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―Al fin he llegado.

Bien, había llegado sólo veinte minutos tarde, diez minutos menos que el día anterior por lo que probablemente Lumpy no la regañaría tanto; con su folder amarillo en un antebrazo, su bolso negro en el otro y una pila de hojas entre ambos, salió del coche negro, cerró la puerta con el pie y puso la alarma con las llaves que tenía entre ambas manos juntas.

Era hora de apresurarse.

Llegó corriendo al edificio como el caminar de un pingüino haciendo sonar esas zapatillas negras con tacón de 8 cm (que se le salían de sus pies de vez en cuando, causándole molestia porque estos no se acomodaban bien a sus pequeños pies) y moviendo sus brazos desesperadamente para que los papeles no se desperdigaran por el suelo entro al ascensor escuchando el cierra de la puerta y ese tono tranquilo, movió su pie izquierdo con desesperación sin notar que había alguien más con ella.

―No muevas así el pie, Flaky ―ordenó un hombre de cabellos azulados a su lado―, muestras mucha desesperación.

La pelirroja suspiró sabiendo que su suerte no estaba destinada a ser de mucha ayuda y dijo:

―Buenos días, señor Lumpy.

Al parecer Dios no le había concedido el milagro de no ser descubierta por su jefe llegando tarde de nuevo. Pero ¿qué podía hacer ahora que ya había sido descubierta? Sólo quedarse ahí hasta que el sermón terminase.

―No me sorprende que te retrases en el trabajo, el tráfico de hoy es horrible, quizás ocurrió algún accidente o algo así ―informó Lumpy con una leve sonrisa―. No te preocupes, yo también acabo de llegar -enseñó su maletín con una sonrisa antes de ver fijamente a Flaky y a esa pila de papeles-. Déjame ayudarte -pidió quitándole las hojas que llevaba Flaky cargando.

―Muchas gracias ―musitó la pelirroja aliviada bajando los brazos relajándolos un poco sintiendo la firmeza que los músculos habían adoptado y el pequeño dolor que hizo al bajarlos, sosteniendo bien su folder y su bolso, las llaves de su coche se resbalaron de sus manos, cuando se agacho a recogerlas el folder también calló y las hojas salieron un poco, metió las llaves en la bolsa y se apresuró a recoger las hojas, a pesar de tener el largo cabello amarrado, sentía su cara arder.

Qué torpe.

Lumpy se rio un poco. El hombre de cabello azul estaba de un humor inaguantable, eso hasta él mismo lo sabía, pero al ver como su empleada corría desesperadamente para alcanzar el ascensor sin notarlo él mismo rio por lo bajo; no lo sabía pero eso le alegraba el día; su tímida asistente luchando por seguir como su ayudante a pesar de ser muy torpe.

«Aún no son las tres de la tarde y ya comienzo a pasar vergüenzas» se dijo Flaky con las mejillas levemente sonrojadas viendo el número de pisos que subían.

Cuando la puerta del ascensor se abrió un hombre de curiosos cabellos verdosos estaba esperando a su jefe con una mirada pasiva.

―Buenos días, señor ―saludó cortésmente el joven con un muy llamativo atuendo militar digno de un veterano que no había dejado sus días de gloria quitando de las manos del psicólogo las hojas que habían pertenecido a Flaky.

―Hola Flippy, buenos días.

El hombre salió del ascensor mientras que Flaky batallaba para dar pasos con esos zapatos horriblemente incómodos y feos.

―Buenos días, señorita Flaky ―saludó Flippy a regañadientes después de notar la presencia de la pelirroja, la chica cobró la compostura y contestó con un saludo igual.

«Engreído» se dijo a sí misma, algo cansada de la misma situación de siempre.

Flippy volvió a hablar, y para su mala suerte no tenía algo bueno qué decir a favor de Flaky.

―Señor, el alcalde lo espera en su oficina.

―¿El alcalde? ―Lumpy miró a Flaky de reojo.

«No puede ser, se me olvidó la cita con el alcalde» se decía Flaky con el alma casi saliendo de su boca, bajo la cabeza.

El psicólogo vio la reacción de su asistente (la cual se encogía de hombros decepcionada de sí misma), no hizo falta preguntar el motivo de su reacción asustadiza. Él era el experto.

―Bueno, no importa ―dijo el hombre en una carcajada que extrañó mucho a sus dos empleados―, seguramente Sniffles llamó a última hora como siempre ―acertó Lumpy calmando a Flaky, sólo un poco―. Flippy ayuda a Flaky con este papeleo y después ven a mi oficina.

Y sencillamente camino entre ambos con una sonrisa burlona y una mano en su bolsillo y la otra sosteniendo su maletín.

Solo treinta segundos y Flippy se armó para hablar otra vez enfrentando a una irritada Flaky que le miraba con la intensión de azotarle un golpe en la cara.

―Vamos ―le dijo el veterano a la chica, cuando empezaron a andar él agregó―: Esta es la tercera vez en la semana que se te olvida decirle al señor sobre una cita.

𝐃𝐨𝐧𝐜𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐝𝐨𝐬 𝐃𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧𝐞𝐬 | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora