12

9 3 0
                                    

Luego de lo que él consideraba una auténtica tragedia, 1805 comenzó a leer para distraerse. Pasado un mes llegó a terminar de leer El Príncipe y Elogio de la locura, libros que le parecieron bastante interesantes en comparación con los de Fibver —aunque nunca había leído ningún libro de Fibver—. 1805 realmente odiaba esos últimos libros.

Cada vez que esos recuerdos volvían a su cabeza, 1805 la sacudía y leía otra y otra línea. Leer era lo único que lo hacía sentir mejor, sobre todo el hecho de estar leyendo libros que nunca antes había leído y que provenían de la tan aclamada Tierra, donde su padre había nacido. Resultaba algo emocionante y peligroso a la vez.

Otra cosa que hacía para distraerse era salir a caminar. Odiaba la ciudad —y el mundo— en el que vivía, pero respirar aire fresco lo recomponía interiormente y le refrescaba los ojos y la cara. Entonces se sentía mejor. Leía en su casa y paseaba por las calles. Era lo único que se le ocurría hacer —cuando no estaba trabajando— desde que su hijo había muerto. Sabía que no tenía que pensar en esas cosas y por eso buscaba formas de distraerse.

Aunque no siempre lo lograba. En una ocasión estaba en el cine —durante ese tiempo fue muy seguido al cine para distraerse— y comenzó a pensar en los pocos momentos que había compartido con su hijo. Le habría gustado compartir más momentos, más tiempo de caridad, pero ahora ya era demasiado tarde. Lo había perdido. Su hijo ya no estaba. Ya no estaba vivo.

En una oportunidad se compró un helado —intentó no pensar en que a su hijo le encantaban los helados— y, cuando se sentó a tomarlo, comenzó inesperadamente a llorar. Por Soleoff que eso era una vergüenza. Por un momento se sintió tan avergonzado que se odió a sí mismo. Y luego se sintió terrible por haberse sentido avergonzado: estaba llorando por su hijo y eso no tenía absolutamente nada de malo.

—¿Está usted bien? —le preguntó una mujer que estaba cerca, tomando un helado sola.

—Sí, sí, lo siento... Es sólo que...

—No hay que dar explicaciones, hombre, tranquilo... Además, yo sé lo duro que es vivir en un lugar como este, pero tampoco para llorar, ¡eh!

1805 levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Estaba a punto de explicarle que no estaba llorando por eso cuando la mujer largó una carcajada.

—¡Ay, por Dios, hombre, era una broma!

Se dio cuenta de que decía "¡Por Dios!" en lugar de "¡Por Soleoff!". Hasta ese momento, 1805 sólo había conocido a una sola persona que utilizara esa expresión y esa persona era su padre. Sin embargo, ahora conocía a dos personas que la utilizaban.

—¿Puedo? —le preguntó la mujer refiriéndose a la silla que estaba al lado de la de 1805.

—Sí, por supuesto —dijo 1805, aunque no muy convencido. La verdad es que pensaba que la mujer estaba un poco loca.

—Seguro piensa que estoy un poco loca —dijo la mujer, leyendo los pensamientos de 1805—. A lo mejor tenga razón. La mayoría de las personas en este planeta dirían que estoy loca. Pero para mí yo no soy el problema, sino ellos. Estoy segurísima de que si el gobierno me escuchase, me llevaría presa. ¡Ja! ¡Qué gracia!

1805 notó que la mujer tenía una risa encantadora. De verdad que esa sonrisa transmitía una felicidad enorme. Pero no fue eso lo único que notó 1805. Inmediatamente se dio cuenta de que la mujer era subversiva. Y se dio cuenta de esto por las cosas que ella había dicho, frases como: "...yo sé lo duro que es vivir en un lugar como este, pero tampoco para llorar...", "¡Por Dios!", "La mayoría de las personas en este planeta dirían que estoy loca. Pero para mí yo no soy el problema, sino ellos.", "Si el gobierno me escuchase, me llevaría presa."

Tierra de SoleoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora