El final del cuento

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A pesar del escaso efecto que comenzaban a tener las amenazas del rey en Greta, tanto ella como Hans, se ocuparon de que todo estuviera preparado en el gran salón del trono. Este había sido ya engalanado para festejar la noche de fin de año; pero además, todos los presentes esperaban ansiosos que fuera, también, el escenario de la destrucción del fatal hechizo que oprimía a su princesa.

El rey, la reina y la princesa, ataviados con sus mejores galas, habían tomado ya asiento en sus respectivos tronos, de cara al salón. Frente a ellos, estaban Greta y Hans. El chico había sido vestido con un uniforme rojo, al estilo real, aunque nadie se había molestado en darle un arma, pues su única función ese día era la de sostener el cojín rojo de terciopelo donde reposaba la nuez, que había sido traída esa misma mañana.

Greta había sido forzada a llevar un ligero vestido rojo, también para la ocasión. Colocada frente a su amigo, su misión era la de conducir a los aspirantes hacia Hans para coger la nuez. Una tarea que se adivinaba realmente tediosa, pues había muchísimos.

El largo pasillo enmoquetado y flanqueado por las columnas de piedra, estaba lleno por una larga fila de jóvenes príncipes y nobles que se habían prestado voluntarios para intentar llevar a cabo la misión. Todos habían sido ya descalzados y se les había vendado los ojos; no solo porque así lo requería el hechizo, sino también porque la princesa estaba especialmente horrorosa ese día y de haberla visto, ni uno solo de esos gallardos voluntarios habría puesto su dentadura en peligro por ella.

Greta los observaba acercarse a la nuez con una ceja alzada; no entendía como podían haber aparecido tantos en tan poco tiempo, y tan bien dispuestos a quedarse sin dientes solo por la posibilidad de casarse con una princesa de la que no sabían nada, salvo que era muy bella. Tampoco entendió porque no huyó ninguno cuando los primeros de la fila comenzaron a lanzar esos terribles aullidos de dolor al perder sus dientes. Pero todos se quedaron.

Muy pronto, en la impresionante sala del trono solo se escuchaban tres sonidos que se repetían una y otra vez y en el mismo orden. Primero, la furiosa voz del rey que gritaba:

—¡SIGUIENTE!

Cada vez que un aspirante fracasaba.

Segundo, el inquietante crujido cuando la nuez hacía añicos las muelas del siguiente voluntario y tercero, los aullidos de dolor que podían ir mezclados con gemidos y gimoteos si el susodicho era especialmente sensible.

Uno tras otro; ¡siguiente!, crujido, aullidos... una y otra vez. Así fue que la fila, aparentemente infinita, de candidatos fue menguando rápidamente, mientras que el enfado y la impaciencia del monarca iban aumentando.

Cuando el último aspirante cogió la nuez del cojín y se la llevó a la boca, Greta y Hans intercambiaron una mirada de miedo. Se trataba de un joven conde y portaba una sonrisilla de lo más chulesca, acorde con su posición privilegiada. Se llevó la nuez a la boca, la colocó entre sus dientes y apretó fuertemente la mandíbula. La sala entera contuvo el aliento... hasta que se escuchó el crujido. La nuez cayó, intacta e invulnerable, al suelo junto con los trozos de dientes del pobre conde que salió corriendo de la sala, chillando y apretándose la boca con las manos.

Todo el mundo suspiró, decepcionado. No quedaba nadie más dispuesto a intentarlo, todos habían fallado y la maldición no se había roto. Cuando la triste y fea princesa se dio cuenta de lo que eso significaba, se puso a berrear como una loca.

Y al instante, por solidaridad, la reina se le unió.

—¡¡MALDICIÓN!! ¡¡MALDITA MALDICIÓN!! ¡¡¡YA SABÍA YO QUE NADA DE ESTO FUNCIONARÍA!!! —Se puso a gritar el rey, brincando de pura rabia sobre su maltrecho trono—. ¡¡¡SABÍA QUE NADIE SERÍA CAPAZ DE PARTIR ESA ESTÚPIDA NUEZ!!! —Empezó a patalear poniéndose tan rojo que pareció que su cabeza fuese a explotar. Entonces se volvió hacia los chicos y levantó su dedo condenador—. ¡¡CORTARLES LA CABEZA!! ¡¡CORTARSELA!!

Cascanueces. Príncipe de los muñecosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora