Es difícil replantearse las razones porque la que uno se enamora. Complicado es la mejor palabra que lo define, ya que, decir y argumentar aquellos pequeños sucesos que hicieron ese sentimiento más grande, se olvidan y se reemplazan.
Uno por uno, todos van aumentando.
¿Pero tan fácil es borrar cada uno de ellos en tres palabras?
"No me gustas".
Palabras textuales y explícitas dichas por Jesús Oviedo, el primero en ganarse mi corazón y rompermelo también.
Mi corazón era un cristal, roto, y cada trozo se clavaba en diferentes partes de mí.
Entre el dolor de pecho y la cabeza, me tambaleaba, todo se veía borroso, como si de un desenfoque total se tratase.
Las palabras salían solas de boca, no las pensaba ni las expulsaba correctamente.
—Jesús es un idiota.
Daniel estaba aguantando una carcajada y a mí a la vez. No había sido buena idea venir hasta las afueras de la ciudad para emborracharnos, al igual que el baile de fin de curso tampoco había sido bueno.
—Siéntate ahí, Charlotte. —me ordenó el moreno.
Yo simplemente me negué a su respuesta y esta vez le dije yo que se sentara. A diferencia de mí, me hizo caso y se sentó apoyando sus brazos atrás y las piernas estiradas. Me senté encima suyo, quedando cara cara. La examiné entera, como si fuera la cara de otra persona, la que yo quería que fuese.
Con toda mi rabia y la cara muy fruncida, le besé. Fue un beso muy salvaje, un beso inapropiado, un beso que no debería de haber ocurrido y a base de alcohol fue correspondido.
Aquel error lo recapacité como pude, y sin más me separé. Me sentía decepcionada y humillada.
Con mis pulgares acaricié sus mejillas y la primera lágrima salió de mis ojos.
No era él.
—¿Estás bien?
—No.
Me derrumbé, le abracé como pude y así toda la noche. Se me juntó la mudanza, Jesús y este beso.
La verdad es que con el beso no sentí nada, y una de las mejores cosas de mi estado, es que al día siguiente no recordaría mucho —o eso esperaba—, lo único que tendría en la mente era el estúpido dolor de cabeza de la resaca.
—¿Tienes todo listo? —me preguntó mi madre.
—Sí.
Todavía estaba en mi casa, preparando las maletas y bolsas para irnos al aeropuerto. Obviamente no entraron todos los objetos que me gustaría haberme llevado, pero no tuve más remedio que ir descartando los menos importantes hasta quedarme con mi enorme maleta preparada.
Me tumbé por última vez en mi cama, echaría de menos muchísimas cosas; la nevera con doble puerta, mi almohada viscoelástica, hasta la pequeña mancha que había en la pared del baño con forma de pato. Rememorar mis recuerdos casi olvidados de mi pasado me daban ganas de llorar, muchas.
Si lloras que sea por el dolor de cabeza.
El timbre de mi casa sonó. Tenía la pequeña esperanza de que fueran cualquiera de los amigos que he tenido este curso en el instituto.
Pero no fueron ellos, sino mi padre, que quería que fuéramos al coche de una vez. Y así hicimos mi madre y yo, cogimos lo que pudimos y lo llevamos al coche.
— ¿Te falta algo más? —me preguntaron.
—Creo que... ¡sí! De hecho, ahora vuelvo —mentí.
Y es que no me faltaba nada más, el mero hecho de pisar mi hogar por última vez... Sonreí muchas veces, empecé a disfrutar realmente de mi casa en ese instante, con su suelo de madera viejo y paredes forradas de un papel amarillo.
Cuando di una vuelta decidí que era hora de irse.
Al pasar el umbral de la puerta me paré de golpe.
—¡Espera Jesús! —sentí la necesidad de pararle, tenía que darselo para no sentirme mal— Toma, casi te lo dejas. —tenía que darle los tres euros que se dejó.
Me acerqué tanto, que se me olvidó qué tenía que darle. Cuando mis neuronas asimilaron todo, deposité suavemente el dinero en su mano. Una especie de cosquilleo recorrió mi espalda entera. Él en vez de recoger el dinero e irse, me cogió de la mano, acercándome más.
—Eso no es lo que me interesa. —soltó.
—¿Ah... no?
Mi voz estaba entrecortada. Apenas me salían las palabras.
Jesús solo soltó un bufido y hizo lo que tanto esperábamos los dos. Me besó, le besé, y nos besamos. Y querría decir que fue un beso corto, pero sería mentir y muy descaradamente.
Todo giraba entorno a él.
Volví al coche, pero antes de abrir la puerta de éste una voz conocida me puso los pelos de punta.
—¡Charlie!
Nota de la autora:
Obviamente Charlotte terminó yéndose, por si no había quedado claro. Jesús fue a despedirse.
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Cómo conquistar a una cuatro ojos (EDITADA)
Short Story"Hola, cuatro ojos." AVISO: Si no te gusta el cliché o te cansa, de verdad que no leas esta novela, lo es más de lo que pensaba. 13.