II... Entrega a domicilio

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La felicidad y alegría que les causaba la fiesta de cumpleaños fue devorada cruelmente por la nube negra que se posaba sobre sus cabezas; sólo que esta no traía consigo una lluvia normal, muy pronto sus cuerpos serán empapados por las rojizas gotas desprendidas desde su más grande temor:

La muerte.

La lista había iniciado y el tiempo comenzaba a  correr.

En la cocina se podía sentir el miedo; podrías agitar tu mano y sentirías la pesadez del aire seguida de un escalofrío viral. Todos tenían los nervios de punta y la preocupación transpiraba por sus poros.

Estaban asimilando que Hyuk no atendería el teléfono; esperaban que fuera por otra cosa, anhelaban escuchar su voz, salir de la cocina y ver un delicioso pastel en el lugar donde sus infames ojos les hicieron una jugarreta.

La esperanza decaía y el temor crecía. Nadie podía explicarse el por qué sucedió algo así; no hubo señales, no hubo advertencias, sin más pasó y nadie lo pudo predecir.

Ellos dieron un respingo al volver a escuchar el timbre sonar; una corriente fría les recorrió el cuerpo y perdieron toda su fuerza en un segundo.

Nadie pronunció palabra alguna, nadie se movió, se quedaron estáticos sentados sobre el gélido suelo. El eco del timbre resonaba en sus armazón óseo como si fuera un xilófono, impidiéndoles de esta manera, moverse puesto que las vibraciones que sentían por dentro eran parecidas a un sismo.

El timbre volvió a sonar, ahora acompañado de una voz.

—¡Buenas tardes!, ¡Su entrega ha llegado!.

Esa persona golpeó tres veces la puerta antes de volver a tocar el timbre.

—¿Hay alguien ahí?.

—¿Quién es? — le respondío Ravi desde la cocina armándose de valor.

—¡Soy de la pastelería “Meoraeng”, he traído su pedido!.

—¡No queremos nada, puede llevárselo!.

Se escuchó de nuevo los golpes en la puerta.

—¿Hay alguien?.

El repartidor no había escuchado ninguna palabra de las que había pronunciado Wonsik, las macizas paredes de la cocina dejaban entrar los sonidos, mas no salir.

Con el temor a flor de piel y las piernas hechas gelatina, se levantó y salió de la cocina. Hakyeon, temiendo por lo que podría sucederle a Ravi en cuanto abra la puerta, se abrazó al tubo que bajaba del lavabo, apretó tanto su cuerpo al frío metal que el leve dolor en su pecho lo distraía de ese pánico que sentía.

Ken se acercó a él envolviéndolo en un cálido abrazo, uno que no se podía descifrar si era para calmar el corazón de N, o uno que demostraba el sufrimiento y miedo compartido.

Ravi dudó varios segundos antes de abrir la puerta. Del otro lado había un sujeto, regordete y con una vestimenta similar al que les entregó el otro paquete. La única diferencia entre los uniformes era que en la gorra de este sujeto, tenía las palabra “Meoraeng” bordada en hilo rosa pálido.

—Lo siento, no queremos nada — le dijo Wonsik procurando contener su vacilante voz.

—Un tal Cha Hak Yeon encargó un...

—Sé que lo encargamos — le interrumpió — pero, por favor llevéselo, no queremos nada ahorita — pidió casi rogando.

—Temo que no puedo hacer eso, ya está pagado y...

—No importa — lo interrumpió otra vez — llevéselo, no me importa si lo tira a la basura o hace algo más con el, sólo no quiero el pastel.

Sin desear alargar la conversación, Ravi entró a la casa y cerró la puerta desoyendo las palabras del repartidor. Se recargó en la pared y suspiro con pesadez.

Apretó fuerte los párpados tratando de evitar las lágrimas y caminó hacia la cocina con zancadas largas y veloces. Adentro de ella estaban los demás, llorando de una manera desgarradora que el agua de sus ojos no pudo contenerse más y fluyó juntándose con el sentimiento de sus amigos.

Era muy extraño ver sonreír a Taekwoon, y más lo era el verle llorar. Podría suponerse que en una situación así, él sería el de mayor control y más fuerte; sin embargo, lo que había visto, se le incrustó tan adentro que llorar era una manera de drenar el terrible veneno que esa imagen traía consigo.

Hace rato que Hongbin recuperó el conocimiento, no obstante, tenía miedo a abrir los ojos para encontrarse con el rostro inexpresivo de su amigo, aunque este ya no estuviera frente a él.

Sin saber que hacer, dejaron correr su temor, dolor y tristeza por medio de las lágrimas que de alguna manera les aligeraba las atroces pesadillas que sus cabezas formaban sin cesar.

La Lista De La MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora