CAPÍTULO NARRADO

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Charlotte.

Tuve que comprar un vestido para la ocasión, y escogí uno de color azul cielo con pedrería. Parecía mentira que me estuviese preparando para una cena con él, Jesús Oviedo, con el cual por alguna extraña razón me mandaba notas durante algunas clases. Apenas nos conocíamos y ya me invitó a esa cena con su familia, pero él ya me avisó que era por el simple hecho de que le parecía la única chica presentable y lista del instituto, y quería sorprender a todos. Aun así estaba emocionada... No. Nerviosa era la palabra.

— Charlotte —me llamó mi madre—, el chico te está esperando abajo.

Tras unos cepillados en el pelo y pellizquitos en las mejillas, me dirigí al salón donde estaba él, perfectamente arreglado.

—Qué extraña estás sin gafas, cuatro ojos —me susurró una vez que estuvimos lo suficientemente cerca—. Pareces otra.

Mi cuerpo ardía bajo su mirada, que recorría mi cuerpo de pies a cabeza. No sabía cómo tomarme ese último comentario, mi poca autoestima se alarmaba, pero otra parte en mí quería pensar que era algo bueno, como una especie de ''que guapa estás''.

Él llamó a un taxi,  por más que yo sugiriera ir andando por el dinero. Dio la dirección de su supuesta casa y en aquel coche, el ambiente se hizo cada vez más tensa. Notaba a Jesús nervioso, algo inusual por lo poco que conocía de él. Miraba todo el rato a la ventana, o sino, a mí. Había algo que me estaba asustando.

El vehículo se detuvo en una especie de plaza rodeada de casas simétricamente iguales, aunque más que casas parecían oficinas de una empresa o algo. ¿En serio vivía ahí?

Cuando me volteé a él para preguntar, no tenía pensado lo que estaba apunto de pasar. Me besó.

Lo más normal hubiera sido estar dando saltos de alegría (o quizás simplemente estar muy pero que muy confundida), es más, ojalá hubiera sido una ocasión para eso, pero no era así. Porque antes de estampar sus labios contra los míos, se le escapó un "perdóname", y no exactamente porque iba a cometer una pillería. Cuando se separó rápidamente entendí todo.

No era la cena con su familia, no era ni siquiera una fiesta. Ahí, en esa plaza, solo estaban sus amigos, incluida Sarah, por la que tenía entendido que Jesús tenía sentimientos. Ellos  se reían, cada carcajada que salía de su boca se sentía como una apuñalada, de veras que dolían. Y dolían mucho más cuando las disculpas de Jesús llegaron, quien se atropellaba al hablar y buscaba desesperadamente hacer contacto visual.

Lo estaba entendiendo bien, desde luego. Habían hecho esto para burlarse de mí, para burlarse de la cuatro ojos.


¿matamos a Jesús ?

Cómo conquistar a una cuatro ojos (EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora