Epílogo

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— Juro que te mataré si te estás embarazada.

— ¿Y eso? ¿Por qué?

— ¿Cómo que “por qué"? O sea, ¡significa que estoy vieja! ¿Ya seré tía tan rápido? Ay, Dios mío. Me dará algo.

Marinette vio divertida la escena que hacía su amiga. De verdad que ella podría alegrarle el día de esa manera.

— Ya, Alya. — rió. — Recuerda que debes ayudar a Adrien, con todo ésto.

— Lo sé, lo sé. Aún tengo la lista que me confiaste para cuando estés embarazada. — sonrió divierta.

— ¿Lista? — preguntó un rubio acercándose a las dos muchachas.

— Sip. — contestó Alya. — Es una lista sobre cómo deberás tratar a mi hermosísima mejor amiga ahora que está embarazada.

— Pero si ya sé hacerlo. — dijo besando la cabeza de la azabache.

— Ya empezaste mal. — dijeron las amigas al mismo tiempo.

— ¿Qué? — Adrien se confundió, no entendiendo en que momento había tratado mal a su esposa.

Marinette y Alya se miraron y negaron con la cabeza, mientras aguantaban las ganas de reír.

Aprovecharían para hacerle una pequeña bromita a su rubio preferido.

•••

Nathanaël caminó hasta el living de su departamento. Estiró sus brazos hacía arriba, arqueando su espalda; buscando descontracturarla. Estuvo desde muy temprano terminando una pintura para el nuevo alcalde de Paris y su espalda le dolía horrores.

Soltó un quejido cuando su espalda logró descontracturarse. Se sentó en su gran sofá, relajándose. Tomó el control remoto de su televisor y lo encendió, quedando en frente a sus ojos en uno de los tantos programa de chismes que odiaba.

Sin embargo, por un momento le llamó la atención.

Sonrió a medias, sin dejar de ver la foto que se mostraba en la pantalla.

— Creo que es hora de una visita...

•••

— Ya voy, ya voy. — exclamó Marinette caminando hacia la puerta principal de su gran mansión.

Idea de Adrien, claro.

— Buenas tardes. — saludó la visita cuando la puerta fue abierta, con una sonrisa tímida y un ramo de flores en sus manos.

— Na-Nathanaël... — la azabche se había quedado sin habla. ¿Hace cuántos años no se veían? Miró sus ojos y sonrió inconscientemente. — ¡Nathanaël! — exclamó de la alegría, abrazándose a su cuello. — Me alegra verte. — le comentó, mientras sentía como era correspondido su abrazo.

— Yo también estoy feliz de verte, Marinette. — respondió, sintiéndose lleno después de mucho tiempo. — Para ti. — dijo cuando se separaron, entregándole el ramo de flores que trajo especialmente para ella.

Marinette lo miró dulcemente, mientras recibía el ramo y llevó una de sus manos hacía los pequeños mechones pelirrojos que amenazaban con cubrir su ojo izquierdo, apartándolos suavemente.

— Te ha crecido un poco el cabello. — comentó con una pequeña risilla, al ver el leve sonrojo que adquirían las mejillas del muchacho. — Ven, pasa. — le ofreció, haciéndose a un lado para dejarlo entrar.

— Gracias. — respondió aún con las mejillas calientes mientras entraba a aquel bello hogar.

•••

— Tal vez lo haga algún día.

— Deberías hacerlo, te sentirás muy bien. — le hizo saber. — Mírame a mi, me siento más viva que nunca con tan sólo saber que tendré un hijo. — comentó demostrando su felicidad en cada palabra.

Y él sabía lo feliz que se encontraba con aquella noticia. Incluso se notó en aquella fotografía que había sido mostrada en la televisión.

Y aunque ese futuro niño o niña no sería de él, de todas formas se encontraba feliz por ello también.

“Tu felicidad siempre será la mía, Marinette.”

— Claro, seguiré tu consejo. — sonrió.

•••

— Marinette...

— ¿Sí?

Adrien ocultó su rostro en el cuello de la azabache, respirando el dulce aroma que desprendía, haciéndola estremecerse.

— ¿Sabías que eres exactamente lo que yo siempre soñé? — habló en un susurro, poniendo una de sus manos en el vientre de su esposa, el cual en unos meses estaría abultado. Rió roncamente, comenzando a hacer leves movimientos con su mano.—  Eres tan... Perfecta, Marinette. Tan perfecta para mí, Mi Lady. — volvió a reír, saliendo de su escondite, para poder mirar su rostro.

Marinette sonrió, enternecida por aquellas palabras. Tomó el rostro de su esposo, con ambas manos, y depositó un beso en sus labios.

— Te amo, Adrien. — le dijo al finalizar el beso, sin dejar de sonreír ni de mirarlo a los ojos.

— Yo los amo los dos. — respondió el rubio con la misma sonrisa, haciendo alusión al bebé que esperaban; provocando que la azabache soltara un pequeña risa antes de abrazarse a su cuello, al sentir como él la atraía a su cuerpo rodeando su cintura.

A veces, un beso largo ya no era necesario para hacerse sentir lo mucho que se amaban entre ellos. Ni siquiera palabras, eran necesarias. Sólo un simple abrazo, que brindaba tanto calor y, a la vez, desprendía todos los sentimientos que se tenían en uno al otro.

Y ellos lo sabían muy bien. Por eso, siempre aprovechaban esos momentos para sentirse completos.

Fin.

Perfecta - Miraculous Ladybug, Adrinette AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora