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Flaky despertó ese día con los ojos rojos, hinchados y algo dolidos, sensibles al sol; con los párpados aun pintados con sombras negras, delineador corrido al contorno de éstos, su rojo cabello estaba tan enredado que podía parecer fácilmente una bruja demacrada.

Si tuviese que ir a una fiesta de disfraces para Halloween, ella sin duda ya estaría lista.

Estaba mal acostada sobre su sofá lo que le provocó un leve dolor de cuello, aun vistiendo la ropa del día anterior que constaba de un pantalón de vestir negro acampanado, una blusa blanca con la corbata negra floja. Sus pies estaban descalzos.

Qué torpe, había dejado la televisión encendida.

Ella por su lado apenas había estado arropada con el saco oscuro que compró en una rebaja.

Flaky se levantó con pesadez y bostezo, estirando los brazos hacia arriba para poder tener un amanecer más llevadero por mucho que su cuello punzase, aunque ya estaba harta de esa maldita rutina. Aunque tampoco podía quejarse tanto, eso era a pesar de todo su vida, por muy aburrida que fuese:

Despertar más dormida que despierta era como el inicio de su ritual diario; darse una ducha de 10 minutos (a veces con agua fría); tomar un café y vestirse para un nuevo día encerrada en la oficina que le correspondía como asistente recibiendo llamadas y citas para psicólogo Lumpy quién siempre iba acompañado del veterano de la guerra de Vietnam: Flippy, como su guardaespaldas personal.

¿Por qué un veterano como guardaespaldas para un psicólogo? Flaky no lo sabía y honestamente no era algo que le importara mucho. Mientras el psicólogo Lumpy no dictase que Flippy fuese inestable, ella trataría de soportarlo.

Si no fuera por el contacto humano que Flaky recibía al platicar con ambos ya se habría vuelto loca, eso era algo que se aseguraba más no algo que pudiese admitir abiertamente.

Lumpy no era un mal jefe sin embargo en ocasiones tenía sus días malos en los que no podrías contestarle de ningún modo, sólo "sí, señor" dar media vuelta y desaparecer de su vista si querías mantener tu cabeza en su lugar.

Ella misma comprobó qué tan especial era su jefe cuando se le destrozaba hasta el último nervio. Por ejemplo, un día hasta entonces tranquilo, Lumpy recibió en su consultorio a una abogada ebria como su primera paciente; una hora después, el hombre de excéntrico cabello color azul, se vio obligado a sacarla por su propia mano cuando dicha mujer se le comenzaba a insinuar pues su expareja la había botado el día anterior y necesitaba consolarse con alguien. Al ser rechazada comenzó una rabieta en chillidos típicos de un cerdo.

En cuanto Lumpy cerró la puerta del ascensor, se giró y vio a Flaky parada sin saber qué hacer, en medio del pasillo no le dijo otra cosa más que:

»Tráeme un café negro con dos cucharadas de azúcar, Flaky.

Cuánto Flaky agradeció que su jefe fuera tan amable con ella aun estando en esos días en los que parecía que se lo llevaba el mismísimo demonio.

Sin embargo con el guardaespaldas era una cosa más o menos distinta.

Flippy solamente se paraba ahí al lado Lumpy, sin decir nada. Sin hacer nada, para variar.

Desde que se conocieron de ese modo tan peculiar en aquella noche de brujas donde Flaky creyó que le esperaban sólo días llenos de monotonía y lo único que ella en realidad consiguió fue una larga e incómoda aventura nocturna que le dejaría secuelas de nerviosismo peores de los que ya tenía. Los recuerdos aún le daban vergüenza y enfado.

La verdad era que ninguno había entablado una charla duradera con el otro por motivos de supuesta incomodidad desde entonces aunque trabajasen en el mismo sitio y para el mismo hombre. Él siempre se paraba en una esquina a lado de Lumpy, mirando a la nada y a la vez alerta a cualquier movimiento sospechoso en el perímetro.

Pero cuando Flippy hablaba con ella... no era precisamente de cosas primordialmente personales como por ejemplo: gustos, disgustos y demás. Era más bien un intercambio verbal de información laboral y chistes bizarros.

Aunque a Flaky le había intrigado de cierto modo la historia de ese chico puesto que la primera reacción que tuvo con ella la primera vez que se vieron no fue para nada normal, sino algo extraña e incómoda, por no decir un encuentro digno de una película de terror. Si Flippy era un asesino serial a ella le gustaría saberlo.

Ellos dos tomaban la vida diaria en la ciudad Happy Tree sin técnicamente nada de emoción, sin tomar muy en cuenta la existencia del otro cuando no era principalmente necesario. Flippy y Flaky estaban unidos únicamente por el trabajo, y de ello no había discusión.

De hecho, Flaky ya se había planteado en irse a Massachusetts únicamente para terminar con su sueño en una escuela de poco renombre pero económica a la vez:

Ser concertista de violín.

Sin embargo para ello necesitaba trabajo y dinero, mucho dinero y lo que ganaba en la mierda de su empleo anterior (antes de conocer a Flippy y Lumpy) no lo iba a conseguir, menos mal que la buena socialización de Petunia era poderosa. Gracias a su amiga, Flaky conoció al psicólogo Lumpy quién para su suerte buscaba una secretaria con sus escasas cualidades.

Para su mala suerte, otro detalle era que Flaky no sabía tocar violín, en lo absoluto; a ella le gustaba la música que podía producir este instrumento pero nunca había tenido tiempo de buscar a un maestro (o maestra) independiente que pudiese darle clases. Tampoco tenía ningún violín propio, eran costosos.

Después estaba ese veterano idiota...

Flaky y Flippy de verdad no se tomaban muy bien eso de verse las caras todos los días de la semana olvidando los días festivos; no se odiaban pero tampoco se toleraban mucho. Las secuelas de su primer encuentro aún quedaban impresas en Flaky. Posiblemente en Flippy también. Tal vez en uno más que en otro pero eso ya era harina de otro costal.

Flaky azotó la puerta al salir de su casa, no sin antes echar una maldición a su pereza al no lavar sus pantalones de vestir y obligarse a utilizar una incómoda y algo reveladora falda que Giggles había comprado para ella en un desesperado acto por hacerla ver más femenina.

Qué estupidez.

Para Flaky era importante verse bien, presentable, formal. Ajustaba sus escasos días libres para ordenar su ropa, sus gomas para el cabello y sus desodorantes. Lamentablemente las faldas le eran incómodas, innecesarias para la función de atender las llamadas telefónicas; por eso no se preocupaba en usarlas.

Después ir en su auto y traspasar un largo tráfico en donde al quedarse en un semáforo en rojo aprovechó para maquillarse un poco mientras terminaba de hacerse una mal hecha coleta alta con algunos mechones rojos sobre su rostro, se preguntó si en verdad iba a lograr su más grande e iluso sueño.

Como se dijo antes, ella no tocaba el violín y jamás ha tocado uno real siquiera. Pero escuchar su sonido y ver la forma del instrumento, realmente era algo que cautivaba a Flaky de sobremanera. Terminó de enamorarse cuando, por televisión, presenció una orquesta sinfónica donde los violinistas parecían ángeles terrenales entonando al unísono para agradar a dios.

Flaky terminó de arreglarse antes del segundo semáforo; cuando se detuvo en el cuarto aprovechó para beber el yogurt de piña/coco. Su único desayuno.

Iba tarde, iba tarde... ¿por qué los coches no avanzaban?

Casi quiso arrancarse los cabellos cuando ya llevaba 30 minutos escuchando las bocinas de los autos.

𝐃𝐨𝐧𝐜𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐝𝐨𝐬 𝐃𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧𝐞𝐬 | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora