Introducción

75 4 0
                                    

  Tenía el corazón hecho trizas, jamás había sentido esto. Este dolor no se lo deseo a nadie, ni a mis peores enemigos. Era un dolor demasiado agrio, sofocante. Sentía que me ahogaba, no podía respirar.
  En ocasiones dicen que las historias siempre acaban bien, pero esto no era una historia, era una gran pesadilla y que digamos, no acaba bien. Ninguna pesadilla acaba bien, solo quería levantarme de este horrible sueño. Pero, por desgracia, no era un sueño. Todo era real, todo lo que sentía era real. El dolor oprimido de mi pecho era real, las lágrimas que descendían de mis mejillas, de las cuales no me había percatado hasta que las retiré, también eran reales.
Este dolor era injusto, ¿por qué? No lo sé, no tengo respuesta.
Siento frío, mucho frío. ¿Era esto posible? ¿Sentir como tu corazón se enfría, se congela, queda sin vida? Tampoco tenía respuesta, pero creo que es lo que me estaba pasando. Me encontraba vacía, un ser inerte, me faltaba algo. Algo muy importante en mi vida. Todo estaba incompleto.

  La calle se encontraba desierta, ni un alma aparecía por la acera, solamente me encontraba yo. La farola que se hayaba a mi izquierda apenas alumbraba, se estaba fundiendo. La noche se había alzado sin darme tiempo a reaccionar. Con el corazón en un puño subo las escaleras de mi piso, mis ánimos estaban por los suelos.

  Abrí la puerta de casa y dejé las llaves en el recipiente de porcelana, cerrándola . Me quité el abrigo y la bufanda colgándolas ambas en el perchero de la entrada.

  Con gran pesadumbre acabé recostada en mi cama, no me creía aún lo que había pasado, no me creía tampoco lo que me había dicho.
  Echándome en sí las manos a la cara, comencé a llorar de nuevo, pero esta vez de forma consciente y desenfrenada.

  Amortiguando las lágrimas y mi pesada respiración me levanté de mi cómoda cama. Aquella que me cuida sin yo hacer nada.
  Mareada por este lloriqueo, me sostuve en la mesita de noche y me dispuse a ir al baño. Estaba fatal. ¿Qué fatal? ¡Horrible! Mis mejillas se encontraban sonrojadas, mis ojos hinchados con un toque de rojez y negrura. Todo el maquillaje corrido, el cuál se mezclaba con las lágrimas que habían descendido por mi blanco rostro anteriormente.

  La diosa interior estaba llorando desconsoladamente en una esquina a oscuras.
  Coloqué mis manos en forma de jarra antes de girar el grifo y refrescarme la cara, a la vez que me limpiaba.

Vete, márchate. Ya nada merece la pena. Acepta la propuesta de James.

En un arrebato de furia y gran enfado saqué el móvil y llamé a mi padre.

-¿Si?- Preguntó al otro lado de la línea.
-Acepto papá, me voy contigo a Seattle.

Start ➡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora