Hayley (5)

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7:00 am

Quincena de Junio del 2014

Mi cambiante y mutable humor se está viendo a prueba en severas formas esta mañana. Es algo realmente dificultoso y exhausto darse el lujo de levantarse de la cama (si es que uno se encuentra en óptimas condiciones para hacerlo) a las seis y media, a paso lento y tortuoso, dándose la fortuna de darse puntapiés en vez de una caminata común y anti peculiar. Caer con sumo estilo en la bañera es la forma en la que se aterriza en estos tiempos de cualquier manera.

El problema comienza cuando uno se queda dormida bajo las dulces aguas con esencia a cereza y se da cuenta en realidad que son quince para las ocho y es hora de ponerse manos a la obra.

Me deslizo en mi uniforme de horrendas tablas cuadriculadas grises y mi cabello se ve menos humedecido gracias a la secadora negra a mano, que he conseguido por un sorteo en la feria cerca de mi casa, hace unos varios años ya. Divido mi pelo en dos y lo separo en tres partes, poniendo un mechón sobre el otro, mi corte de cabello es fatal y uno es consciente de ello en el preciso momento en el que las greñas cortas se confunden con las largas, brindando un aspecto desordenado y catastrófico.

El irritante tic tac va detrás mío, constante tormento viejo, y las manijas son obscenas mientras corro por los pasillos, presuroso es mi trote y no me detengo sin importar con quien me choque.

Los muros son de un fatal a color verde chillón fosforescente que parece orgulloso por ser el único tono en todo el universo de herir los ojos de la manera en la que lo hace, su brillantez es un pecado y la persona que eligió esa pintura, es un gran promotor del lado opuesto de la sensatez del buen gusto.

Me absorbo en mi propio mapa mental y ahí voy de nuevo.

Llego al despacho del director cinco para las ocho y la tranquilidad con la que la pelirroja secretaria agita sus caderas sobre sus piernas bronceadas y sus pasos sigilosos con sus tacones diez se siente como un insulto para mí estropeada imagen y precipitada respiración que inculpa mi apuro.

Me encuentro a mí misma en un deliberado debate mental entre preguntarle la naturaleza de los motivos que me han arrastrado aquí, pero me abstengo al ver como abre su cartera, espantada y su boca, con curvilíneos labios rojos son el mejor ejemplo de esfera.

Su prisa es solo una señal de su desesperación.

La curiosidad me pica y me invita a querer entrar al salón del director, al intentar erradicar mis ansias de saber, tomo asiento en la banca de madera, seis metros de distancia de la puerta azabache, que contiene las respuestas a todas mis dudas.

Mi mente es solo una carga irritante y no requeridas en mi ánimo semejante al de una ruleta rusa que solo se limita a ascender.

Al desconectarme un poco de mis preocupaciones, en mi línea visual encuentro a un personaje que no esperaba ver.

Apoyado sobre la pared paralela a la mía, su presencia me fue imperceptible en mi ajetreo, lleva uniforme, tal como yo, y aunque hoy sea la inauguración de las Olimpiadas, los que no participan en las actividades deportivas de ninguna manera se limitarán a ser espectadores. Sus pantalones grises, pegados, estilizan sus piernas largas que ejecutan una consistente estructura, su prenda de vestir se ve sostenida por un cinturón negro grueso y su informal camisa de manga corta le otorga un aspecto que le hace justicia a sus ojos azabache, con tres botones más desabrochados de lo debido, incita a la moral a descarrilarse, en especial si ni si quiera tiene la discreción de ajustarse la corbata bajo el cuello de su camisa sino prefiera llevarla mal amarrada en el cuello.

El halo de humo de su cigarrillo llega hasta mi y aunque algunos digan que el tabaco acaba con nosotros de a pocos, estoy segura que él disfruta de su lenta y tortuosa letalidad.

Trato de apartar mis ojos de él pero se me hace imposible, es casi maligno esas ondas expansivas que irradia, y trató de no observarlo demasiado.

Juego con mis dedos, nervios es lo que siento causado por la presión impertinente en mi pecho, mi vista se va a andar en el suelo y mi mente es un caos ahora. Intentando encontrar el dueño de esos ojos.

Bingo, exclamo dentro de mí, una parte de mi cerebro vocifera lo apolíticamente ridícula que debo verme al negarme hacerle frente, pero suprimo sus protestas.

Es de último año, pienso y frunzo el ceño, el holocausto llamado Scott Bennet.

Y honestamente, puedo continuar una gran lista sobre lo espantoso que era su existencia para los profesores y personas que convivían con él, hasta que su mano se extiende hacia mi.

Desata mis trenzas, y la rapidez de sus movimientos no concuerda con la suavidad que sentí, mi cabello cae en ondas rebeldes hasta más allá de mi cintura, y apuesto que es imposible no compararme con la melena de un león debido al tono de mi pelo: rubio ceniza, se ha deshecho de esas incómodas ligas, pero siento que de algo más también.

Nuestro reducido espacio solo nos permite aspirarnos con cierto deleite y aversión.

Suelta el humo de su cigarro y explota frente a mi cara, incluso cuando aleguen que las personas alrededor del fumador salen más dañadas que este mismo, estoy seguro que él me haría cenizas en un arrebatador chasquido.

Una media sonrisa danza en su rostro angelical y es ahora en el que me doy cuenta que el cuerpo es solo una vil máscara que esconde con engaños lo que realmente somos.

"Me gustas más así" su aliento posee un toque de menta perceptible "Deberías parar de contenerte a ti misma. Al final de cuentas, es imposible escapar de quien verdaderamente eres"

Y se limita a botar su cigarrillo, para finalmente aplastarlo bajo la suela de su zapato, de la misma forma en la que lo hizo con mi vida en ese preciso momento. 

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