Capítulo 4

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Así como el viento sopla rápido llevándose con sigo las hojas también pasan los años y con ellos el pequeño niño crece.

De nuevo el niño abrió sus azulados ojos a un día más. Otro día de su monótona vida, por lo menos ya no era un pequeño de apenas seis años, ya era mayor y por mayor se refiere a ocho años. Para él esa edad era de un adulto, se sentía el rey del mundo y ya estaba impaciente por tener la mayoría de edad para cumplir su sueño de ser Hunter.

Sonrió ante aquel recordatorio de su meta. Se estiró a los pies de su cama y, como todos los días, repitió su monótona rutina de días escolares. Repitió los juegos callejeros que solía hacer hasta la puerta de su colegio, primer día de clases de tercer grado de primaria. No estaba totalmente feliz, aún habían actos de agresión visual a su persona. Con la cabeza gacha caminó hacia su nuevo salón donde todos susurraban a su espalda. Pero antes de entrar al salón una manita tocó su hombro. El rubio pensó que se trataba de otro carajito que le proporcionaría un golpe pero cuando volteó no fue así. Un chiquillo de baja estatura lo vio con emoción. Era X.

-¡Hola!- exclamó el crío azul con alegría. Zero se sorprendió un poco al verlo, era verdad, el pequeño ahora tenía edad para estar en el grado menor.

-Hola, X.- dibujó una débil sonrisa en su cara.

Nunca se esperó ver al crío azul en su escuela, de hecho, jamás pasó por su pequeña cabeza que el niño iba a crecer. Ahora estaba frente a frente con el pequeño quien esbozaba una de sus mucha sonrisas contagiosas e infantiles que sólo X poseía. 

El rubio se sentía de cierta forma alegre de tener a alguien conocido pero también estaba confundido si realmente era buena suerte. Sabía que tarde o temprano se enteraría de los actos de agresión hacia su persona pero si él crío azul se les uniría era una incógnita. Habría que esperar a la hora del receso.

Y por si fuera poco el timbre de inicio de clases sonó retumbando por todos los rincones del plantel educativo. Se la habían pasado hablando vivamente de temas al azar desde maestros de la escuela hasta la serie de televisión que a ninguno de los dos les gustaba que aún así veían.

Al escuchar el ensordecedor sonido del timbre se tuvieron que despedir momentáneamente. El blondo entró a su salón intentando ignorar las risas y miradas burlonas de sus antiguos compañeros, los nuevos sólo estaban algo confundidos pero que pronto se unirían a las risas y actos de violencia. Zero suspiró al momento que tomaba asiento en una butaca apartada de los demás, justo donde había una ventana donde podía ver afuera en la ciudad.

Así las horas pasaron como solían pasar. Aburriendose del parlar sin cesar de los maestros. Pero eso era mucho mejor que estar en el recreo soportando a todos. Incontables bolitas de papel, cortesía de sus compañeros, se amontonaban en su mesa o en su cabello y le era molesto pero callaba. Así aprendió a ser, callado y sumiso ante toda situación, después de todo, no conocía otra forma de ser.

Pero así como esta historia se cuenta pasa el tiempo y llega la hora del recreo, hora donde todos corrían despavoridos hacia el patio cívico o las canchas para juntarse con amigos o tener un rato ocioso. Pero el pequeño rubio la pasaba solitario únicamente acompañado de los agresores. 

No pasó mucho para que los menores se juntaran y acorralaran al chiquillo para empezar la rutina sin fin. Zero cerró los ojos y dejó que la molesta sensación se amonestara en distintas partes de su cuerpo cubierto de armadura. Escuchó distintos insultos mientras aparecían golpes. Nada fuera de lo común. Minutos interminables transcurrían repletos de violencia física y psicológica que provocaban la caída en picada de la pobre autoestima del rubio quien se sentía de mal en peor por cada golpe. Si no había dolor físico, el psicológico debía hacer su aparición. Tenía que haber dolor, esa era la regla.

Reglas del juego que eran seguidas al pie de la letra, sin excepción alguna.

Sin una percepción real de los golpes e insultos el timbre sonó, sin embargo, jamás cesaron sus acciones. 

-¿P-Por q-qu-qué si-siguen a-quí?- preguntó el agredido con temor en su boca. 

-¿Qué no sabías, niño bonito? No vino la maestra.- respondió con burla uno de los mirones de grado mayor que el rubio, cabe decir que era humano.

Sus compañeros también rieron como burla ante la mala suerte del niño. Nadie solía pasar por aquel abandonado pasillo. Estaba perdido.

No tenía las fuerzas ni las agallas suficientes para levantarse e irse. Le era una acción imposible y no podía ser brusco en sus movimientos, la mayoría en el lugar eran de raza humana, un sólo movimiento en contra de ellos y era considerado irregular, tampoco confiaba en modular su fuerza, aún era joven como para conocerla y mucho menos sabía controlarse, en cualquier segundo se saldría de control e incluso podría disfrutar el acto, pero no quería, hacer daño a otros no le era correcto, tal vez sí golpearía Mavericks, pero esos eran niños.

Cuando todas sus esperanzas se veían perdidas, escuchó una voz que sería su salvación.

-¡Dé-Déjenlo en paz!- exclamó demandante una voz chillona.

Voz desconocida por los agresores pero tan común para Zero quien se alegró internamente de escuchar.

-¡Eh! ¡¿Quién eres tú?!- respondió molesto otro de los agresores, esta vez, Reploid.

-¡Ya-Ya le dije a-a la maestra q-que est-án aquí!-volvió a gritar el crío azul.

Los menores abrieron los ojos como platos ante el temor de ser descubiertos. Salieron como pudieron y dejaron arrumbado al pobre e indefenso rubio. X estaba temeroso, tenía la duda de acercarse o irse.

-¿E-Estás bien?- preguntó el pequeño.

-Sí...-mintió Zero intentando ponerse de pie. -estoy bien...

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