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"Toma mi mano, ya todo estará bien, no debes llorar, sé que es difícil, pero yo estaré aquí, no te sientas solo"













Alonso caminaba por la calle, tomado de la mano de Jos; y no, definitivamente, no era un sueño.
Una sonrisa se extendía por toda su cara, llegando al punto de doler, pero eso no le importaba, por que su novio estaba a su lado, por que era su cumpleaños, y por que estaban saliendo a celebrar.

Nada le importaba más al pequeño rubio que su mano entrelazada con la de Jos.

Caminaron un par de calles, hasta llegar al destino: un centro comercial. Era una tradición entre Jos y Alonso cada que uno de ellos cumplía años. Iban al centro comercial, y el cumpleañero escogía un regalo que, obviamente, pagaría el otro. Además de una pequeña sorpresa preparada por su pareja; esto siempre podía variar, podían preparar un banquete, salir a cenar, comprar algún otro regalo, lo que fuera.

Caminaron por todo el lugar hasta llegar a la zona de licores. Jos se sorprendió al ver que su pequeño novio tomaba una botella de vino entre sus pequeñas manos.
El ojiazul giró a ver a Jos con una mueca en su rostro.

— ¿Este? — le preguntó al pelinegro, dejándolo realmente perplejo.

«En serio va a tomarlo». Pensó.

— Claro, bebé. — sonrió con los labios cerrados y Alonso chilló de emoción, dejando la botella dentro de la canasta que Jos llevaba entre sus dedos.

Alonso tomó otro par de cosas, como chocolates y ropa. Y, cuando iban de camino a la caja, el rubio se detuvo y se puso más pálido de lo que ya era. Contuvo la respiración y mantuvo fija la mirada en lo que pasaba en frente de él.

Su madre estaba en una de las mesas de la pequeña cafetería del lugar, jugando con un pequeño bebé que el conocía muy bien, puesto que antes era el "niñero" de aquel niño.
Tiró de la mano de Jos, y emprendió camino hacia su progenitora, no importaba si lo rechazaba, sólo, sólo necesitaba oír su voz una vez.

— M-mamá... — la llamó, Columba giró la cabeza y, al estar sentada, lo primero que vio fue las manos entrelazadas de Alonso y Jos. Sonrió levemente de lado, pero al recordar quién era la persona frente a ella, borró cualquier dejo de felicidad de su rostro.

— Yo no soy la madre de un asesino. — la mujer se levantó, tomó al pequeño entre sus brazos, y pasó a lado de Jos. — Cuídalo, por favor. Que no la pase mal hoy. — susurró en el oído del pelinegro, y éste sólo apretó los puños del coraje.

¿En serio se atrevía a pedirle eso?, ¿después de tratar a Alonso como algo que no es, y despreciarlo?

— Bebé, vámonos. — Jos tomó la mano de Alonso, y lo llevó hasta la caja para pagar. Una vez que les entregaron su ticket, comenzaron a caminar hasta su departamento. Alonso estuvo todo el camino callado y con la cabeza gacha. Al llegar a su hogar, el rubio corrió hacia su habitación, encerrándose en esta bajo llave. 

El pelinegro suspiró y dejó las compras en la cocina. Fue a la sala, encendió el televisor y puso atención al programa que se estaba transmitiendo; sabía que, lo único que quería Alonso en ese momento, era estar solo.

(...)

Pasaron un par de horas, el ojimiel puso todo lo que había preparado en la mesa, y fue hasta la habitación en la que se encerraba su novio. Tocó la puerta y ésta se abrió de inmediato, dejando ver a un pequeño rubio con los ojos rojos por tanto llorar, pijama, y cargando consigo una caja de pañuelos casi vacía.

  — Alón. — Jos entró al cuarto, le quitó los pañuelos a Alonso, y buscó un par de prendas en el armario. — Cambiate, vamos a cenar, te tengo un par de sorpresas. — sonrió, extendiéndole la ropa. El ojiazul la tomó y comenzó a vestirse, justo cuando su pareja salió de la habitación.

Sing me to sleep «j.v» [pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora