Suspiré apaciblemente sobre sus dulces labios rojos y en segundos me inundó en el jugo más delicioso y placentero que en toda la vida pudiese probar. Nos besábamos una vez más al maravilloso compás creado por cada uno, era tranquilo, repleto de ternura y si no me equivocaba, había un sentimiento muy importante involucrado, era grande pero lograba pasar por desapercibido, más no esta vez, llegaba a sentir temor de decirlo, pero había que confesarlo de una vez; Amor.
Estaba dispuesta a decirle todo lo que lo amaba, todo lo que sentía y con el solo hecho de pensarlo mis ojos se cubrían de lágrimas bajo mis parpados. Nunca había pensado en sentir algo parecido, y de hecho, no tenía ni la menor idea de que existiera algo tan maravilloso como lo era este sentimiento tan grande.
Sus manos se alejaron de mis brazos y en un rápido movimiento me tomó en brazos. Solo sonreía sin dejar de mirarlo, ¿Por qué no nos atrevíamos a decirnos de una vez a la cara que era lo que ocurría? ¿Tanto era el miedo?
Caminando conmigo a cuestas, hundió su rostro en mi cuello e hizo con sus labios suaves caricias que no tenían otra finalidad que hacerme cosquillas.
Era una escena conmovedora, como me hubiese gustado apreciarlo desde lejos, sabía que era un cuadro pintado con infinita ternura.
Me recostó sobre una superficie acolchada, parecía una cama, un sillón en realidad, convertido en un lecho.
Se recostó sobre mí y antes de volver a besarme, llevó sus dedos a mi rostro.
— ¿Qué haces? —Reí al notarlo tan concentrado.
—Me gusta recordar cada una de tus facciones —Sonrió y besó mi frente.
Mordí mi labio inferior, nada podía ser más perfecto.
Sus labios no se despegaron de mi frente y comenzaron un camino por mi cien, mejilla y finalmente mis labios. Era dulce como la miel y sus caricias no eran más que delicados masajes.
El tiempo volaba y nada nos interesaba, podría seguir el resto de mi vida, sin cansancio alguno, devorando sus labios y enredando mis dedos en su cabellera negra para que nunca pudiese alejarse.
Me levantó sosteniendo sus manos en mi espalda y con dificultad retiró la chaqueta de mezclilla.
Mi cuerpo se estremeció por completo al sentir la temperatura, hacía frío y yo solo lucía con una polera de mangas cortas. Para quedar a mano, colé mis extremidades por sus hombros, bajo la chaqueta y la fui deslizando hasta que el mismo terminó por quitarla y dejarla caer a la misma distancia que la mía había quedado.
Acariciaba mis brazos como si tratara de evitar que me congelara… y era obvio que lo hiciera, mi cuerpo estaba temblando.
Ladeaba lentamente, pero constantemente la cabeza para darle un mejor y mayor acceso a su mentolada lengua, que junto a la mía iniciaban una batalla a muerte. Sus labios eran un verdadero placer, tan adictivos como el café y tan dulces como el mismo chocolate.
De a poco llegaba el momento en que comenzaba a impacientarme, disfrutaba tanto su ternura, pero comenzaba a pedir a gritos su desesperación, que se descontrolara… y para ello debía hacer algo.
Con una fuerza inexplicable en mí, terminé quedando sentada en su cintura y teniendo una perfecta vista.
Tomé el borde de su remera y la fui levantando mientras sus ojos no se despegaban de los míos y una leve sonrisa traviesa se iba dibujando en sus labios. Una vez fuera acaricie deseosa su pecho en su totalidad y me acerqué, sin hacer contacto con mi cuerpo y el suyo, hasta su cuello. Empecé por pequeños e inocentes besos, que terminaron siendo lujuriosos y sensuales.