#8 Accidente

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Se sentía ansiosa. Ansiosa por ver a sus padres, que volvían de su viaje "amoroso".
Sonrió alegre ante lo que le había dicho su hermana, ya mayor de edad.

Se encontraba esperando en la puerta de entrada de su instituto, viendo pasar al resto de estudiantes de E.S.O y Bachillerato. Hacía bastante frío, pero la felicidad le evitaba el dolor de sus dedos congelados.
Había metido sus manos en los bolsillos de sus vaqueros, pero estos apenas evitaban que el aire helado se adhiriese a sus huesos.

Pasados unos minutos, vio a lo lejos el familiar Peugeot 308 de color rojo satinado. Se acercó corriendo al borde de la calzada y alzó la mano, sacudiéndola por encima de su cabeza.
Aquel gesto llamó rápidamente la atención de su madre, que iba conduciendo, y se paró lentamente a su lado. Oria saludó con una sonrisa y se metió rápidamente en los asientos de atrás.

- ¿Qué tal cielo, cómo habéis estado tu hermana y tú?

Saludó su madre girándose para darle un beso en la mejilla. Su padre iba dormido en el asiento del copiloto y Oria le despertó maliciosamente.
Beñat la miró de reojo y rápidamente sonrió antes de darle dos besos.

- Qué malas que eres Oria... ¿No ves que tu padre está muy cansado?

- No lo suficiente para no saludar a Oria, mi amor.

Su madre sonrió socarronamente y puso en marcha el coche.
Oria se sentía orgullosa de su madre por luchar contra las restricciones de su pueblo natal. Su madre, Geelah, era israelita. Con todo lo que llevaba, ella había abandonado a su familia y se había exiliado a España, donde conoció a su padre en Euskadi. Lo único que quedaba de israelita en ella era su piel morena y su pelo oscuro, aparte de sus preciosos ojos camaleónicos color avellana.
Su padre siempre decía que había tenido la gran suerte de encontrar una mujer tan guapa que le quisiese, algo que hacía reír a su madre.

- ¿Qué tal vuestro viaje?

- Tu padre, a pesar de ser tan durillo, se queja mucho de su tremendo dolor de pies.

- ¿Y te extraña? ¡Nos recorrimos la ciudad entera en tres días! Mis pies están resentidos... esta mujer me va a matar...

Oria le dio un manotazo en el hombro a su padre tras intercambiar una mirada cómplice con su madre.
Oria y Ainara se parecían mucho a su madre. En el color de los ojos, en la constitución del cuerpo, en el tono de la piel... Pero su pelo oscuro provenía de su padre, al igual que su nariz chata y sus labios voluminosos y desigualados.

- Entiendo que Ainara está estudiando.

Afirmó su madre girando en una esquina. Oria asintió antes de proferir un "ajá".
Ainara estaba ya en la universidad, y su carrera ocupaba mucho de su tiempo.

- Le dije que iba a esperaros, que me recogeríais.

- ¿Habéis estado comiendo bien?

- Sí, he aprendido a cocinar un poco. El fin de semana el abuelo vino y nos dio unas albóndigas en su salsa. Fue una visita inesperada pero no nos quejamos, no sobró nada.

Contó sonriente. Su abuelo no vivía muy lejos y, desde que su mujer había muerto, solía pasarse de vez en cuando por la casa

- ¿Así que el abuelo te enseñó a cocinar? ¿Mi padre? ¡Hostia, lo que me faltaba por ver!

- ¡Bet!

Regañó Geelah a su padre, riendo. Oria les siguió contando todo lo que su abuelo le había estado enseñando, también que la había llevado a pescar y habían soltado de vuelta a todos los pececitos. Que habían visto una cierva con tu cervatillo y habían tardado en correr asustados. Oria había estado cocinando mucha pasta, ya que era lo que mejor le salía, y su hermana había acabado quejándose. A pesar de ello, la pasta siempre desaparecía dejando un plato sucio. Siempre se mosqueaba con su hermana por no limpiar lo que ella misma ensuciaba, pero había acabado ocupándose de las tareas de la casa por simpatía a Ainara.

- Me alegro de que lo hayas pasado bien, cielo.

Sonrió su madre mirando por el espejo retrovisor. Oria observó como la cara de su madre cambiaba de sonriente a una exclamación de horror antes de efectuar un giro brusco con el volante.
Oria se dio un fuerte golpe en la cabeza contra el cristal y unos milisegundos después, una enorme masa metálica golpeó el lateral contrario del coche, destrozándolo completamente.
Al principio sintió un golpe muy fuerte en las piernas, luego un aguijonazo de dolor en las costillas, y luego...
Todo se volvió negro.

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Oria despertó por culpa de un incesante y lento pitido que la molestaba. Levantó el brazo por costumbre, intentando apagarlo, y algo le tiró del brazo. Ese tirón provocó que soltara un quejido ahogado y comenzó a sentir todos los tubos que la hacían sentir ahogada.
Comenzó a toser ante la molestia de aquellos tubitos dentro de su nariz e intentó quitarse las agujas que le inyectaban algo en el brazo.
Unas personas totalmente desconocidas vestidas en bata blanca comenzaron a monitorizarla y a mantenerla quieta. Oria se sentía completamente mareada y le pitaban los oídos. Veía puntitos negros y de todos los colores en sus ojos y seguía costándole respirar con aquellos tubos dentro de su maldita nariz.

Soltó un intento de grito que sonó como un gemido muy suave y comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, intentando quitarse las molestias de la cara.
Los desconocidos no parecieron entenderlo y le inyectaron algún tipo de suero que la dejó adormecida. Oria no sabía lo que ocurría a su alrededor ni qué hacían con ella. Se sentía ida, veía el movimiento lento de las personas pero no conseguía ordenar las ideas de su mente, como si viese una película a cámara lenta y totalmente borrosa.

La siguiente vez que despertó ya no tenía los tubos en la nariz, pero sí tenía un gotero inyectado a su brazo. Sin preocuparse por lo que podría suceder, comenzó a levantarse y se quitó el aparato que aprisionaba su dedo y que provocaba esos pitidos horribles. El ruido que le prosiguió la ensordeció y la mareó un poco, pero no dudó en quitarse esa aguja tan asquerosa que tenía en el brazo.
Comenzó a levantarse de la cama pero sus piernas no la sostuvieron y cayó de rodillas al suelo, haciéndose daño en las costillas y en la cabeza. Apretó los dientes y se quedó allí arrodillada, con la frente en el suelo, esperando.

Esaspersonas no tardaron en entrar y Oria pudo afirmar sus sospechas. Médicos. Seencontraba en un hospital... y no se acordaba de nada.

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