Una muñeca siempre sonríe

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La madre de Amely llegó corriendo a la habitación, lucía algo histérica y muy preocupada, el grito de su hija la había sacado de su profundo dormir

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La madre de Amely llegó corriendo a la habitación, lucía algo histérica y muy preocupada, el grito de su hija la había sacado de su profundo dormir. Amely, por su parte, estaba petrificada, parada junto a la cómoda, con una mano acunada contra el pecho. 

Eliana, su madre, se acercó y la zarandeó de un lado para el otro hasta que los ojos de su hija se enfocaron, un par de segundos atrás parecía atrapada en la lejanía. 

  — ¿Qué ocurrió? — preguntó ella. 

Amely abrió los labios con intención de responder pero las palabras no abandonaron su boca, se quedó en silencio, observando estupefacta la casa. 

  — ¿Te gusta? La traje para ti, paré en un venta de garaje de camino a casa — habló ahora Eliana, más tranquila al notar que la sorpresa de su hija se debía al presente que ella le compró, era algo antigua pero aún se podía apreciar su belleza. 

Amely no encontró palabras para expresarse. 

Eliana abandonó la habitación con una sonrisa en el rostro y alzando los brazos sobre su cabeza, desperezándose. Y Amely decidió bajar a comer, seguramente todo aquello fue obra de su imaginación y aún así el susto permanecía aferrándose a su cuerpo. 

Esa tarde fue fructífera, Amely culminó varios trabajos de la escuela. A sus quince años era una chica bastante responsable y seria, le encantaba destacar en clase por sus buenas calificaciones. En cuanto la luz del día desapareció y la noche entró en el acto, Amely estaba exhausta y se durmió rápidamente. 

Cuando todas las luces del hogar estuvieron apagadas y todos dormían profundamente, la habitación de Amely se convirtió en un paraíso sombrío, el tapiz rosa pálido de las paredes cambió a uno con una enredadera de espinas negro y gris. Su pequeña cama se hizo enorme, con dosel y telas costosas. Cinco espíritus en forma de muñeca salieron de la casa a escala y se pasearon por la habitación, sin ruido alguno en su andar.

Y rodearon la cama de Amely, sonrisa curvando sus labios tersos. 

Una de ellas, de cabello rubio platino, alzó su mano y movió los labios de la joven chica, convirtiéndolos también en una sonrisa. 

  — Una muñeca siempre sonríe.  

  

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La Casa de las MuñecasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora