Salta salta pequeño Marcelo

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—¡Salta salta pequeño Marcelo!—decía una voz. Él pequeño conejito de raza belier batallaba, todo estaba oscuro y en su condición le costaba mucho trabajo seguir adelante.
—¡Salta! Estas a punto de llegar.
Marcelo seguía arrastrando sus patitas tomando las indicaciones que aquella voz le ordenaba pero que lo animaba a seguir. Mientras buscaba él camino, recordó cuando vio a su dueña por primera vez y los momentos que compartieron juntos.
A él le gustaba que le dieran de comer en la mano, le gustaba que le dieran su manzanita todas las mañanas.
Recordaba cuando brincaba de maceta en maceta, lo cual en una de esas le provocó la parálisis pero él no se arrepentía porque aquella planta de perejil lucía apetitosa.
Siguió arrastrándose sin ver luz alguna pero aquella voz seguía instistiendole que no parara. Olisqueó un poco hacia adelante y arrugo la nariz 3 veces.
Siguió arrastrándose cómo pudo.
—¡Salta conejito! Ven conmigo que aquí él descanso y la tranquilidad son eternas. Pronto tus patas dejarán de dolerte y podrás regocijar en mi gran jardín, aquí no hay dolor sino descanso eterno, ven a mí.
La voz que lo llamaba lo llenaba de alegría, no sabía de quién se trataba pero sabía que tenía la razon y que debía confiar. Pudo apoyar una de sus patas y saltó, después la otra y finalmente pudo seguir saltando lo más que podía.
Hasta que de repente la oscuridad desapareció y pudo ver que se encontraba en un jardín, había un arcoiris grandísimo y había un río que su agua era completamente cristalina.
Bebió un poco de él y se dirigió hacia donde la voz lo estaba llamando. Dios lo tomó entre sus manos.
—Lo poco o mucho que tuviste en tu corta vida, aprecialo por siempre. Eres de las pocas almas tan puras que existen en él mundo del que saliste. Serás recordado por las personas que te adoptaron por siempre... Tu dueña te prometió que saltarías por mi jardín eternamente y disfrutaras de toda la fruta y verdura que te gustaba. Aquí la tienes.
Dios lo bajó y en frente de él había mucha lechuga, manzanas y alfalfa.
—Me pidió que te cuidara y yo soy un Dios de palabra, aquí lo tienes todo para ti, ahora puedes descansar a mi lado. Y recuerda que tus patas ya jamás te dolerán, salta salta Pequeño Marcelo...
Esta historia me costó lágrimas escribirla y perdonen si no fue tan buena, no se si la quieran leer pero al menos le dejé esta historia en su honor y quiero que sepan que ese pequeño conejito estará por siempre en mi corazón.
7/01/17



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