustado que te estanques en el pasado... —contesta con sinceridad, antes de abrir la puerta e irse. Sin embargo, haciendo un extraño movimiento, se detiene— Te llegó una carta, por si te interesa saberlo...

Leo la carta, pero cada palabra, cada letra logra enfurecerme, siendo honesta, no me agrada que decidan por mí.

Aun así, no puedo hacerlo, no tengo que llevar a cabo lo que ellos me piden. Me siento incapaz de entregarnos en bandeja de plata.

—¡¿Qué carajos es esto?! —reclamo a los gritos, arrugando la carta al tirarla a un extremo de la habitación—. ¿Quiénes se creen esos estúpidos para darme órdenes? ¿A mí? —pregunto golpeando la mesa con fuerza—. Juro que estrangularé al maldito Consejo... —farfullo molesta al fulminar los integrantes de la habitación.

—France, de todas maneras, eres la humana más rica. Por esa razón, quieren que tú decidas. Pero hay un problema, no saben que eres... una niña.

Y aquí está Homer tratando de tranquilizarme: él es mi fiel acompañante.

Un hombre de cuarenta y tantos, quien me ayuda en todas las resoluciones que se me han presentado a lo largo de esta vida. Él sabe que no soy una niña. Es un hombre noble y fiel a mis decisiones, es alto y esbelto, un poco intimidante por su forma de ver a los demás, ojos negros y cabellos oscuros, su piel es trigueña, tiene un lindo color, no como yo que soy pálida.

—Carajo, lo sé, Homer... Pero fíjate que ahora estoy entre la espada y la pared. ¿Ellos quieren qué decida por los demás? El Consejo desea que elija cuál de los reinos se quedará con los humanos. Santa mierda.

—¡Deja de decir groserías!

—Por un carajo, Christa.

Reinos "La Niña" ©  BORRADOR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora