Hay incidentes si no llevas pendientes

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 — ¡Silencio! — vociferó otra, alterada, cubriéndose los oídos y empezando a tararear como una infante

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 — ¡Silencio! — vociferó otra, alterada, cubriéndose los oídos y empezando a tararear como una infante. A decir verdad, ninguna lucía mayor a dieciséis años, lo que hacía todo aquel acto aún más extraño, por no mencionar el cuchillo que la rubia empuñaba. 

Ella era, sin lugar a dudas, la líder de aquel aquelarre. Era la más hermosa, de ojos enormes dorados cual resplandor de la miel y labios finos color carmín, pintados con esmero y atención, del mismo modo que el rubor artificial aplicado en sus pálidas mejillas y la ligera capa de sombras en su ojos delineados. 

Las pestañas postizas que utilizaba eran enormes y curvadas, de repente, a Amely le entró la duda de cómo se vería sin todas esas capas de maquillaje. 

  — Las muñecas no gritan — repitió, mirando está vez a la que se había exaltado. La susodicha se tapó los labios, contrario a una persona normal, no empalideció ante la mirada mortal que le lanzaba la rubia, se mantuvo igual en aspecto pero su cuerpo empezó a mostrar señales de nervios. 

Las manos que cubrían los labios temblaban débilmente,  sus ojos se habían quedado fijos y espantados, casi saliéndose de sus cavidades. 

  — Mil perdones, Delia — se excusó, retrocediendo y escondiendo parcialmente su figura tras las otras presentes, que no habían modulado sonido alguno. 

La rubia, cuyo nombre ahora Amely conocía, se giró de nuevo en sus altísimos tacones, sus largas piernas cubiertas por una fina capa de media velada. Escondió el cuchillo entre sus falda, ligeramente acampanada y por encima de la rodilla, pero sin ser vulgar y le sonrió, mostrando dos hileras de dientes blancos y rectos. 

  —  Mi nombre es Delia — se presentó formalmente, parpadeando repetidamente, las largas pestañas acariciando sus pómulos con cada movimiento — Bienvenida  a mi hogar. Aquí encontrarás todo lo que has deseado siempre.

Delia se acercó, con lentitud, como si Amely fuera el ente peligroso en la estancia, en lugar de ella, que guardaba un cuchillo oculto en sus prendas. 

  — Querida ¡Qué osadía! ¡No llevas pendientes! — exclamó, notando las orejas de Amely, carentes de joyería, por la mirada conmocionada que le daba Delia, Amely casi creía que había cometido un crimen. 

  — Hay que remediarlo de inmediato. 

 

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La Casa de las MuñecasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora