Entré a la escuela con paso cansino sin molestarme en disimular mi estado. ¿De qué serviría fingir estar bien si de todas maneras mi cara me habría delatado inmediatamente? Mis ojeras parecían dos malditos enormes moretones grisáceos.
—Eh Alex, parece que te hubieran exprimido hasta lo último —me dice TJ cuando me ve. —¿Que pasó con el pedazo de fiestero que se apareció en mi casa el sábado a las tres de la mañana? ¿Todavía te dura la resaca hermano?
Pues de hecho sí, pero no tengo ganas ni energía para contestarle, así que hago un gesto con la cabeza y sonrío. Después de descubrir que el Presidente del Consejo Estudiantil, Señorito Estudiante Excepcional y Modelo de Adolescente Perfecto es el guitarrista de una banda que toca todos los fines de semana en un bar gay en la zona baja de la ciudad, no supe qué hacer con toda la felicidad que me invadió. Me fui de Absurde cuando aún estaban tocando, ¿qué más daba? Seguirían ahí el sábado y el fin de semana siguiente. Me dejé caer en la casa de TJ con todas mis ganas de disfrutar de una gran fiesta y emborracharme de lo lindo, pero apenas si estaban los del equipo de basket y de fútbol (con los que nos llevamos bien porque casi siempre coinciden nuestras fechas en los interestatales). Ni siquiera animadoras. Ni chicas en general. Automáticamente llamé a Holly y a Paul para que trajeran sus propias fiestas, mandé difusiones por WhatsApp y fotos a todos los grupos en los que estaba. En media hora la casa desbordaba de gente y la heladera de alcohol. Fue épico, hace tiempo que no se armaba una de esas en lo de TJ.
—En serio hermano, todavía no me creo la que te armaste, fue de los mejores viernes que hemos tenido hasta ahora —afirmó y yo me limité a asentir. ¿Generalizando? Hemos tenido mejores. ¿Siendo sinceros? No recuerdo haber estado nunca tan borracho.
Al saber que mi plan por fin tomaba una forma y rumbo concretos no cabía en mí tanta alegría. Era perfecto, no podría haber pedido más. De hecho ni siquiera me aseguré de tener pruebas porque sabía que podía conseguirlas cuando quisiera. Ternabis no tenía ni la más remota idea de que yo conocía su secreto y el barman me dejó bien claro que no había problema con que pasara de nuevo por ahí.
Me desperté a las seis de al tarde en la cama de los padres de TJ con uns cubeta a un costado milagrosamente vacía. Luego me explicaron que me había vomitado la vida y que me la dejaron por las dudas. Qué suerte que no me quedaba más vida entonces. Volví a casa, me duché, hice un par de quehaceres y les dejé la cena lista a mi mamá y mi hermana. Salí a patear calle de nuevo a eso de las once y a las doce ya me encontraba en otra fiesta. El domingo trabajé a la tarde gracias al trato que tengo con mi jefe: trabajar normalmente a la tarde-noche los días de semana, sábado libre y el domingo me rompo el lomo de nuevo, pero por lo menos tengo toda la mañana para intentar recuperarme. Y es así que los lunes me encuentro echo polvo, pero este en específico estoy totalmente destruido.
—Mejor dices que te resfriaste y así no vas al entrenamiento hoy. Yo te ayudo si quieres.
—Si, por favor, di que tengo un inicio de gripe para que me vaya a dormir a la enfermería.
Las clases no empiezan hasta las ocho, pero yo siempre llego a las seis y media para asistir al entrenamiento de la mañana porque al de la tarde suelo reemplazarlo por las actividades del club, y ya más tarde trabajo así que no tengo otro momento que este para dedicarle al equipo de básquetbol. Soy un buen jugador, lo sé, por lo menos el mejor de mi escuela y quizás de las escuelas del distrito, así que saltarme uno o dos entrenamientos no va a hacer que mi rendimiento baje. O eso espero.
Me tomo mi tiempo para disfrutar de la tranquilidad matutina que gobierna los pasillos. El camino a la enfermería no es muy largo, parece que está convenientemente ubicada a mitad de camino de todo y lógicamente en la primera planta (nadie quiere tener que subir escaleras cuando se lesiona o algo así, obvio). Al llegar me doy con que la enfermera no está pero ha dejado la puerta abierta, así que anoto mi nombre en el libro sobre su escritorio y me tumbo en la camilla más cercana a la ventana, corriendo tanto las cortinas que dividen la habitación como las de la propia ventana. Un cubículo semioscuro y una camilla barata deberían estar bien para una cabezadita.
Apenas había cerrado los ojos cuando escuché que alguien más entraba en la habitación. Me daba igual, si era la enfermera descorrería la cortina, me vería durmiendo, revisaría el libro y me despertaría cuando tocara la campana. Si era otra persona haría casi lo mismo o entendería el mensaje implícito de las cortinas cerradas.
Sin embargo no pude conciliar el sueño, había tanto silencio que podía escuchar cada uno de sus movimientos. Rebuscaba en los aparadores y abría cajones, mascullando maldiciones. No era la enfermera, definitivamente.
—¿Cómo puede ser que no tengas ni una puta aspirina vieja de mierda? —escupió con desprecio. Me dí cuenta al instante de quién era el cabrón desesperado.
—¡Si la puteas así no creo que consigas ni siquiera un ibuprofeno! —le solté para que me oyera desde donde estaba. Pareció congelarse porque no emitió ni un sonido más.
La cortina se abrió bruscamente y el condenado Gale Ternabis apareció con su mejor cara de estupefacción. Lo recibí con una mirada socarrona. A estas alturas, suponía que ambos estábamos plenamente conscientes del juego al que jugábamos.
—¿Qué haces tú aquí Leflend?—Por fin no más "Alexander".
—Oh nada Presi, sólo tomando un descanso por un pequeño inicio de gripe, nada por lo que deba angustiarse.
Disfrutaba enormemente de la tensión palpable en el ambiente, del rostro molesto de Ternabis, de la confianza que me generaba sentirme con ventaja sobre él sin que supiera a qué nivel. Ni siquiera consideré medir mis palabras o planificar alguna frase inteligente para burlarme: en aquella situación cualquier cosa bastaba para molestarlo.
—El importante aquí es usted Honorable Presi—dije poniendo mis brazos detrás de mi cabeza para enfatizar mi actitud desenfadada.—¿Qué martirios sufre que requiere un medicamento con tanta urgencia que blasfema al no conseguirlo?—Él odiaba ese tono y sabía perfectamente que me daba cuenta de ello.
—Sólo una pequeña migraña, gracias por tu preocupación—Sus palabras y lo que intentaban transmitir distaban mucho entre sí.
—Segundo cajón a la derecha, la llave está en el lapicero.
Dio media vuelta sin acotar nada más. Siguiendo mis indicaciones abrió el cajón, sólo para encontrarse con una caja de preservativos de mala marca, de los que te dan gratis en los hospitales. No pude más que estallar en carcajadas ante la mueca que me lanzó tras encontrarse con ellos.
—Vete a la mierda Leflend—declaró encaminándose a la puerta.
—¡Alguien de su clase no debería usar ese lenguaje, Señor Presidente!—le grité antes de que desapareciera por completo, para luego doblarme de la risa hasta por fin conciliar un satisfactorio y triunfante sueño.
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El Plan Perfecto
Teen FictionEstudiante honorable, excelente deportista, apuesto, amable y muy sociable: el arquetipo de adolescente perfecto. Venga, un Gary Stu cualquiera. Pero, ¿que se esconde tras el pulcro uniforme del presidente del consejo estudiantil, Gale Ternabis? Des...