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Caigo en el sillón, bostezo y Gustavo se sienta al lado mío.

—Día cansado eh —dice.

—Bastante, jamás había visto la cafetería tan llena, me duelen los pies, los brazos, todo el cuerpo. —Suspiro—. Al menos mamá se apiadó de mí y me dejó venir a verte.

—No tenías que venir, Sofía. —Se acerca más a mi cuerpo y recarga su cabeza en mi hombro—. Hueles muy bien —dice.

Me río.

—¿Cómo voy a oler bien? No me he bañado y vengo justo de la cafetería.

—Igual me gusta tu olor —dice contra mi hombro.

—Gustavo, ¿has dormido más?

—Eh, no mucho, ya sabes que las pesadillas me despiertan y no me quedan ganas de volver a...

—¿Gus? —pregunto al notar más el peso de su cuerpo contra el mío.

Vuelvo la mirada hacia él y noto que se ha quedado dormido. Cierro los ojos, escucho su respiración que, por alguna extraña razón, me tranquiliza. La paz de la habitación me envuelve, me dejo llevar por el cansancio.
Mi respiración se vuelve una con la de él por algunos minutos, pero pronto la suya se acelera, abro los ojos y noto que empieza a sudar.

—Gus —digo en voz alta.

Me separo un poco de él, tomo su hombro y lo agito con suavidad.

—¡No! —grita aún dormido.

Me levanto rápidamente para sacudirlo con más fuerza, lo hago varias veces, no reacciona así que decido darle un pellizco en el brazo.

—Al fin —digo con alivio al ver que abre los ojos.

Él parpadea varias veces y soba el lugar en donde lo he lastimado. Sin pensarlo me siento encima de sus piernas, lo abrazo con fuerza y me mantengo así.

—¿Qué haces, Sofía? —Intenta alejarme de él así que aumento la fuerza del agarre.

—No quiero que tengas más pesadillas —susurro en su oído.

—Suéltame, no necesito que me abraces. —Saca sus brazos y los mantiene extendidos a cada lado.

—Cualquiera necesita un abrazo... y un beso —digo.

—¿Qué? —pregunta sorprendido.

Río un poco y lo beso en la mejilla.

—Basta, ¡Sofía! —grita.

—Te quiero mucho, Gus. No quiero que sigas sufriendo por las pesadillas, dormir es algo esencial y tú no lo estás haciendo bien. —Recargo mi rostro en su hombro mientras aún lo abrazo.

—También te quiero, Sofía.

—¡Chicos! ¿Qué hacen? —pregunta Claudia, la madre de Gustavo, entrando sorpresivamente a la habitación.

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