CAPÍTULO V: Morgano

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Tras la destrucción de la aldea iria, Rijna acogió y ayudó bondadosamente a los supervivientes y al poco tiempo la población renació de sus cenizas.

Las edificaciones del Santuario se terminaron pronto. Los estudiantes llegados de diversas regiones llenaron totalmente sus estancias instruyéndose en los Misterios con gran devoción. Mientras, los poblados de alrededor alimentaban a los místicos y éstos, aleccionados por Rijna, proporcionaban útiles invenciones a los campesinos que hacían más llevadero y eficaz su trabajo. El Santuario expandía la ciencia y el arte más allá de sus fronteras.

Entre los jóvenes iniciados que se incorporaron a los estudios mistéricos, la sacerdotisa había reparado en el preferido de Casandra, el cual parecía poseer grandes cualidades. Morgano, un joven serio y concentrado de unos veinticinco años de edad, ya llevaba tres de camino iniciático; era incansable en el tiempo dedicado al estudio, poseía buenas capacidades mentales para ser entrenadas y un agudo espíritu de invención. Su sueño más persistente era hacer volar al hombre. Rijna sonreía al advertir esos pensamientos de Morgano, quien no podía saber, como ella, hasta qué punto la humanidad terminaría alzando el vuelo.

-Yo creo que el fuego puede elevar un aparato que podría transportar a una o varias personas –le consultaba a la sacerdotisa-. He hecho experimentos con un saco de fina piel colocando un fuego sostenido en su base y ha ascendido a una buena altura...

-Morgano -sonreía ella-, es el aire invisible, lo que vosotros llamáis éter, quien hace elevarse esa bolsa. El aire caliente pesa menos que el frío y debido a eso asciende. Sí, es verdad que se podría elevar a varias personas si el saco es lo suficientemente grande, de tela suave y colocas una barquilla colgante.

Entonces, Morgano se rascaba la cabeza, meditabundo, saliendo disparado a las salas de estudio para embarcarse en el dibujo de planos y de artilugios extravagantes o extraños.

Aparte de las aficiones particulares de los estudiantes, las cuales no estaban prohibidas, aunque sí bastante acotado el tiempo que se podía dedicar a ellas, el aprendizaje mistérico estaba bien determinado y no era fácil superarlo. Quienes no lo hacían, es decir, gran parte del plantel de iniciados, quedaban como servidores del Santuario efectuando tareas comunes. Los demás ocupaban casi todo el tiempo en progresar a lo largo de las distintas fases de su iniciación.

Morgano sentía la primera etapa iniciática, el control mental, como muy dura, puesto que él se interesaba especialmente por la experimentación. A pesar de estar bien dotado para el uso controlado de la mente, las largas horas de introspección en semioscuridad, en posición estática, le resultaban agotadoras. Además, permanecer siempre en las mismas estancias sin poderlas traspasar para acceder a nuevos espacios desconocidos hasta superar esta fase, acarreaba a muchos monotonía y abandono. Era un alivio cuando llegaba el momento de confrontar con uno de los sacerdotes o sacerdotisas del Colegio, maestros ya, pero sin llegar nunca al nivel de Rijna. Entonces, el diálogo mental, la caricia cerebral del otro u otra, era un motivo para el regocijo mutuo de la conciencia.

Para Morgano fue un motivo de inefable satisfacción que el Colegio y la misma Suma Sacerdotisa lo considerasen apto para dejar esta fase atrás y enfrentarse ahora al trabajo de la modulación del aura.

El día que lo acompañaron por primera vez a la sala donde resplandecía el talismán, colocado en un pedestal, inundando toda la estancia con un tinte luminoso azulado, suave y tembloroso, fue para él de un intenso gozo.

La modulación del aura era un aprendizaje arduo, controlado personalmente por Rijna. Había que acompañar la condensación del aura individual con un pensamiento firme que no se desviara en forma desbocada, pues incluso podía ser peligroso para los que estuviesen alrededor. Ahí, el papel de Rijna era esencial para sostener la conciencia soliviantada por los saltos de la aureola, si el Talismán no era manipulado correctamente.

Cuando le fue colocado aquel maravilloso medallón al cuello, Morgano percibió claramente cómo su figura aureolaba. Deformemente, vibrando nerviosa, su aura semejaba una atmósfera particular pero que, culebreando, escapaba a su dominio. Y aquí entendió cómo el control mental podría ayudarle.

Se acostumbró a reposar en postura estática con el talismán al cuello, aprendiendo a orientar y concentrar toda esa atmósfera particular que le rodeaba para proyectarla en una determinada dirección, en un potente haz de energía. Su mente aprendía a modular y a extender o recoger su aureola incluso cuando prescindía del talismán, aunque éste potenciaba enormemente los efectos.

El joven sacerdote, cuando terminaba estos ensayos místicos, ansiaba profundizar y acceder a etapas iniciáticas superiores. Cada día se admiraba más de la potencia que albergaba el saber de la Sacerdotisa y comenzaba a hacerse preguntas sobre su lugar de procedencia.

En una ocasión, tras la sesión de aprendizaje ordinaria, decidió preguntárselo directamente, pero después consideró que podría ser ofensivo, que podría delatar cierta desconfianza en su carácter de enviada divina de la diosa y calló.

Sin embargo, Rijna captó las dudas de Morgano y quiso disiparlas, al menos hasta un punto que no resultase incomprensible para él.

-Morgano, -le dijo- sé que te atormentan dudas y vacilaciones sobre mi origen. Algunas cosas no puedo explicártelas todavía. Otras no podré decírtelas nunca, pero hay algunas que sí puedes conocer.

El joven, ante esta confesión, quedó expectante y ansioso. Rijna continuó:

-Puedes considerar que son casi dioses quiénes me han enviado. Pero yo no soy una diosa, aunque me veas exactamente igual a como vine a pesar de que hayan pasado nueve años. Viviré muchos más, cientos, a no ser que ocurra un accidente fatal. Y dado que puede suceder, tengo que estar protegida, porque sólo yo puedo manipular el cubo en el momento cumbre de la apertura. Precisamente esa es la misión que he venido a cumplir en Terrania.

Morgano, excitado, quiso saciar aún más su curiosidad y preguntó:

-¿Cómo es posible que viváis tanto tiempo, mi Gloria?

-En el interior de tu cuerpo, tu carne, tu sangre, están hechas de pequeñísimas sustancias cuya degradación causan la enfermedad y la muerte. La gente de mi mundo conoce su composición, habiendo aprendido a modificarla y a mejorarla.

-¿Pero cómo han podido ver y manipular esas sustancias si son tan pequeñas? -se asombró el sacerdote.

-Nuestros ojos, Morgano, -respondió Rijna- solo pueden ver limitadamente. Pero pueden ser ayudados por cristales especiales en adecuada disposición. De esa manera podemos tener acceso, tanto al mundo invisible de lo pequeño como al gran mundo de los astros y descubrir todas las cosas que hay en el cielo...

-¿Y podemos fabricar esos aparatos en el Santuario? –quiso saber Morgano, excitadísimo.

-Por supuesto –sonrió Rijna-, ya te daré las instrucciones para construirlos, con ayuda de los técnicos cristaleros.

Morgano hubiese querido continuar la conversación e indagar muchas más cosas, pero advirtió a Rijna bastante fatigada y se retiró respetuosamente, anhelando en su interior comenzar esta nueva tarea que iba a revelarles mundos maravillosos.

La SacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora