El cascanueces

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El árbol de navidad elegido por la familia ese año era, no solo el árbol más bonito y luminoso de todos cuantos habían tenido; sino que también era el más grande. Y eso es lo que pensaban todos y cada uno de los invitados que habían asistido a la grandiosa fiesta de nochebuena que la familia celebraba.

El árbol rozaba el alto techo del salón de baile y estaba situado en uno de los extremos de este, justo enfrente (aunque separado por una gran distancia) de la fantástica orquesta que había sido contratada para amenizar el baile. Era ancho y de un verde fresco brillante y tenía filas y filas de adornos de todo tipo: bolas, guirnaldas, palotes de caramelo, campanillas, velas incandescentes y una maravillosa estrella refulgente en la parte más alta.

Clara se había pasado horas y horas observando como los criados lo decoraban durante toda la tarde; le habría encantado poder colocar aunque fuera una triste bola, pero sus padres no se lo habían permitido. Luego la mandaron a su habitación a vestirse para la fiesta, pues debía estar lista a las siete para recibir a los invitados en la puerta, junto a su familia.

Para la ocasión, eligió un precioso vestido verde de satén que le daba aspecto más adulto. Se puso sus zapatos nuevos y una cinta verde claro y brillante en el pelo, atándoselo en una bonita cola de caballo. Pasó al menos veinte minutos contemplándose frente a su espejo, balanceándose sobre las puntas de sus pies tal y como hacía en sus clases de ballet, para ver bien su cuerpo. Y quedó encantada; se vio tan bella y femenina.

Bajó corriendo a reunirse con los demás en el vestíbulo, deseando que todos vieron su aspecto deslumbrante, pero le bastó un vistazo a su hermana mayor para que se le bajaran los hombros del disgusto.

¡Su hermana era tan bella! Clara la veía y sentía una terrible envidia; jamás la superaría hasta que fuera lo bastante mayor como para ponerse esos vestidos que tanto estilizaban la figura femenina, destacando esas deseadas curvas de las que ella aún carecía. Al lado de su hermana, ella parecía una muñequita insulsa que solo podía soñar con ese mundo adulto plagado de romanticismo, que brillaba como una preciosa joya y rezumaba sensualidad en cada gesto. Clara estaba empezando a conocer un poco de todo eso, a base de observar los furtivos encuentros de su hermana con los distintos pretendientes que se arrastraban tras ella para obtener una pizca de su atención. Pero era muy poco, tan solo unos instantes y por eso, aún tenía que imaginarse cuales eran los secretos del amor que se ocultaban en ese misterioso baile de miradas cruzadas y gestos disimulados.

A ella no la perseguía ningún chico salvo su hermano pequeño, que siempre la andaba molestando. ¡Y estaba tan impaciente! Sabía que cuando ese momento llegara, ella sería la que más corazones robaría, lograría que todos los ojos se volvieran a mirarla. ¡A fin de cuentas iba a ser una gran bailarina! Tanto su profesora de ballet como sus padres halagaban siempre la forma y fortaleza de sus piernas, la delicadeza de sus movimientos; y su rostro, aún demasiado infantil, era tan parecido al de su hermana que en cuanto terminara de madurar, se convertiría en el más admirado de todos.

Pero mientras tanto, ella seguía siendo una niña de apenas trece años. Y no podía divertirse en esa fiesta de nochebuena a pesar de la dulce música que flotaba en el salón y el cálido resplandor de las chimeneas encendidas. De hecho, sufría tal aburrimiento que estaba a punto de retirarse a su dormitorio, cuando un hombre acomodado en la butaca más próxima al gran árbol, llamó su atención.

Se acercó a él al instante, sonriente.

—¡Feliz Navidad, tío Drosselmeyer! —le felicitó.

El hombre alzó su copa hacia ella.

—Igualmente, querida.

El tío Drosselmeyer no era realmente su tío; sino que era un viejo amigo de la familia, juguetero y siempre vestía de negro. Mucha gente solía observarle con curiosidad, pues su aspecto no era la única excentricidad que los adultos percibían en él.

Cascanueces. Príncipe de los muñecosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora