"No se muere el amor, se mueren las ganas de luchar"

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Me enamoré. Me enamoré de ella, ya no me cuesta admitirlo. De sus ojos, ¿y qué importa que no sean de un color especial? Me enamoré de su boca, de cada suspiro, de cada bostezo. Me gustaba incluso cuando se enfadaba y me ponía morritos, deseando que le deshiciera la mueca con un beso. Me enamoré de la primera vez que la cogí en brazos, y de las veces que se ponía de puntillas para besarme. Me enamoré de su risa, aunque la mayor parte del tiempo se riera de mí. Me enamoré de lo tonta que se ponía a veces. De esos insultos que me decía con cariño, y que me aceleraban el corazón más que cualquier piropo. Me enamoré de las veces en las que se cubría la cara con la bufanda y cerraba los ojos. Y cuando los abría me preguntaba por qué la seguía mirando, pero yo no podía dejar de hacerlo porque, fuera como fuera, siempre estaba preciosa. Me acuerdo de no saber si apoyarme en su hombro o rodearla con mi brazo, de aguantarla cuando me tiraba de los mofletes o me ponía la almohada sobre la cabeza . Recuerdo llegar a casa y contar las horas que tardaba su olor en desaparecer de mi ropa. Me enamoré de ella, de su piel, de sus labios, del piercing de su ombligo. Con ella, comprendí que, a veces, las mejores piezas son las que no encajan. Y ahora, solamente, se ha quedado en un recuerdo. Duele ver cómo la he perdido, pero más me duele no haber luchado por ella. No haber podido darle todo lo que necesitaba, pero ahora, no hay vuelta atrás. ¿Por qué debo olvidarla? Si al fin y al cabo me lo he impuesto yo. Si tanto me importa debería volver a hablarle, pero no quiero arrepentirme, quizás estoy mejor así.

Relatos fúnebresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora