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—Tenemos que llamar a la doctora —le digo a Louis, y él saca el móvil de su bolsillo trasero.

Cojo el aparato y busco el número del hospital. Llamo, informo de que he roto aguas y, tras decirles que ya tengo contracciones, me dicen que ya debería ir hacia el hospital.

—Voy a por el coche —dice Louis en cuanto finalizo la llamada—. ¿Puedes levantarte?

—Sí, creo que sí, a no ser que me dé otra de estas contracciones asquerosas —contesto, levantándome del escalón con un poco de dificultad.

Louis me coge del brazo para ayudarme a levantarme y, cambiando de idea, me acompaña hacia el coche.

—Tengo que coger la bolsa —digo, refiriéndome a la bolsa que preparamos hace unos días por si me ponía de parto, con todo lo necesario dentro.

—Voy a por ella, tú siéntate y respira, vuelvo en un segundo —contesta, y vuelve a entrar en casa.

Abro la puerta del coche y me acomodo como puedo en el asiento del copiloto, intentando relajarme porque sé que los nervios ahora no serán buenos, aunque sean inevitables. Es entonces cuando noto otra contracción. Gimo y cierro los ojos con fuerza hasta que pasa el dolor. Louis llega con la bolsa y la mete en el maletero, para luego ocupar el asiento del piloto y encender el coche.

—¿Todo bien? —pregunta.

Asiento con la cabeza, sin poder decir nada por los nervios, y Louis arranca. Saca el coche del parking y vamos hacia el hospital.

Cuando llegamos, me ponen en una silla de ruedas como si no pudiera caminar —aunque tampoco me voy a quejar de que me lleven—. Voy teniendo contracciones de vez en cuando y cada vez son más dolorosas. Todo el dolor de la regla que no he sentido en estos nueve meses debe haberse acumulado para salir ahora en forma de estas horribles contracciones.

Cada vez estoy más nerviosa porque siento que me va a doler muchísimo, me da miedo que por algún motivo no puedan anestesiarme y tenga que soportarlo todo, o que algo esté mal, que el bebé esté mal puesto y tengan que hacerme una cesárea...

Basta, Deena, cálmate , me digo a mí misma, respirando hondo.

Cinco horas más tarde, siento que no puedo más. Louis ha llamado a la familia hace horas y están a punto de llegar aunque, al paso que voy, a saber cuándo puedo parir de una vez. Solo quiero acabar con esto y abrazar a mi pequeño.

De repente las contracciones empiezan a ser más fuertes y más dolorosas. Llamo a la enfermera y, poco después, la doctora confirma que es hora de que William nazca.

***

El parto ha durado casi una hora y estoy completamente agotada, pero cada segundo ha merecido la pena, porque gracias a eso hay un pequeño niño sano respirando contra mi pecho mientras le doy de mamar por primera vez. Sonrío, con la mirada perdida en la cara de William, quien me mira con curiosidad.

Pese a estar bastante rojo de tanto llorar, puedo distinguir un color de piel algo oscuro, exactamente como el mío. Sus ojos son de un color gris, parece que tirando a azul, pero dicen que el color de ojos de los bebés puede cambiar durante los primeros meses, así que ¿quién sabe de qué color serán? ¿Azules como los de Louis, o marrones como los míos? Puede que ni siquiera tenga el color de uno de los dos, quizás sean verdes, o de un bonito color miel.

Louis ha llorado casi más de lo que ha llorado William al nacer —bueno, puede que esté exagerando, pero ha llorado—. Acaricio la cabecita del bebé cuando ya ha acabado de mamar y dejo que sea Louis el que lo coja.

Louis mira a William auténticamente maravillado, y cuando sorbe por la nariz a consecuencia de haber llorado, suelto una risita débil. Son adorables juntos, y ambos son unos llorones.

Esperando a Louis [Saga Smeed 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora