Día 4

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   Era casi la una de la mañana cuando Holly se apareció en el punto de encuentro que le indiqué, un veinticuatro-siete de comida rápida.

   Y Kon junto a ella.

  —¿Puedo preguntar o...?—dije al verlo, aunque ya me figuraba la situación.

  —No, no puedes—contestaron casi al unísono.

  —Claro, no lo haré—Siempre es lo mismo con estos dos, algún día no podrán seguir escapando...

  —Tengo todo lo que me pediste. Ahora dame tu mochila, vamos a darle a esas pobres huerfanitas un buen hogar.

  —En tu estropeado hígado de alcohólica, seguramente —No pude no reírme ante el comentario de Kon, a pesar de efectivamente recibir una mirada de disgusto por parte de la aludida. Definitivamente ese sería el destino de mis hermosas cervezas, pero no había nada que hacer. Prefería eso a que se echaran a perder.

   —Gracias Reina Holly, Ama de todo lo bello y hermoso de este mundo —Una exageración que le arrancó una sonrisa. Le cuesta evitarlo, pero le encanta ser tratada así. No por nada es la única chica que ha entrado a nuestro Club de Apreciación de la Cultura Moderna y logrado dominar a sus miembros. —Por favor, que lo demás quede exactamente como está. Les suplico que no abran ningún bolsillo, menos aún que saquen algo de ellos —les pedí mientras examinaba la bolsa que me habían dado y Holly hacía lo mismo con mi mochila.

  —Sí, sí, tu sagrada mochila será custodiada como si estuviera en un maldito programa de protección de testigos.

   Me llevé la bolsa al baño e hice lo mejor que pude para deshacerme del adolescente normal y transformarme en un joven nocturno: jeans negros, camiseta blanca con el logo de una banda de rock y chaqueta de cuero negra. El espejo me mostró mi nueva imagen, llenándome de satisfacción, pues de hecho era mucho mejor de lo que pensaba. Es increíble cómo cambia a una persona la ropa que usa. Me revolví un poco el pelo y me lo eché para atrás, porque mi mamá me dijo una vez que eso me hacía parecer mayor. Qué irónico uso para un consejo materno.

   Regresé a la mesa tendiéndole a Holly la bolsa con mi anterior ropa, pero ella se quedó observándome con ojos críticos. Se levantó, se sentó a mi lado y comenzó a acomodar un par de detalles. No tocó mi cabello, punto a mi favor.

   —Nada mal Leflend, nada mal... —me alentó Kon asintiendo con la cabeza.

   —Aunque la mona se vista... —empezó Holly, deteniéndose quizás al darse cuenta de lo cliché que era su insulto en esta situación. Parecía devanarse honestamente por ayudarme, así que realmente no importaba ya si se burlaba o no. —Te falta algo... ¡Ya sé!—anunció mientras metía la mano en su bolso. No supe qué era hasta que lo acercó a mi rostro.

   —¡Ni lo sueñes!

   —¡Oh vamos, no seas prejuicioso! Muchos hombres lo usan hoy en día.

   —No hay manera de que me pongas esa cosa en la cara.

   —Pero te quedará bien—argumentó haciendo pucheros. Sí, pucheros de verdad. Miré a mi otro amigo en busca de ayuda.

   —No seas así, déjalo. No creo que sea necesario—me apoyó Kon. Holly lo miró frustrada.

   —Si no te gusta puedes quitártelo luego... —dijo como último intento, mirándome desde abajo suplicante, poniendo esa cara y esa pose tan... tan...

   —Está bien, puedes ponerme el maldito delineador de ojos  —declaré. Ella sonrió ampliamente sin reparos, claramente satisfecha. Agh, menuda estafadora. Maldita habilidad de Reina Conquistadora de Hombres.

***

   Entrar a Absurde fue otro gran reto, como si cada fase de este plan sólo aumentara en dificultad a medida que avanzaba, justo como en un videojuego. Vamos, no es que sea especialmente del tipo tímido o asustadizo, pero entrar en un bar completamente sólo sí que era socialmente atemorizante (¿ese término tiene sentido?), sin mencionar lo que podía significar para los demás presentes y las intenciones que les provocaría. Tras realizar una rápida observación del lugar y no encontrar a Ternabis, decidí sentarme en un extremo de la barra especialmente oscuro. El barman se me acercó después de un rato y se me quedó mirando.

   —Una cerveza—dije sin mirarlo directamente. Fue lo primero que se me ocurrió, ¿habrá estado bien? Quizás debería haber pedido algo fuerte como whisky o algo de eso, ¿no? El tipo se inclinó un poco sobre la barra entornando los ojos. Mierda.

   —¿Identificación?—¡Igual que con la puta cajera! ¿Es en serio? Mierda, mierda, mierda. Estúpidos adultos y su estúpido sentido de responsabilidad con sus estúpidas leyes de protección. Ojalá estuviera Ternabis para ayudarme—¡Mira tu cara! ¡Oh santo dios!—exclamó de repente el barman entre risotadas. ¿Qué carajo le pasaba? Esperen, ¿acabo de desear que Ternabis estuviese aquí?  —No tienes de qué preocuparte chiqui, acá no jodemos con esas cosas. Montones como vos vienen por lo mismo que vos —señaló mientras me servía cerveza rubia cuidando de que no hiciera espuma. No iba a preguntar a qué creía que iba, definitivamente no. —Nosotros conseguimos dinero, ustedes diversión, es un gran trato. Pero como te pongas borracho y molestes a los demás te sacamos a patadas en el culo, ¿okay bonito? —concluyó guiñándome un ojo y depositando frente a mí el vaso. Simplemente asentí y giré en la banqueta dándole la espalda a la barra para escapar de su mirada, y para que no notara lo avergonzado y aliviado que me sentía.

  Me llamó mucho la atención el escenario que ocupaba casi un cuarto del lugar en la esquina opuesta de la barra. Una batería, un bajo, una guitarra y una micrófono descansaban acomodados allí.

   —¿Toca alguien hoy? —le pregunté al barman cuando se desocupó de servirle el (al parecer) segundo vaso de whisky a un tipo enorme con espalda de ropero. Definitivamente debería haber pedido eso para tomar.

   —Se llaman DownTown, son los mejores de por aquí, vienen todos los viernes y sábados —contestó lanzándome otro de esos guiños suyos. —El guitarrista es especialmente bueno, a pesar de ser tan joven —No quise preguntarle su definición de "joven".

   Qué genial tocar la guitarra en una banda. Si no hubiese dejado el conservatorio de mierda al que me mandó mi madre a los trece quizás habría podido tocar una ahora.

   El local se oscureció de repente (al parecer aún era posible que lo hiciera) y el escenario fue el único lugar realmente iluminado. Cuatro personas aparecieron en medio de una nube de humo colocándose con sus respectivos instrumentos. Miré especialmente al guitarrista como me indicó el barman y...

   Oh.

   Por.

   Dios.

   Ese cabello rubio, ese rostro de mentón redondeado y nariz pequeña. Esos ojos... no cabía ninguna duda: Gale Ternabis era el maldito guitarrista de DownTown.

El Plan PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora