Capítulo I

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Diciembre, 1998

Bailar bajo la luz de la luna y de las farolas navideñas, en un suelo medio arenoso, con la hierba intentando colarse entre los dedos de sus pies, no era lo que Luna le había dicho a sus padres que haría esa noche. En su mano, la lata verde de cerveza perdía una gota cada vez que su cadera se movía con la música. Estaba alegre, sonriente, llena de júbilo. Estaba feliz, como cada vez que se veía con Vico. Aunque no lo tenía frente a ella, la anticipación la hacía emocionarse, a tal punto de saltar sobre sus pies y chillar cada canción que se reproducía de manera aleatoria. La gente a su alrededor también gritaba, bailaba, reía.

Era una noche de verano que prometía ropas mojadas. Sentía el gusto salado del mar en su paladar, oía las olas romper a unos pocos metros y se preguntaba si hoy sería el día en que Vico le dijera que la ama. Llevaban meses juntos, incluso se paseaban por ahí como la pareja más adorable de la Costa Atlántica. Pero ninguno había dicho las palabras. Todavía no se había dado el momento mágico, pensaba ella, aunque temía que, en realidad, Vico no la quisiera tanto como ella a él.

-Mejor que te tomes esa cerveza. Derramas una gota más y te la quito, lo juro –la reprendió Dani, su amiga adulta, esa amiga a la que sus padres ponían a prueba una vez al mes por desconfianza.

-Pero... ¡Dani! –se quejó Luna, cuando la rubia intentó quitarle la lata. Rápidamente se dio vuelta, empinó la cerveza y tragó cada sorbo de ella, hasta que pudo aplastarla con las manos. Ella no era del tipo exhibicionista. Pero ya habían pasado varias latas por su mano esa noche. Para cuando llegara Vico, no estaba segura de poder hablar con coherencia.

-La última, o tus padres y Vico me asesinan –dijo Dani, con cara de pocos amigos, y se adentró en su casa.

Pues... allí estaban. En una fiesta clandestina llena de jóvenes en el parque de la casa de Dani. A unos metros del Mar Argentino que se había silenciado con la fuerte música. Alguien había puesto Barbie Girl en el estéreo y Luna no podía dejar de saltar. Dani la había dejado allí en el medio del gentío, chicos mayores. O, al menos, mayores para sus dulces quince recientemente cumplidos. Hacía media hora había llegado y ya había hecho migas con la mayoría. Pocas niñas eran tan sociables como Luna. Su madre solía decirle que debía tener un amigo por cuadra costera. Pero había una sola persona que ella quería ver. Y se estaba haciendo desear.

Marco Ruiz apareció detrás de Luna y puso sus manos en su cintura. Luna chilló emocionada y se dejó caer contra el cuerpo de aquel hombre. Estaba segura de que sería Vico quien la atraería con su cuerpo pero, para su malestar, aquellos brazos no eran lo suficientemente tonificados, ni estaban saturadamente dorados como los de su amado. Saltó como leche hervida –como solía decir su mamá.

-¡Maaarco! –le reprendió, mirándolo con cara de pocos amigos. Si había alguien a quien Vico no quería, ese era Marco. Para ella no estaba tan mal, le había cargado las bolsas una vez que se habían encontrado en el supermercado y la había llevado en su auto cuando quedó atrapada en una lluvia torrencial. Secretamente, eran amigos. O al menos, amigos de fiesta. Pero más le  valía a Luna que Vico no los viera.

-¿Qué estás haciendo acá? –le dijo él, sonriéndole amigable, acercándose más de lo debido. Debe ser por la música, pensó Luna - ¿Dónde está tu perrito faldero?

-¡No le digas así!

-¡Ok, ok! No hablemos de él, pero me debes un baile –le recordó.

Ella comenzó a mover las caderas con brío, siguiendo el ritmo del nuevo tema, uno que su limitada cantidad de salidas no le permitía conocer. El no la siguió. Aquella no era su intensión.

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