Capítulo 2

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Eran las seis de la tarde. Estaba sentada en una de las sillas de la pequeña cocina. Daba toques con el pie al suelo, impaciente. Janeth no había salido de su habitación desde hace más de cuatro horas. Mi móvil comenzó a sonar. —¿Sí?—.

—Lauren. Tengo un deber para ti. Nos vemos a las ocho y media en el parque de en frente de la tienda de juguetes—. No sé quién era. No se había presentado, ni saludado... Simplemente me dijo eso y me colgó. Sea como sea debía ir, pero el problema era Janeth.

Subí las escaleras paso lento. Piqué a la puerta de la habitación de Janeth. No respondía así que intenté escuchar algo, pero era como si la habitación estuviera vacía. —Mira Janeth, estoy harta de tus jueguecitos y berrinches como si fueras una niña de tres años. Ahora escuchame, o abres ahora mismo o tiro la puerta abajo—. Ni un ruido, una respuesta... Ni siquiera una respiración se oía. Cogí aire y todas las fuerzas que tenía y golpeé la puerta hasta que la tiré abajo. Miré cada rincón, cada parte de la habitación. Todo estaba en orden, Janeth estaba durmiendo tranquilamente. Suspiré y le di un beso en la mejilla. Bajé por las escaleras pero justo cuando estaba a tres escalones de la planta baja oí un golpe. Subí corriendo y la ventana estaba abierta, Janeth no estaba... Se había escapado...

Miré por la ventana gritando su nombre una y otra vez. Bajé rápidamente al portal y no había nadie. Recorrí una y otra vez nuestra calle y no había ni rastro. Subí al apartamento y busqué entre el cajón de mi habitación mi pistola. La guardé y salí de nuevo en busca de Janeth. Recorrí todas nas calles cercanas, pregunté a todos los vecinos que encontré pero Janeth no estaba. Mi corazón se paralizaba por momentos. Janeth se había ido, ya no nos teníamos, ya no no teníamos nada. Me senté en el banco más cercano y comencé a llorar. Hace demasiado tiempo que no lloraba y, en el fondo, se siente bien. Me rendí, me rendí porque estoy agotada de luchar contra algo por lo que jamás voy a tener; la felicidad.

Lloré hasta que no me quedaron lágrimas. Lloré hasta que me di cuenta de que no lograría nada con eso. Lloré hasta que alguien me tocó el hombro. —¿Qué te pasó?—. Dijo un chico sentándose a mi lado en el banco. Me seque las lágrimas y le miré a los ojos. Cuando me vio la cara su rostro se puso pálido.

—¿Me tienes miedo?—, dije viendo el aspecto aterrorizado del chico sentado a mi lado. —Lo puedes decir, todos me lo tienen...—.

—No te tengo miedo. Solo que...—. El chico miraba el suelo pensativo. —La gente no habla muy bien de ti, y uno acaba creyéndolo. —

—Créelo. Siempre es lo mismo, no serías el primero que al darse cuenta de quien soy quiere dejar de hablarme—.
El chico me miraba sorprendido.

—En cualquier caso, si eres tan dura o peligrosa no entiendo por qué lloras. Las chicas duras no lo hacen—. Él me sonrió cálidamente, a lo que yo no pude evitar imitar.

—Perdí a mi hermana—. Dije con lágrimas en los ojos. El chico abrió los ojos como platos y me tocó el hombro en señal de apoyo. —Nos peleamos y se escapó de casa... No sé donde estoy y realmente es lo único que me quedaba... No tengo padres, ni amigos, no tengo mascota, ni siquiera un bonito recuerdo de algo porque mi vida jamás fue bonita. Mis padres murieron en un accidente de tren, dejándome a cargo de mi hermana cuando yo tenía trece años. El tiempo no me puso las cosas fáciles y el paso de mi vida me endureció de tal manera que aprendí a vivir de la única manera que sé; la soledad. La gente empezó a meterse conmigo y con mi hermana y por eso siempre se las pagaba cogiendo cada vez más el apodo de poseída. Ahora, lo único que me quedaba y lo único por lo que vivía se fue... Y no sé que mierdas tengo que hacer, no lo sé porque a lo mejor simplemente no puedo hacer nada... Porque cagué mi vida para siempre... Porque esto ya no tiene solución y porque quizás tendría que desaparecer. He dejado de ser Lauren, y ahora soy la poseída que le hace el mal a todos—.

Por alguna extraña razón me abrí con ese chico como nunca con nadie. Él me escuchaba atento y se veía preocupado. —Dios mío... Eso no se parece en nada a lo que dicen...—.  Me desahogué, desahogue el peso de diez años de sufrimiento en un minueto con un pobre chico que solo paseaba. —Te voy a ayudar a encontrar a tu hermana —. ¿Oía bien? ¿Ese chico se prestó a ayudarme?

—¿Q-Qué? Tendrás algo mejor que hacer que ayudar a una desconocida a ayudar a buscar a su hermana. Además yo te lo agradezco pero no te quiero meter a ti también a mi vida de mierda. Si ella se fue, es que no me quería, así que si cambia de opinión sabe volver a casa. Tiene doce años, se maneja bien por estas calles. Igualmente gracias...—. Me levanté del banco y desaparecí de su vista entre las calles. Entonces me encontré en el parque a la hora justo de mi quedada con el número anónimo.

—Lauren—. Me giré sobre mis talones. Un hombre imponente, alto y musculoso estaba frente a mí. Me miraba fijamente por lo que en un acto inconsciente mis manos actuaron solas y saqué la pistola apuntándole. El rió con sarcasmo. —Eso no te sirve de nada. Si disparas, la perderás —.

—¿De qué habla?—. Dije en un susurro tembloroso. Él hizo una seña a alguien para que fuera delante de mí. Entonces lo entendí todo.

•Continuará•

Poseída (CANCELADA TEMPORALMENTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora