El Rapto

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-No podrás escapar, te tengo bien amarrado. Hoy me divertiré contigo así como tú lo hiciste con esas pobres niñitas que tenías en este sótano. Crees que no investigue, crees que no iba a salvar a todas esas pobres e inocentes niñitas que violabas y pensaste que solo recibirías un simple castigo de pasar en la cárcel. Pues lamento decirte que no saldrás con vida de aquí y recibirás una larga y dolorosa tortura. Recibirás el doble de dolor del que procuraste a cada una de esas niñitas, y como tu pecado fue largo, triste y doloroso, te torturare en este cuarto por un muy largo tiempo. Justo hoy necesitaba distraerme.

El sótano estaba adornado con juguetes de niña y una cama grande color rosa, además de las celdas donde había retenido a esas niñas por meses. Hace varios meses varios padres habían comunicado las desapariciones de sus hijas pero nadie sabía dónde podrían estar o quién las retenía. Solo rezaban y pedían por la televisión que se las devolvieran.

Nadie sospechaba de Robert Lonner, un hombre trabajador que tenía tres perros y ayudaba continuamente en la iglesia, siendo cercano a los padres de las niñas desaparecidas que procuraba toda la ayuda que él podía. Iba todos los días a trabajar, paseaba siempre a sus perros y dormía temprano, siempre saludaba a sus vecinos y nunca nadie imagino lo que hacía cada noche con esas pequeñas niñas. Fue una de esas noches cuando se preparaba a su rutina nocturna cuando al entrar no vio a ninguna pequeña niña indefensa, lo que hizo explotar su rabia no percatándose de que detrás suyo una figura negra con un gran pañuelo rojo cubriéndole el rostro lo azotaba contra las rejas, le hacía una llave y le destrozaba el brazo. Perdió la conciencia y se encontró posteriormente en la camilla aturdido, pero con una mujer sedienta de sangre que no lo dejaría libre hasta torturarlo, de tal manera que el único consuelo que tendría habría sido haber muerto.

1,2,3... contaba aquella mujer riéndose de aquel hombre mientras que con un bisturí cortaba tan lentamente sus genitales como si fuera una operación. Había traído electricidad y mucha cinta. Por más de que el hombre suplicaba clemencia no la tendría. Aquella mujer en aquel canto de locura, clamaba la justicia, clamaba el pago y el castigo del daño causado. 

Cuando ya poco de conciencia le quedaba a aquel hombre, decidió marcharse. Dejándolo ahí, apagando las luces cual trabajo en espera y quitándose los guantes. En otro momento continuaría eso se notaba en sus rostro, por lo que aquel hombre aunque en ese momento habría querido estar muerto, tenía otro día más de vida.

Justicia Escarlata #ReverAwards2017Where stories live. Discover now