Capítulo III

79 1 0
                                    



Junio, 1998

Era una noche de sábado de 1998 y, como si fuera ley, todos los jóvenes a partir de catorce años estaban fuera de sus casas. Salían a bailar, a disfrutar con amigos, a tomar alguna que otra copa que desinhibía personalidades. Salían a la playa, que era el punto de encuentro más popular. Y sin importar el frío que aconteciera, todas las chicas usaban pantalones de jean ajustado y tops con tirantes. Ninguna se preocupaba por la gripe de mañana, sino por el chico que verían hoy.

A pesar del accidente que había sufrido el día anterior, Luna se sentía emocionada. Se corría el rumor de que Vico saldría hoy, un acontecimiento para todos, y no quería perderse de verlo. No es que fuera un chico reservado, más bien era enigmático. Él era de la ciudad y, a pesar de que ya llevaba un año viviendo en la Costa, nadie lo tomaba como local.

Luna tenía una estrategia para acercarse hoy a Vico y, si bien era una coartada pobre, estaba segura de que al menos la ayudaría a conocer mejor su voz. No podía sacarse de la cabeza las primeras y últimas palabras que había oído de su parte "temía que nuestro primer encuentro fuese así". Tenía la sensación de que él también quería conocerla tanto con ella a él y, aunque intentara apagarla, la llama de la ilusión ya estaba encendida.

El punto de encuentro de esa noche era la casa de Fernando, el chico con el que Dani comenzaba a salir. Luna estaba tan agradecida con el gesto de su amiga para con ella. Al tener, la mayorcita, más agallas, Luna le había implorado que se hiciera conocer por el amigo de Vico. Necesitaba tomar información de cualquier modo y, dado que Marcelo no era una fuente posible, ¿por qué no probar con su mejor amigo? Resulta que Dani hizo más que conocerlo y, para desconcierto de todos, la niña rica y el pobretón estaban comenzando una relación. Luna todavía no lo conocía, pues era todo muy reciente y hoy sería el día de los encuentros. De todos los encuentros.

Vico se encontraba sentado en el sillón viendo como la casa de su amigo comenzaba a llenarse. Sentía que había tomado una mala decisión al venir. Él no iba de fiestas, a regañadientes tomaba alcohol. No veía la diversión en la embriagues ni en bailar como locos unos alrededor de los otros. Pero cuando Fernando nombró a Luna, no dudo mucho en decir que sí. Y cuando la vio entrar por la puerta envuelta en aquel pequeño top rojo, se le fueron todas las dudas.

Vico no se acercó de inmediato si no que espero a ser visto, sino que se quedó sentado. Le emocionaba ver la cabecita rubia de Luna mirando para todos lados. Se imaginaba que lo estaba buscando a él con la mirada y pronto sus dudas fueron evacuadas cuando, al conectar sus ojos, la cara de la niña se encendió.

Ella tenía otra mirada hoy. De las determinadas, decididas. Y fue clara su disposición cuando, sin trastabillar, caminó hacia Vico.

El ladeó su cabeza cuando la tuvo en frente, y sonrió a lo grande.

-¿Es una nueva moda la de bailar sentado? –dijo ella, haciéndolo reí -¿Me preguntó qué haces solo sentado en el medio de toda la fiesta? –preguntó ella.

-Buscando a mi princesa azul –contestó él.

Y marcaron el destino de aquella noche, en un solo segundo.

Diciembre, 2016

Sophie

La lluvia torrencial del viernes por la tarde nos dejó del lado de afuera del salón. Las impresionantes goteras del techo y la repentina inundación en puerta, nos había llevado a cancelar la clase de hoy y a que mis costosas zapatillas viejas de danza se estuvieran arruinando con el agua. Mariela tenía la fortuna de vivir al lado y aunque me había insistido para subir a su departamento hasta que mi papá viniera a buscarme, yo no tenía esa suerte: me había quedado sentada en la vereda, bajo un pequeño techo de balcón: mojándome.

TE RECUERDOWhere stories live. Discover now