Prólogo

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 No podía ver, mis ojos estaban vendados y mi boca amarrada. Estaba atada a una cama que cada vez que me movía éste hacía un ruido que creía que se rompería, el colchón era flojo, sentía que las maderas tocaban mi espalda, no tenía sábanas, era húmedo, frío, asqueroso.

 El lugar olía a hierba, a orina y muchos olores despreciables a la vez.

 No sé cuánto tiempo permanecí inconsciente en este lugar.

 Traté de darme vuelta ya que la soga que ataba mis manos se amarraba al respaldo de la cama, al igual que el de los pies, pero no había caso. Mis mejillas dolían, las comisuras de mis labios ardían al igual que mis manos y tobillos. El estómago me daba vueltas y tenía frío. Estaba con una remera a tirantes, un short y mis soquetes, no llevaba puesto ni mis zapatillas ni mi chaqueta. Mi cuerpo se iba helando y temblaba cada vez más, tenía tanto miedo, de hecho, nunca había sentido tanto miedo.

 Pensé en cada persona que se cruzó en mi vida, sé que no era tarde porque... las probabilidades de salir viva de un secuestro no eran muchas, pero como mamá decía siempre tener fé y jamás caer, en ese momento que pensé en ella mis ojos ardían de querer y no poder llorar. Ya no salían tantas lágrimas como hace unas horas.

 Grité ahogada, mis gritos hacían eco en la habitación, tampoco supe cuánto habré gritado.

 ¿Cuánto tiempo llevaba tirada en ese repugnante lugar?

 Escuché el crujido de la puerta abrirse y pasos pesados después de ese acto, estaba enojado, se notaba. Alejé mi cuerpo contra la pared, un impulso. Pedía perdón, no sé de qué ni por qué, tal vez por todo. Escuché que arrastraba algo hasta quedarse frente a la cama. Carraspeó y sentí que mi sangre hervía del miedo, mi piel de "gallina" hacia que los vellos de mis brazos se elevaran.

 Tomó la mordaza atada en mi boca y la bajó. Su mano estaba helada y me sobresalte ante su tacto, sentía asco y miedo de que si hablaba o hacía algo que a él no le gustase, me vuelva a dejar abandonada ahí, lastimarme o peor aún, podría hasta matarme.

 -Por favor, suéltame -dije rápido tratando de sentarme de costado. -no me hagas na..-me interrumpió

 -No voy a hacerte nada chiquita –su risa era tranquila- si tu amigo entrega lo que me debe, no te haré nada. -su voz era grave y rasposa.

 -No les hagas nada a él, por favor. Él no hiz.. -con la fuerza que hizo para ponerme la mordaza supe que ya me había cortado la comisura derecha. Gemí sobre el dolor que provocó pero no me importaba y volví a gritar.

 -Tu amiguito me estafó y me parece que a ti, también te engañó. Pero a mí nadie me jode en esto. -sentí sus nudillos acariciar mi brazo y me pegué más a la pared. -No tengas miedo muñeca, si tu amigo llega con lo que pido para el viernes, tu saldrás viva, no te prometo nada, porque estas muy buena, pero todo depende de sus acciones. -oí que se levantó y sus pasos cada vez se alejaban.

 Esta vez la mordaza no estaba tan bien puesta y aunque me dolía hasta hablar pude hablar.

 -Si me sacas esto podríamos arreglar, dime que te debe! ¿Dinero?

 Dejé de escuchar sus pasos por unos segundos. Se acercó y sus manos fueron a mi barbilla, acarició lentamente, sentía asco con cada tacto, ¿Debía negociar mi autorescate con él? Se acercó a mi. Escuché su respiración en mi oído.

-Si te suelto, vas a intentar de todo para escapar. -me estremecí ante su cercanía.

 Siguió unos segundos que para mí fueron eternos. Respiró hondo. Su mano pasó por mi cuello, sus dedos pasaron sobre mi hombro casi descubierto en una especie de ¿caricia?, siguió bajando por mi pecho, mí respiración se cortaba por el miedo y mi cuerpo cada vez se pegaba más contra la pared, apoyó su pierna en la cama y ésta hizo un crujido horrible. Su mano izquierda se sujetaba a la pared y con la otra siguió bajando por encima de la ropa.

 -Ni pienses tocarme, imbécil.-Escupí con tanto odio en cada palabra, cada letra.

 Unos segundos y lo escuché salir rápido de la habitación.

 -Jorge! Dale agua y algo de comer.

 Pasó un tiempo y volví a escuchar la puerta abrirse. Me moví rápido hacía el respaldo de la cama, pero paré cuando la soga apretó mis tobillos.

 -Ey! Tranquila. -Tal vez él era Jorge, aunque no me importaba en realidad quién era el que entró, aunque los nombres me servían. -Soy Jorge, mi hija cuando me ve también se asusta, no te asustes, el jefe... yo le digo patrón -rió, su voz era grave, como si tuviera unos 40 y 50 años- quiso que te traiga algo de comer, así que pórtate bien porque me pateará el culo, sí?

 Seguía sintiendo miedo por todo lo ocurrido. Me di cuenta que se sentía cálido el lugar y no sé el por qué. Me sacó aquella tela gruesa y áspera que tapaba toda mi visión, había llevabado puesto hacia tanto tiempo, estaba deshidratada y mi estómago hizo un ruido con el que Jorge se echó a reír.

 Toma, aquí tienes agua. -el vaso de vidrio reposó sobre mis labios y disfruté por una milésima que esté fría, parecía como si no hubiese tomado agua en tanto tiempo y tal vez solo había pasado unos... ¿3 días?. Apartó el vaso y pude oler a algo de, tal vez era sopa-  Sé que no me gustaba, pero tampoco es que fuera a comer, no comeré algo que venga de aquí.

 Luego de que Jorge haga varios intentos fallidos en que coma, por más hambre que llevaba, no comería.

 -¿Hace cuánto tiempo que estoy aquí encerrada?- pregunté luego de que me diera el ultimo sorbo al agua. Lo cual era lo único aceptable.

 -Ya ha pasado una seman..

 -Mierda hombre, te dije que no hablaras con ella. Sal ahora de aquí. -creo que era el supuesto "jefe".

 -Lo siento Ben... digo Jefe!

 -Vuelve a tu puto lugar, vete de aquí. -oí los pasos de ese tal "Ben" acercarse y a Jorge levantarse del asiento para irse.

 -Gracias Jorge..-mi voz era inaudible. Mi garganta ardía

 -De nada pequeña -Dijo Jorge para luego irse.

- ¿Te tenemos secuestrada, amarrada y aun sigues agradeciendo? Me das diabetes-rió y se notó tan altanero como una persona que una vez conocí...

 No dije nada y solo seguí pensando en lo imbécil que era este tipo, seguro era el típico hombre prepotente, arrogante, que cree que tiene a todas las mujeres arrastrándose a sus pies, pero algo se traía este hombre.

 Y volvía a quedar sola, entre cuatro paredes y atada de pies y manos.


***

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