Entra en la casa y suspira, a su alrededor se vislumbra lo que alguna vez fue el estudio de un artista, sin embargo varios de los cuadros se encuentran rotos, los más cubiertas por sábanas, también lienzos sin terminar arrumbados en los rincones, sobre la mesa y en los estantes. Hay tubos y latas de pinturas, unos nuevos, otros con largo tiempo de uso, algunos destapados y con su interior seco; se encuentran en el piso, en las repisas, sobre otras cosas y en la mesa, sobre la cual se halla igualmente la paleta manchada y derribado el vaso que contenía los pinceles, acabando estos esparcidos por la superficie. Hay, asimismo, una gran cantidad de cajas, algunas telarañas, trozos de vidrio y cerámica regados por el piso, todo cubierto por una fina capa de polvo.
Se abre paso como puede, recoge un pincel que había caído al piso y se lo guarda en el bolsillo distraídamente, posteriormente sube por las escaleras escondidas detrás de una puerta al fondo del cuarto. Siempre ha odiado esas escaleras, son de madera y crujen a cada paso, está segura de que hay un par de escalones podridos, apenas iluminadas por un bombillo que... perfecto, acaba de quemarse. Se aferra al barandal y avanza lentamente para alcanzar la puerta que da al piso superior, se encuentra cerrada. Tantea en su bolsillo hasta dar con la llave y luego de varios intentos fallidos consigue abrirla.
La habitación que se presenta frente a sus ojos no se encuentra en mejor estado que la que dejó, más no puede detallarla ya que apenas se halla iluminada por la luz que se filtra a través de una rendija que deja la cortina. Sentado en el umbral de la ventana, con un cigarrillo en la mano y mirando a la nada se encuentra un chico, del cual solo logra distinguir vagamente los rasgos de su perfil.
— Odio verte así —dice la recién llegada.
— Nadie te pidió que vinieras. —Sin responder se acerca y corre la cortina, la visión que obtiene es peor de lo que esperaba: hay objetos, enteros y rotos, esparcidos al azar o amontonados en los rincones, ropa ¿limpia o sucia? En una pila sobre el mueble, fotos rodando por el suelo, restos de comida en la mesa, también en el suelo, de los cuales las hormigas se percataron primero. Traga en seco, sin atreverse aún a mirar al causante de semejante desastre—. ¿Cómo entraste?
— Estaba revisando unas cosas y encontré sus llaves —responde con un nudo en la garganta, es cierto que ella tampoco lo ha superado, pero es evidente que él se encuentra mucho más abajo en el hoyo.
— Déjalas en la mesa.
— No. ¿Hace cuánto no sales? —Finalmente lo encara, aunque él hace como si fuera transparente, observa su rostro demacrado, con profundas ojeras enmarcando unos enrojecidos e inexpresivos ojos grises, un ceño que se arruga levemente aunque su expresión general parece relajada, su oscuro cabello castaño ha crecido casi hasta los hombros, por lo despeinado y grasoso que luce hace tiempo no lo lava, viste una camisa blanca manga larga y un pantalón marrón arremangado que no ocultan su escuálida contextura, además se encuentra descalzo—. ¿Lo ves? Si te las doy no tendrás más contacto humano —añade ante la falta de respuesta.
— ¿Para qué sirve el contacto humano? —pregunta indiferente.
— ¡Ya basta Enamel! —exclama al borde de las lágrimas— ¡Sí! ¡Duele! ¡Duele como la mierda! ¡Pero no puedes seguir así para siempre! Y ni yo, ni nadie puede ayudarte si no pones de tu parte. —Él se lleva el cigarrillo a los labios— ¡Y basta con ese maldito tabaco! —grita exasperada arrancándoselo de la mano, tirándolo al piso y pisándolo con el tacón de su zapato. El castaño la mira por primera vez, observa con algo de curiosidad que sus ojos verdes también se encuentran enmarcados por ojeras, aunque se esfuerce en disimularlas con maquillaje, no la detalla mucho más porque al sentir sus ojos aguarse la rubia gira el rostro.
— ¿Qué te hace pensar que volviendo a como era antes estaré mejor? Tú no lo estás.
—Pero yo intento ser feliz, y lo lograré, tú solo te hundes más y más en la miseria.
— ¿Y por qué crees que puedes hacer algo al respecto?
—No lo sé, pensé que aún quedaría en ti algo de aquel chico que llegó ese día a nuestra casa.
—Ya no queda nada de ese idiota.
—No eres idiota. —Vuelve a mirarlo, él la contempla con la mirada vacía.
—Lo era, no conocía nada del mundo ni de la vida.
— ¿Acaso ahora los conoces?
—Sí, y son una mierda.
—Eso no es verdad, son lo que haces con ellos, y puedes hacer que sean mejores, que sean felices —responde sentándose en el umbral y girando su cuerpo para quedar frente a él, quien ladea la cabeza.
—Oh, Emi, no has cambiado nada. Sigues siendo igual de inocente, y ese mundo que está allá fuera devora a los inocentes. —La ojiverde frunce el ceño.
—Parece que me equivoqué, pensé que eras alguien bueno que estaba sufriendo, pero solo eres un cobarde que al experimentar un poco de dolor escapa de todo. —Se levanta y se dirige a la puerta.
— ¡¿Acaso crees que no estoy sufriendo?! ¡La amaba! ¡La amaba tanto como era capaz! —Oye que le grita a sus espaldas, inhala profundamente para mantener la compostura.
—Entonces demuéstralo —responde sin girarse.
— ¿Que lo demuestre? —murmura.
—Sí, vive la vida que a ella le hubiera gustado vivir contigo, no esta, por la que te hubiera dado una cachetada.
Sale sin darle oportunidad de contestar. Se sienta al otro lado de la puerta y lo escucha llorar, ella también derrama algunas lágrimas en silencio.
ESTÁS LEYENDO
Retroceder
Romance- ¿Qué harías si pudieras retroceder el tiempo? -pregunta la ojiverde. - Me hubiera subido al autobús con ella ¿Tú? - Le hubiera dicho que la quería antes de que saliera. -Hace una pausa-. ¿No es extraño que ninguno de los dos piense en salvarla?