Érase un pozo sin fondo

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Abigail llevaba cinco días sin probar bocado, la última vez que lo hizo le costó un nuevo corte en su muñeca.
En el instituto empezaron a hablar a sus espaldas sobre lo delgada que estaba, sí, delgada, Abby había adelgazado tanto que apenas se la podía reconocer aunque ella no lo veía así.
Tras su nueva 'costumbre', Abby empezó a alejarse de sus amigas, sus conversaciones se volvieron más cortas y sus mangas más largas a pesar del calor. Cada vez que alguien le preguntaba cómo estaba sonreía, dejaba caer un 'estoy bien, gracias' y se marchaba.
Aunque siempre tuviera una sonrisa en la cara por dentro estaba rota, hundida, metida en un pozo sin fondo en el que ella se había metido y del que no podía salir. La comida y su físico se convirtió en su obsesión y toda su vida giraba entorno a eso. Levantarse de la cama se le hacía más duro cada día, y ya no solo porque no tuviera ganas de empezar un nuevo día, ya ni siquiera su cuerpo se lo permitía. Estaba alarmantemente delgada, se le marcaban todos y cada uno de los huesos de su cuerpo, apenas tenía fuerzas para desplazarse hacia el instituto y llevar la mochila a cuestas. Tenía unas tremendas ojeras y su cabello cada vez era más escaso, igual que el brillo en sus ojos.

Aunque tenía claro que comer le iba a pasar factura, después de siete días de ayuno, empezó a comer de nuevo, una ensalada, algo de fruta, poca cosa, aunque para ella eso ya le suponía un gran esfuerzo.
Después de cada comida que hacía, se encerraba en su habitación, cogía el cúter y se hacía varios cortes en los brazos, tantos cortes como creyera necesario para aliviar un poco ese sentimiento de culpabilidad que sentía por haber comido. Ver la sangre fluir la hacía sentir algo mejor, le ayudaba a entender el porqué de ese dolor que sentía, llenaba ese vacío en su interior.
Aunque en el fondo sabía que lo que hacía estaba mal no quería reconocerlo, trataba de autoconvencerse de que lo que hacía estaba bien y que eso era lo que merecía, por como era, por como se sentía, aveces se preguntaba: ¿de verdad creo que merezco tanto sufrimiento o es lo que me han hecho creer los demás durante toda mi vida? Pero siempre llegaba a la misma conclusión: "claro que lo merezco, los demás sólo me abrieron los ojos a algo que yo no quería ver, no debería intentar cuestionarlos.. soy una mierda y sentirme como me siento es lo que me merezco, una persona como yo debería estar muerta" Y después de llegar a esa conclusión cogía el cúter y se repetía una y otra vez el mismo pensamiento que la llevaba a cortar su delicada piel.

Sentimientos muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora