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No quería ir.

Es más: No podía.

Oyó el canto de un ave cercana a la ventana de su habitación y eso lo ofuscó un poco más. Con el rostro enterrado en la almohada, aspiró su propio aroma y recordó con un poco de vergüenza lo que había sucedido la noche anterior allí mismo, cuando Víctor le había ido a pedir disculpas y le había invitado – algo seguramente exclusivo, sabiendo la importancia que tenían los patinadores que ahora se alojaban en su hotel.- a ver un día de entrenamiento en el Ice Castle.

Y es que por mucho esfuerzo que le metiese, no sólo se sentía terriblemente cansado y no podía abandonar la comodidad de sus sábanas, sino que además el sólo hecho de pensar hacerlo le provocaba una crisis de ansiedad que no recordaba haber experimentado antes por algo tan nimio.

Como se había despertado más temprano de lo usual se había quedado remoloneando en la cama, pensando. Dándole vueltas a todo el asunto, una y otra vez. Se descubrió sonriendo en más de una oportunidad en la soledad de su habitación, y poco a poco, la luz del alba le había descubierto pensando que, después de todo y a pesar de su atractivo arrollador, Víctor no parecía un Alfa desesperado. Sólo parecía uno que pensaba había cometido un error con él, y que quería enmendarlo de manera justa, invitándolo a un lugar donde sabía que no iban a estar solos, permitiéndole a Yuuri la libertad de decir que no.

Le dio tantas vueltas a todos los sucesos del día anterior, llegando a la conclusión de que Víctor no podía ser tan malo tampoco y que quizás, muy en el fondo, se podía permitir una oportunidad de conocerlo – por parte del menor, porque Yuuri aún seguía sufriendo de un grave defecto de inseguridad que le impedía ver también las cosas con perspectiva, pensando que semejante personaje del mundo artístico debía de estar loco si se fijaba directamente en él y no en los muchos Omegas más atractivos e interesantes que él que seguramente estarían dispuestos a estar con el ruso con mayor predisposición que la que tenía el castaño – que se olvidó del otro pequeño detalle que lo había llevado a aquella situación, y que le recordaba, con un sonrojo marcado...lo que había tenido que hacer la noche anterior ni bien había llegado a su dormitorio.

La cercanía de su celo.

Volvió a enterrar el rostro en la almohada, estirándose boca abajo cuan largo era en su cama. Sentía bastante calor, y ya no sabía discernir si se trataba de su inminente celo o del clima. Sin pensar siquiera en lo que hacía, acarició la piel de su antebrazo, su brazo, su cuello. Frunció el ceño; no sólo estaba demasiado caliente, sino mucho más suave de lo habitual.

No es que tuviese una piel demasiado seca, pero él no utilizaba ningún tipo de loción ni producto para dejarla en aquellas condiciones tan...le entraron ganas de seguir admirando lo tercio de su cuerpo, y aventurándose un poco más para comprobar que aquel fenómeno se reproducía en todas partes, introdujo la mano exploradora por debajo de la playera vieja y desgastada que había elegido la noche anterior para dormir; por alguna razón había elegido algo que tenía impregnado su olor, y no la playera nueva que había comprado unos días atrás, antes de que la primera sensación de que su necesidad se aproximaba llegara...

Si, la piel de su torso estaba igual de suave que la de su brazo... ¿acaso siempre había sido así y recién ahora se percataba de ello? No, no podía ser...la mano siguió investigando, rozando uno de sus pezones sin proponérselo realmente...y un gemido lastimero abandonó sus labios, sosegado por la almohada.

Se sonrojó al instante. Siempre que había estado cerca de su celo había notado...ciertos cambios en su cuerpo, pero nunca habían sido tan evidentes, ni antes había tenido aquella necesidad extraña de explorarse...y para qué mentir, nunca se había sentido tan necesitado. En ese sentido.

Entre el Alfa y la ParedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora