6: Matthias

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Matthias

No tengo nada que hacer, tiene razón, debe hacer las cosas por sí sola, yo también tengo mis asuntos, debo pasar mis reportes al profesor, llevarlos a la facultad y que firme mi hoja

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No tengo nada que hacer, tiene razón, debe hacer las cosas por sí sola, yo también tengo mis asuntos, debo pasar mis reportes al profesor, llevarlos a la facultad y que firme mi hoja. Mi teléfono vibra en mi bolsillo. Una llamada de Paige.

—¡Peluchito! ¿Cómo estás amor? —me grita —. ¿Estás bien?

—Sí, sí.
—Suenas agitado. Respira un poco amor.  ¿Qué harás hoy?

—Hoy iré a la facultad a firmar mis reportes, a la oficina del director a eso de las doce, y luego iré a casa a descansar un rato antes de que den las seis para hacer mi turno. ¿y tú? ¿En qué estás, cariño?

—Nada interesante la verdad, quizás me vaya a dormir un rato —que raro que no me cuenta su itinerario de la A- a la Z-.

—Te prometo llamarte cuando llegue a casa, así hablamos un poco, ¿te parece? —trato de que cierre lo antes posible, estoy algo agitado luego de la despedida con Camille.

—Claro, amor. Espero tu llamada. Te amo mucho bebé —lanza muchos besos por el auricular. Termina la llamada antes de que pueda decir algo.

Emprendo mi viaje hasta el campus universitario hasta el edificio donde están alojadas las oficinas de los diversos directores de las carreras que imparten en la Universidad. Subo por el elevador y camino hasta la puerta de la oficina del profesor. La toco y entro.

—¡Buenos días! —me recibe amablemente la secretaria del maestro—. El señor Davis lo espera.

—Muchas gracias —le sonrío correspondiendo a su amabilidad. Camino hasta la puerta que aguarda su despacho. Davis está concentrado en su periódico y levanta la vista inmediatamente escucha la puerta.

—¡Weber! ¡Qué gusto verte por aquí! —siempre hace lo mismo, aunque me vea diario, dos veces por día, siempre me recibe con la misma alegría—. Siéntate aquí, muchacho —se acerca al sofá y toma asiento allí —. ¿Qué te trae por aquí?

—Vine a traerles los reportes de la semana en la sala de emergencias —saco los papeles de la carpeta y se los entrego. Él les echa un ligero vistazo.

—Impresionante, has tenido mucho trabajo allí, a este paso iniciarás tu especialidad más pronto que tarde. Tu padre estará orgulloso de ti  —asiento. Sé que mi padre no será el más feliz por mis decisiones—. Cuando me traigas tres más como éstos —dice haciendo referencia a los informes de atención médica—, firmaré tu visto bueno para la solicitud de la especialidad —lo que debería ser una buena noticia dispara mi motor de ansiedad. Pensar en el futuro, invade mi vida de pensamientos negativos, siento que el mundo de alguna manera se fuese a derrumbar por el hecho de tomar las decisiones que yo considero mejores para mí. Por un lado está mi padre, las cosas que él quiere para mí que se alejan tanto de lo que realmente yo quiero para mí.

—Es una gran noticia, profesor. Quisiera que no fuesen tan abultados, porque eso quiere decir que muchas personas no tienen problemas.

—Sin eso, nosotros morimos de hambre —ríe—. Así que tranquilo, no te preocupes por eso, tú estás allí para curarlos —una llamada entrante de mi celular, nos interrumpe—. No te preocupes, contesta.

Es una llamada del casero de Paige.

—¿Hola? —me extraña una llamada de él, no estamos en época de pago.

—Señor Matthias, llamo para informarle que anoche hubo un intento de robo en el edificio, estamos pidiendo a los inquilinos que revisen sus pertenencias y posibles daños, como la joven no está actualmente residiendo aquí y usted es el encargado, le llamo para pedirle que venga a comprobar.

—Voy de inmediato para allá, muchísimas gracias por avisarme. Por favor, si Paige llega a comunicarse con usted, por favor, no le diga luego arma el escándalo del año¯, déjeme eso a mí.

—Muy bien, señor, asi lo haré —termino la llamada. Definitivamente, hoy no es mi día, de verdad, hay una conspiración contra mí.

—Profesor Davis, me tengo que ir, al parecer hubo un problema en el departamento de mi novia y debo ir a investigar qué sucede,  aparentemente hubo un robo, intentaron entrar en el edificio.

—¿Tu chica, la psicóloga? Esa que está haciendo su curso de sexología en Madrid —asiento—, así mismo ve defiendo tu puesto de macho alfa. Que te vaya bien hijo, muchos saludos a tu padre, él sabe el aprecio que le tengo a ustedes. Le reitero mis gracias y la despedida y me abandono la oficina. Tomo la avenida principal y me dirijo hacia el edifico de apartamentos donde vive Paige (y yo ocasionalmente).

Luego de atravesar más de cinco atasques de tránsito, finalmente llego al lugar. Subo en el ascensor hasta su piso y saco mi billetera para buscar la llave. La puerta cruje a medida que la empujo y me introduzco en el lugar. Todo luce tranquilo, impecable, justo como lo dejé la última vez. Las amplias cortinas blancas siguen cubriendo los anchos ventanales que dan la vista al centro de la ciudad.

Me acerco hasta ellas y las corro despacio para permitir que la luz penetrante cada rincón que le sea posible alcanzar. Verifico que las cosas en la sala estén en orden y luego me dirijo hasta la cocina, a comprobar que todo esté en su lugar.

Abro la nevera, y los mismos cartones de jugo y leche que dejé la última vez, están allí. Los tomo y abro cada uno para verificar que todavía estén aptos para el consumo humano.

Al olerlos, los desecho de inmediato. Sigo caminando despacio, ahora dirigiéndome al cuarto de lavado. Todo está justo como lo recuerdo, no creo que aquí haya pasado nada, al menos que solo estén interesados en las joyas que haya podido dejar Paige en su habitación, entro a la sala de entretenimiento, y el televisor smart, el teatro en casa y la máquina de ejercicios y demás artefactos electrónicos, están allí, otro posible blanco para los ladrones.

Finalmente, enfrentó la puerta del cuarto de Paige, donde sí temo que hayan causado estragos. Empujo la puerta y un aroma a canela y manzana inunda mis fosas nasales.

—¿Qué demonios? —grito para mí. Decenas de velas encendidas, rodeadas de pétalos de rosas blancas en todo el piso hasta la cama. Cierro mis ojos y aspiro el olor para tratar de calmar la impresión. Mi primer pensamiento es que me han jugado una trampa, y sí, efectivamente, lo han hecho, he aquí estoy parado drogándome con velas aromáticas gracias a mi creativa novia luego del susto del año.

Siento sus pasos de pies descalzos chocar contra el piso de madera, cuando sus ojos se encuentran con los míos, el azul de los suyos se iluminan y no puede evitar correr hasta mí y literalmente lanzarse y treparse en mí, su pelo rubio está enredado en mi cuello y sus dedos están en mi cabello mientras me besa frenéticamente.

—Dos meses, quince días, veinte horas, cuarenta minutos y treinta segundos sin verte, Peluchito —me besa por todo el rostro, con húmedos rastros—. Perdón por el susto —sigue besando cada parte mi cara y cuello, no respondo como es debido, pero estoy impresionado de verla aquí, ya que debió haber tomado el vuelo inmediatamente hablamos para estar aquí a esta hora. Ella se baja de mí y despacio desliza la bata de seda que cubre su cuerpo dejando al descubierto su ropa interior color azul que contrasta con la delicada blancura de su piel.

—Amor, no te preocupes, haré que haya valido la pena el susto. En esta ocasión, yo me encargo de todo, hoy es tu día, mi rey —me tumba sobre la cama y trepa sobre mí como loba en celo. Caray, así sí que vale la pena el cuento.

Polos Opuestos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora