Prólogo: El ataque a Corkan

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Era de noche, las estrellas se paseaban quietas por un cielo oscuro, esparcidas alrededor de una enorme luna. Brillaban creando un techo de luces que parecía estar describiendo una forma perfecta.

Una noche así había en Corkan, como muchas otras noches, tranquila, sosegada en su menester diario. Corkan era un pueblo casi deshabitado, dado que estaba situada en los confines de las tierras de los hombres. Más allá solo había cenizas de lo que un día hubo, una gran ciudad de hombres tan maravillosa como la misma luna. Pero ahora pocos hombres deambulaban por allí pues el miedo a que los orcos volviesen a atacar como no hace tanto tiempo atrás, les teñía el corazón. Corkan ya sólo está habitada por hombres de armas que protegían la entrada al mundo de los hombres y se había convertido en un gran campamento con muros exteriores y unas grandes almenas de vigilancia donde los arqueros pasaban la noche en vela.

Esa misma noche Thor, un caballero al mando de Thingir, el comandante de las tropas de Corkan, observó que allí donde el sol había huido por la colina, aparecían miles de luces. Thor se asustó, pues esas luces no eran muy lejanas. No sabía qué podía ser, pero pronto adivinó que en realidad esas luces eran antorchas. Thor pronto salió disparado en busca de Thingir, la Guerra que hace ya veinte años se pausó está apunto de reanudarse. Thor caminó hasta la puerta de la ciudadela y la abrió a su paso.

- Orcos, mi señor, hay orcos en las colinas – dijo Thor cansado después de correr a toda velocidad.

- ¡Rab, avisa a todos, que estén preparados los arqueros! – respondió Thingir mirando a Rab, un hombre con el que Thingir tenía mucha confianza. – Thor, tú llama a los jinetes y que preparen sus monturas. Yo iré con la primera defensa, mi espada, Aruin, se desbordará de sangre de orco esta noche.

Las campanas empezaron a resonar por todo el pueblo. Todos iban a marchas forzadas. Los que estaban bebiendo en la taberna salieron a escape, unos mejor y otros en peores condiciones. Los que estaban ya durmiendo, descansando de un duro día de trabajo se despertaron sobresaltados. Los que paseaban por las calles y avenidas del pueblo se pararon un instante y enseguida se pusieron en marcha.

Una vez que la gente comenzó a moverse, Thor vio que aquello no era un pueblo, sino un inmenso campamento.

Thor hizo exactamente lo que Thingir le dijo, fue en busca de los jinetes, se debían reunir en los establos al sonar el aviso de las campanas. Empezaron a llegar como un constante goteo, uno tras otro, tan rápido que pronto era un hilillo de agua. Llegaron a los establos, algunos, los más ricos, iban con su montura, pero los demás debían montar el caballo que se les asignó en su adiestramiento, pero en cambio Thor justo la semana pasada perdió su caballo y todavía no había ninguno lo suficientemente fuerte, sano y adulto para él, y se quedó pensando qué mal momento para una batalla. Thor sintió que alguien le cogía del hombro y se dio la vuelta para ver su rostro. Era un hombre rubio desgastado por el tiempo y de su misma estatura. Ya llevaba puesto la cota de malla y estaba preparado para montar en su caballo.

- Mi señor Thor, para su estilo de montar, que para qué engañarnos no es muy habitual por estas tierras, creo que será mejor que monte a Viento, es un caballo muy dócil que según he oído viene de los bosques más allá de la marca. Fue criado por elfos, le será muy útil. – dijo el hombre.

A Thor le impresionó que un hombre que parecía ser tan sencillo tuviera un bien tan preciado como un caballo elfo.

- Gracias, pero nunca he montado en un caballo elfo, su rapidez podría desmontar al jinete sin experiencia, y en una batalla no quiero arriesgarme. – dijo Thor serio pero agradecido.

- Sí, es rápido, y por eso yo no puedo montarlo. En cambio este podría serte de buena ayuda hoy. – le dijo guiándolo hasta su caballo – si no le convence puede devolvérmelo mañana – terminó con una leve sonrisa y parando para enseñarle a Viento.

Calh, el Caballero Negro (sin revisar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora