Tengo una compañera de clase cuyos pensamientos son, en general, bastante negativos sobre la situación actual. Y eso es comprensible, por supuesto. El mundo hoy día está en tensión, como esperando a romperse de un momento a otro. Estamos todos expectantes porque algo se está acabando muy rápido.
Claro, eso es comprensible. El día a día del presente tiene poca cabida para pensar en positivo.
Ahora, lo malo de esta muy querida compañera mía es su pensamiento sobre el ser humano. Dice que solo hay que ver los periódicos y las noticias del día a día para darse cuenta de que las personas son malas por naturaleza, o que es imposible no cultivar lo peor de este mundo debido a la sociedad en la que crecemos. Y la comprendo, me considero una persona comprensiva y entiendo su punto de vista, de hecho, hasta hace un año pensaba igual que ella. Pero hoy, hoy sin embargo, eso me parece algo absurdo. Sí, el ser humano es una combinación de violencia y arte y por eso hemos llegado tan lejos, pero conociendo a las personas adecuadas, ¿cómo no vas a creer en que los humanos son buenos? Me baso en mis propias experiencias. Después de haber estado en un campo de trabajo (15 días trabajando voluntariamente para limpiar una senda del bosque, en un pueblo en medio de la nada, rodeado de personas maravillosas con las que conectas inmediatamente) internacional (españoles, turcos, japoneses e italianos respirando y riendo juntos), paso esas experiencias a la realidad. Para parar una guerra, solo haría falta crear una cena internacional. Tengo grabada a fuego la imagen de veinte personas de países totalmente diferentes ayudándose y cocinando conjuntamente las delicias típicas de cada lugar para luego disfrutarlas acompañadas de un buen rebujito andaluz. Recuerdo con mucho cariño a aquel turco que decía estar buscando su camino bailar bajo la lluvia sin camiseta y con una cerveza en la mano al son de la música, y todos nosotros animándole por detrás. Nunca olvidaré las conversaciones extrañas con el francés bohemio de alma libre que comparaba los problemas con un papagayo que portaba un paraguas, y que por mucho que volara, nunca se podría librar de él, a menos que cambiara su punto de vista. ¿Y cómo olvidar el paseo por el bosque de secuoyas gigantes? Caminamos descalzos por la suave tierra y abrazábamos árboles (un poco loco, sí, pero fue magnífico). Uno de los monitores nos enseñó a meditar, y otro nos ayudó a comprendernos a nosotros mismos. Basándome en todo eso, solo puedo decir una cosa: cuando caminas por la calle ves a las personas con sus caras (tácitas, serias, enfadadas o alegres). Y tú piensas y escuchas tus pensamientos, por supuesto. Pero todos y cada uno de ellos tienen otro gran mundo en su interior.
Yo creo en la bondad del ser humano. No necesito gran cosa para saber que existe. Y si algo me molesta, es que esta gran compañera mía, cuando se lo comento, me mire con esa expresión que parece tacharme de ingenua. El ser humano es bueno por naturaleza y es una creencia que tengo firmemente arraigada en mi interior, inamovible. Solo hay que saber no juzgar a las personas para darse cuenta de ello y tratar de comprender su situación y por qué actúan de determinadas maneras.
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Soy persona y pienso
De TodoMás que un libro, voy a hacer de este un lugar para mis reflexiones personales que me gustaría compartir con la gente, así que publicaré cada vez que tenga algo decente, o simplemente chorradas que se me ocurran. Podéis preguntar lo que queráis que...