2: Diane

407 41 4
                                    

"Lo contrario del amor es la lujuria. Lo contrario del cariño es el deseo. No puede imaginar un mundo donde ambos coexistan pues, el primero crea y el último destruye."


Pongo los ojos en blanco, le hago una señal a la muchacha que me atendió para que se acerque; seguramente no tiene más de dieciocho años, es de piel blanquecina, cabello rizado y color zanahoria, muy insulsa a decir verdad. ¡Estas estúpidas empleadas que no ponen atención! La chica trata de forzar una sonrisa al mirar mi cara de enfado.

—¿Desea algo más? —pregunta, sacando de inmediato su bloc de notas.

—Pedí mi capuccino sin canela. SIN CA-NE-LA. ¡¿Sabes que podrías haberme matado?! —le reclamo.

—Lo siento —toma la bebida apresuradamente provocando que el líquido se derrame un poco sobre la mesa.

Pongo los ojos en blanco y suelto un bufido de fastidio. Un hombre en los treinta y tantos se acerca a nosotras, lleva puesto un traje Tweed color gris, seguramente es el gerente. Algunos comensales ya miran en nuestra dirección. La muchacha se pone rígida en cuanto escucha la voz del hombre.

—¿Hay algún problema? —inquiere amablemente.

—Sí, su empleada casi me mata  —exagero—. Me ha traído una orden equivocada, si hubiera tomado un trago de esa bebida con canela, en este instante estaría en el hospital.

—De verdad lo lamento. Se la cambiaré enseguida —se apresura a decir la muchacha acomodándose sus gruesas gafas.
—Lamento el inconveniente. Su orden será cambiada enseguida, no se moleste en pagar. ¿Sin canela cierto? —Pregunta poniendo su entera atención en mí. No me pasa desapercibida su sorpresa al mirarme de arriba abajo. Asiento—. Yo mismo revisaré que todo esté como lo pidió, en seguida vuelvo con su bebida.
Ambos se van. Extraigo el teléfono de mi bolso, ni un solo mensaje. Esto se está poniendo aburrido. Luego del último encuentro con Thiago, que no terminó muy bien, se ha puesto muy resentido y no me ha mandado ni un solo mensaje, creo que mi revelación respecto a porque estaba con él le ha afectado más de lo que imaginé. La verdad no sé de qué se queja, nunca dije que fuéramos a casarnos o que él era el amor de mi vida. ¡Niño idiota! Y a pesar de todo, aquí estoy, reviviendo en mi mente los exquisitos momentos que pasamos juntos, jadeo de solo pensarlo. Sería estupendo si tanto él como su padre quisieran jugar...
—¿Señorita? —Dice el gerente, eso me saca de mis fantasías—. Aquí está su orden. Sin canela y le he traído esta tarta para que lo acompañe. Todo corre por cuenta del restaurante.
Miro el postre sobre la mesa.
—Gracias —respondo sonriente.
El hombre se queda un momento más, tal vez esperando que lo invite a sentarse o a algo más. Lo siento, pero hoy no estas de suerte, querido.
—Buen provecho. Si desea cualquier otra cosa no dude en llamarme, yo personalmente la atenderé —sus palabras en definitiva guardan un sentido oculto, algo oscuro igual que sus ojos. Lo siento por él, pero no es mi tipo. Demasiado bajo, demasiado pelo... No, en definitiva no.
—No tenga la menor duda de que lo haré. Gracias —le sigo el juego.
Unos minutos después Rocket aparece, lleva unos pantalones desgastados, un lado de la camisa fuera del pantalón, sus botas militares, la chaqueta de cuero color marrón y un gorro gris que oculta su calva y resalta el color de sus ojos azul eléctrico.
—Preciosa como siempre —dice luego de besarme el dorso de la mano.
—Lo mismo digo, querido. Pero vayamos al grano, ¿para qué me citaste aquí?
—¿Qué no puedo disfrutar de tu compañía fuera de los negocios? —Arqueo una ceja—. Ok, te lo diré. Me entere que ya no estas con el niño del otro día, ese con el que tuviste tu espectáculo en mi baño. Entonces... —sus dedos largos acarician mi mano y suben hasta mi brazo— me preguntaba si...
—Sabes que no me gusta mezclar negocios y placer —digo, deshaciéndome de sus caricias al colocar mi brazo debajo de la mesa.
—¡Por favor! La perra maldita de Rose acaba de dejarme.
Oh, no. ¿Quién mierda se cree este? ¡Yo no soy ningún premio de consolación para nadie!
—¿En serio creíste que te diría que sí? ¡No soy tu maldito plato de segunda mesa! —lo reprendo.
—¡Por favor! Miralo como... favor mutuo. A ambos nos han dejado...
—A Diane Fontaine nadie la deja, ella se deshace de lo que ya no le es de utilidad.
—Sí, sí, como sea. ¿Por favor? —pone cara de cachorro, se le da fatal, en lugar de causar ternura da risa. Suelto una carcajada y él se recompone.
—Oh, no, no hagas eso...
Mi teléfono suena y vibra en la mesa. Aparto la taza de café vacía y la mitad de la tarta, pongo los codos sobre la mesa y contesto. Rocket ya se está comiendo lo que he dejado, me mira con interés.
—¿Si?
—Hola, Diane.
—Siendo sincera, te tardaste más de lo que imagine. Puntos para ti por eso.
Suelta un resoplido de exasperación, sonrío en cuanto escuchó sus siguientes palabras. Luego de un breve intercambio de información, cuelgo. Meto mi teléfono al bolso, me pongo de pie y me pongo el abrigo.
—¿Te vas?
—Sí, me ha surgido una cita.
—¿Al menos puedo saber por quién me estás dejando?
—Por el niño del otro día —sonrío, le guiño un ojo y me voy. No sin antes darle un lento beso en la comisura de sus carnosos labios. Una vez más dejándolo con las ganas.
***
Su respiración es agitada en mi oído, un suspiro más y cae rendido en el lado derecho de la cama. Afuera el clima es helado, pero en esta habitación acaba de desatarse el mismo infierno. Nos quedamos en silencio un rato, me acomodo de lado, mirando el perfil de Thiago, su respiración comienza a acompasarse poco a poco, parece que está dormido, pero de pronto rueda para quedar frente a mí.
—Estas preciosa en este mismo instante —dice.
Su mano va desde mi hombro hasta mi rodilla. Sus dedos tocan la cicatriz, me remuevo incomoda de su tacto. Más le vale no preguntar.
—Por favor, no te pongas sentimental.
—Cínica —escupe.
—Niño idiota  —le devuelvo con el mismo tono mordaz—. De veras, si nuestros encuentros terminaran así, ya no me llames. Y no lo digo por tu insulto, sino porque miro en tus ojos las ganas que tienes de que me quede ahí —digo señalando la cama. Ahora estoy de pie, pasándome la blusa por la cabeza—. Ni siquiera lo pienses, no voy a acurrucarme contigo —término por vestirme—. Adiós, me saludas a tu querido padre.
Me despido con la mano y salgo.
Mientras espero un taxi me pregunto ¿en qué momento se me hará el estar frente a frente con ese hombre?

Letargo II: ADORMECIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora