Carta de Delia

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1920

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1920

La desaparición de Delia West ha conmocionado al pueblo entero, por no mencionar lo abatidos que lucen sus hermanos y sus padres. Delia, una joven de dieciséis años cuyo cuerpo no ha sido hallado y por ende, no habrá nada en el féretro que bajarán a la tierra hoy en la tarde. 

No obstante, el señor y la señora West decidieron llevar a cabo las obras fúnebres en honor a su hija. La dieron por muerta tras entrar una mañana en su habitación y encontrar la cama a rebosar de sangre, las sabanas revueltas y marcas negras de origen desconocido por todo el suelo.

Ellos habían creído había sido raptada pero la policía fue incapaz de hallarla, fue un caso más  que quedó inconcluso, pese a los esfuerzos de las búsquedas. 

Esa misma tarde, después de que las lágrimas surcaran los rostros de los familiares y conocidos de Delia, cuando todo el dolor hizo acopio en los corazones de los presentes mientras el ataúd era bajado lentamente y oculto por montones de tierra fresca en el cementerio central, junto a otros cadáveres de diferentes épocas, los padres tuvieron que gastar un buen dinero para ofrecerle a su hija un lecho de descanso eterno digno de ella. 

Llegaron a su hogar, seguidos de sus tres hijos cabizbajos, había sido acuerdo mutuo deshacerse de las cosas de Delia, nadie quería recuerdos de su horrorosa muerte en casa, lo único que se quedaría era una fotografía familiar, donde todos estaban mirando sonrientes a la cámara. 

Así que se pusieron manos a la obra, pero en cuanto llegaron a la habitación notaron un pequeño papel doblado sobre la cama que solía ser de su hija. Escrita con su perfecta caligrafía, de trazos delicados y curvos, la carta decía:

Nunca he estado satisfecha con mi vida, todo lo que me rodea está viejo y arrugado, como seguramente lo estará está carta en unos cuantos años, por favor, padres míos, les ruego que no la guarden. Es más, desechenla en cuanto terminen de leer. 

Por fin encontré la manera de ser lo que siempre he querido, no me arrepiento, ni me arrepentiré. Mi alma ya no le pertenece al señor, como ustedes siempre me dijeron que debía ser, pero ahora soy un ser perfecto y por ende, no puedo permanecer más con ustedes.

No les haré falta, ni ustedes me harán falta a mí. 

Por mí, olviden que alguna vez tuvieron una hija. 

Ya que ella no existirá más.

Soy la perfección y debo hacer que más personas sean como yo. 

Es mi deber, es lo que debo cumplir por el regalo que él me ha dado.

Conservaré el nombre que me dieron al nacer en agradecimiento por todo lo que han hecho por mí en estos dieciséis años, aunque no ha sido suficiente, en absoluto. Las garras tentadoras me llevaron y no me arrepiento de lo que he pedido. 

  — Delia.  

Al terminar de leer, con las miradas desorbitadas y los corazones apesadumbrados, los padres de Delia, firmes creyentes del señor Dios y devotos que asistían obedientemente cada domingo a la santa misa, quemaron la carta, pues las palabras ahí escritas jamás podrían provenir de su amada hija.

Aquellas palabras eran todo lo nunca querían, de lo que huían y por lo que rezaban a Dios a diario, repitiendo una y otra vez las oraciones enseñadas, con esmero y rectitud. Mantenerse alejados de la tentación y los pecados del mundo.

Satanás se la había llevado.

No habría salvación para Delia. 

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