Capítulo 6

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Maratón 3/4

Corey's POV:

Ya no pensaba en ese momento. Ya no era Corey Fogelmanis. Era otra persona.

Me lanzé encima del hombre que según mi memoria era el Señor Blanchard o padre de Rowan, y puse mis manos en su cuello, intentando que dejara de golpear a su hija por la falta de respiración.

Sr. Blanchard: ¡Suéltame idiota! ¡Saca tus mierteras manos de mi cuello y lárgate de mi casa!- dijo mientras se volteaba hacia mí.

Funcionó.

Aunque no del todo, pues empezó a perseguirme por toda la sala y la cocina. Estaba bastante tomado. Su aroma ebrio estaba por toda la casa.

Sr. Blanchard: ¡Oye, ven acá hijo de puta!- dijo mientras me lanzaba un silla. La esquivé.

Tengo que distraerlo con algo.

Salté encima del sofá para llegar a la nevera. Tomé una caja de leche y de un momento a otro, le empapé toda la cara. Luego, alcancé a tomar una bolsa de harina de la repisa y se la reventé encima. Lo dejé atontado durante un minuto más o menos.

Claro, que salí corriendo como loco en busca de algo con qué defenderme. Estaba abriendo los cajones en la cocina, hasta que sentí un cuchillo en mi cuello. Mierda.

Sr. Blanchard: Estás acabado, niño -dijo contra mi oído. Blej, apestaba a Vodka.

Yo: Seguro que sí anciano- dije pisando su pie. El hombre aulló de dolor.

Tomé una sartén, y lo golpeé en la cabeza. Dejándolo inconsciente por fin. Con bastante fuerza, lo arrastré hasta el baño, cerrándolo con seguro.

Entonces fui corriendo a ver cómo estaba ella.

Estaba tirada en el piso. Tenía los ojos morados, al igual que los brazos y las rodillas. Había sangre en su labio, en su frente, en el abdomen y en las piernas. Me desesperé.

Yo: ¡Rowan! Rowan, ¡Despierta por favor! - grité arrodillándome junto a ella y colocando mis manos en su rostro. Noté mi desesperación. Es extraño desesperarse tanto por una persona a quien ni siquiera conoces.

Rowan: ¿Qu-que h-haces?... - Dijo en un susurro inaudíble para cerrar sus ojos otra vez. Su boca estaba rebalsando en sangre de su labio.

Dios mio.

La tomé en mis brazos y caminé hacia mi casa. Al llegar, la recosté con suavidad en mi cama y fui corriendo a traer los vendajes, el alcohol y el resto del kit de emergencia de mamá.

Con un paño húmedo, limpié la sangre de su labio y lavé sus rodillas. Enjuagué su cara y la sequé con cuidado. Poco a poco comenzó a abrir los ojos. Pero permaneció callada. Le tendí un vaso de agua, intentó levantarlo, pero no pudo.

Estaba bastante débil. Cabía la posibilidad de que haya perdido mucha más sangre de lo que había pensado.

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